La Corona y la cultura de la democracia

Especial 1975-2025 ⁄ 50 años de cambio cultural

Los Reyes se han implicado a fondo en el nacimiento y recorrido de organismos públicos que subvencionaran y fomentaran la creación

Alcalá de Henares (Madrid), 23/04/84.- Juan Carlos I, junto a la Reina Sofía, felicita al escritor gaditano Rafael Alberti (1º izq) por el VIII galardón de literatura en lengua castellana

Los Reyes felicitan al poeta Rafael Alberti, premio Cervantes, en Alcalá de Henares, 23 de abril 1984

EFE

Entre los anaqueles de la Biblioteca del Real Monasterio de El Escorial, símbolo por excelencia de la monarquía en España, se custodia el original del Corona Regum , una de las obras centrales de pensamiento político del renacimiento. La obra fue publicada en 1469 por el hoy casi olvidado humanista Joan Margarit, preceptor de Fernando II de Aragón. La escribió durante el Sitio de la Bisbal, en 1462, para educar al futuro Rey Católico. En ella le previene de la necesidad de formarse para comprender el poder y de cultivarse para evitar la ignorancia. Le propone incluso una analogía: “más vale un joven pobre e inteligente que un rey viejo y necio, porque el joven sabrá salir de la pobreza y gobernar su reino”.

En 1975, la tasa de analfabetismo en España era de alrededor del 12%. El consumo cultural se reducía al del espectáculo, tanto teatral como cinematográfico. Y la lectura, especialmente de prensa, era residual. La televisión y la radio, más en su función informativa que entretenedora, eran los medios por antonomasia. El creador era poco menos que un outsider. Todo aquello se debía a la falta de hábitos culturales, producto de una concepción ideológica y pasatista de la cultura. Sólo en Catalunya existía una industria cultural potente, producto de una tradición editorial de casi cuatro siglos, que a duras penas había conservado una dimensión crítica, contracultural en algunos casos. Tal fue el panorama con que se encontró la democracia en España.

Aquel hecho contrastaba con el patrimonio cultural existente, que pese a invasiones, desamortizaciones y guerras, aun era el segundo mayor del mundo. Buena parte él, tanto material como inmaterial se debía a las obras emprendidas por la Corona y la Iglesia en el pasado, con sus subproductos como la nobleza. Tal fue el papel del mecenazgo, cuyo punto de vista era la glorificación del financiador. La llegada de la burguesía, que sólo se hizo hegemónica en el siglo XIX, propició la llegada del cine, la modernización del teatro, la implantación de la radio y la difusión de la prensa. Sin embargo, aquel ecosistema cultural estaba ligado a la obtención de beneficio, bien fuera económico como propagandístico, más que al hecho de hacer pensar, sentir o actuar.

Sin embargo, la Constitución de 1978 dio un enorme paso histórico, en términos culturales, frente a sus siete predecesoras desde 1812. Frente al monopolio estatal de la cultura en la Constitución de 1931, el vigente texto constitucional establecía el acceso universal a la cultura, la promoción del progreso de la cultura, la protección de las culturas de todos los territorios, el diálogo cultural entre las autonomías, el acrecentamiento del patrimonio cultural y su definición como fundamento del estado del bienestar. Para ello, introducía un elemento innovador: la Corona era la máxima responsable de las reales academias, como lo era de los reales ejércitos. Aquel fue todo un cambio de época en la concepción de la cultura.

Los reinados de Juan Carlos y Felipe VI están estrechamente vinculados a la cultura. La Corona ha ejercido su capacidad de moderación de las instituciones con especial atención al sector cultural, impulsando con su presencia organismos, premios o certámenes, así como utilizando las diversas lenguas para ejemplificar cómo podía articularse la diversidad cultural. También ha ejercido su capacidad premial para situar en el imaginario que la creación puede ser una vía para alcanzar la excelencia como ciudadano. Es esa capacidad moderadora que el politólogo Benigno Pendás define como “una forma de ser y de estar en el espacio público”.

⁄ Cela o Riquer fueron senadores por designación real, y el Palacio Real de Madrid se abrió a escritores y artistas

Desde los primeros años de la democracia la Corona quiso que el creador dejara de ser visto como un disidente para ser percibido como un ciudadano ejemplar. De ahí que, incluso antes del texto constitucional, Camilo José Cela o Martí de Riquer fueran nombrados senadores por designación real (1977), concediendo a José María Pemán la Orden del Toisón de Oro (1981). Eso tuvo su continuidad con la institución de la Real Orden del Mérito Deportivo (1982) y la Orden de las Artes y las Letras de España (2008). Finalmente, a lo largo de estos cincuenta años, la Corona ha concedido 18 títulos de nobleza a creadores, desde Andrés Segovia a Luz Casal.

Sin embargo, como poco puede hacer un creador sin el apoyo de una industria, la Corona se ha implicado fuertemente en el nacimiento y recorrido de organismos públicos que subvencionaran la creación o fomentaran la compra de obras, en muchos casos con el empeño personal de la reina Sofía. Es el caso del Centro Dramático Nacional (1978), el Festival de Teatro Clásico de Almagro (1979), el Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (1985), Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (1985), el Instituto Cervantes (1991) o el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (1992). Todos ellos contribuyeron a incrementar la producción y el consumo, poniendo en valor económico la obra de arte contemporánea.

Otro de los frentes fue apoyar la creación de una conciencia de comunidad entre los creadores, para evitar que fueran una mercancía en manos de esas industrias. Además de su presencia en la apertura del año en las academias del Instituto de España, la Corona se implicó en la puesta en marcha de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España (1986) y la Academia de Televisión y de las Ciencias y Artes del Audiovisual de España (1997), que con sus premios han estimulado. Capítulo aparte merece la creación del Instituto Cervantes (1991), cuya reunión anual de directores han presidido siempre los reyes. Su papel ha sido proyectar la cultura al exterior, pero también fomentar la consciencia de comunidad cultural iberoamericana. En ese marco hay que situar el Congreso Internacional de la Lengua Española (2015), presidido siempre por el rey.

Las recepciones por la Fiesta Nacional modificaron el perfil de asistentes y el Palacio Real de Madrid vio cómo los principales personajes del mundo de la cultura se incluían entre los invitados. De la misma forma, el rey Juan Carlos empezó a citar a autores al Palacio de la Zarzuela para diálogos sobre la cultura. Por otra parte, las reinas optaron en su indumentaria por modistos españoles y se conformó un museo con las colecciones reales. Ha sido también habitual la presencia de la Corona en encuentros estivales en la Magdalena, El Escorial o la Granda. Y el feeling personal ayudó a que se abrieran en España los museos Thyssen (1992) y Guggenheim (1997).

En lo relativo a los certámenes públicos, además del Premio Cervantes (1976) y los Premios Princesa de Asturias (1981), ha sido constante la presencia real en la entrega de los Premios Nacionales, auténtico estímulo para los autores en su labor creativa: Ensayo (creado en 1975), Literatura Infantil y Juvenil (1978), Artes Plásticas (1980), Historia (1981), Deporte (1982), Letras Españolas (1984), Mejor Traducción (1984), Innovación y de Diseño (1987), Obra de un Traductor (1989), Circo (1990), Literatura Dramática (1992), Restauración y Conservación (1994), Bibliografía (1995), Danza (1995), Fotografía (2004), Cómic (2007), Ilustración (2008), Televisión (2009), Diseño de Moda (2009) Periodismo Cultural (2009) y Tauromaquia (2011-2024).

⁄ La Constitución de 1978 estableció que la Corona era la máxima responsable de las reales academias

Finalmente, hay que destacar la celebración la vinculación de los Reyes a los Juegos Olímpicos barceloneses (1992), así como que Madrid fue Capital Europea de la Cultura (1992) y Barcelona acogió el Foro de las Culturas (2004).

En su España invertebrada (1921), afirmaba Ortega que “en España todo lo ha hecho todo el pueblo; lo que el pueblo no ha hecho se ha quedado sin hacer”. No le faltaba razón. Se olvida a menudo, demasiado a menudo, que la Corona simboliza al pueblo. Y estos cincuenta años de monarquía han tenido como misión, entre muchas otras cosas, hacer accesible la cultura, impulsar una nueva gobernanza, articular un modelo democrático de la cultura y formular un concepto plural de cultura española. En definitiva, ha sido un período de democratización de la cultura, haciendo que el pueblo sea un actor cultural más que un objeto cultural.

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Sergi Rodríguez López-Ros, miembro de la Accademia delle Scienze di Bologna, es consultor de la Agencia Europea de Educación y Cultura. Dirigió el Instituto Cervantes de Milán y Roma, y ha sido vicerrector de la Universitat Abad Oliba CEU

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