La señora

PREMIO PLANETA 2025

Juan del Val, “que no se dirige a intelectuales”, sigue en Sevilla la estela de Gala, lanza mensaje y apura coincidencias

16 - 10 - 2025 / Barcelona / Juan del Val ha obtenido el Premio Planeta 2025 con la novela Vera, una historia de amor, y Ángela Banzas ha resultado finalista con Cuando el viento hable / Foto: Llibert Teixidó

Juan del Val el día de la entrega del Premio Planeta 

Llibert Teixidó

Esta reseña no está escrita por una de los miles de señoras que, según declara Juan del Val (Madrid, 1970), acuden a su parada, efusivas, el día de Sant Jordi y el aroma a perfume que traen no le abandonará durante meses. Ni por una resentida que hablará mal del libro porque es de las que “no les pasa nada”, en palabras del responsable del programa televisivo del que este autor es guionista. Del Val defiende, en sus palabras, la literatura popular. Diría esto, citando no a Dickens, como él lo hace, sino a Andrea Camilleri cuando esta señora lo entrevistaba en su casa en el año 2007: con Berlusconi, afirmaba Camilleri poniéndose de pie, sulfurado, enardecido, eternamente joven como Salvo Montalbano, no era posible discutir, porque ese individuo se había hecho con el diccionario y lo había removido como una coctelera, creando así uno nuevo, con palabras y significados intercambiables.

Y así son los tiempos que vivimos. Unas señoras y unos señores hablan de envidia, acoso y derribo ante posibles críticas, o se muestran despectivos ante argumentos “de una pobreza intelectual que no merece la pena contestar”. Esto último lo dice el mismo Juan del Val –que ya ha aclarado que él no se dirige a los intelectuales– porque se sugiere que su premio Planeta recae de nuevo en alguien de la casa. ¿Dónde fue a parar, mientras tanto, la calidad? La de una buena narrativa que ha dado grandes historias que siguen leyéndose. Este libro debería ser divertido, vibrante, veraz, combativo y calentorro, y al principio apunta maneras.

Vera es una muchacha madura y atractiva, casada con un marqués sevillano, noble de familia por decisión del Generalísimo y caballero de costumbres fijas y arma de fuego en el cajón. Consejos de administración, empresas varias, propiedades... Todo un señor de sobremesa con puro y Macallan. Los rodea una servidumbre entre rezongona y entregada. Y así va la vida, tan bonita con su Feria de Abril y sus pescaítos, solo que Vera, que tiene una amiga muy auténtica llamada Gabi (me ha caído muy bien, como me cae bien el autor cuando ironiza sobre los “tiesos” sevillanos), al fin da el gran paso y se va. Para ello, busca un piso en esa misma ciudad –la Sevilla que aquí mayoritariamente se retrata, de sirvienta de cofia– y así conoce a un tipo más joven que ella llamado Antonio que viene de otro mundo del que ella no sabía nada, allá por la periferia de Madrid.

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Juan del Val tras ganar el Planeta 

Llibert Teixidó

La historia de amor, deseo y encuentro entre dos imposibles está escrita a veces con esas frases que, señores, tampoco nos rasguemos las vestiduras, Antonio Gala las soltaba, y tan ancho. La progresión de este asunto de atracción física ocupa las partes que parecen más elaboradas en el libro. Se nota una intención que, en cambio, reina por su ausencia en el resto de las más de trescientas páginas. La literatura de mensaje que el mismo autor dice abominar, está bien presente, aunque presentada como un relato de amor imposible: el autor ataca desde dos ángulos la maldición del maltrato femenino (y creo que hay auténtica sensibilidad en esta mirada). 

También hay un probado guionista detrás de esta historia, y eso permite que uno lea con atención lo que a la madre de Gabi le ocurrió, o que se pregunte qué va a hacer el marqués, si se quedará cruzado de brazos en su habitación, mientras Vera se lleva de compras a Antonio, en un efecto que sería –pero, la verdad, no lo es– el de Julia Roberts en Rodeo Drive (y me deja boquiabierta el precio de unos pantalones o una chaqueta de marca). De repente –y aquí el autor no lo hace nada mal–, el marqués ve un lado de su cama vacío y siente que su mundo se ha vuelto asimétrico. No era amor, entonces, era geometría. Pero aquí se acaban los cálculos.

¿Cómo se explica que, cuando al pacífico Antonio lo atacan dos tipos, y casi lo dejan muerto antes de subir al ascensor, y esos tipos no le roban nada de lo que lleva encima, ni se le ocurra preguntarse qué es lo que está pasando? El segundo dislate, que el juego de coincidencias –ah, esas maravillas de coincidencias que tanto juego dan– sea tan forzado: me refiero a lo que ocurre con Vera y su hermana.

En el 2007, Boris Izaguirre fue finalista del Planeta con una novela de amor y venganza en la que puso toda la artillería pesada. En 2025, esto es lo que pasa.

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