El gótico es tendencia. Tres exposiciones en Lens, París y Viena coinciden en afirmarlo. Incluso lo último de Rosalía va en esta línea para alcanzar la Lux . Porque hablar de gótico es hablar más que de un estilo arquitectónico, sublimado al erigir catedrales sostenidas por atrevidos arbotantes, es hablar de una forma de vida que asume una estética que profundiza en los secretos del alma humana, sea a través de la luz que se magnifica en las vidrieras, sea a través del poder normativo de los arcos apuntados según proponía John Ruskin, sea a través de crucerías donde se sitúan los ángeles para entonar sus cantos de alabanza a Dios según Hans Memling, sean las ruinas forjadoras de una oscura nostalgia de un tiempo áureo ya perdido como dejó escrito en 1764 Horace Walpole en el Castillo de Otranto , donde se evocan viejas historias de unos castillos por los que deambulan fantasmas.
Son la base del relato “gótico” que recurre al miedo como juego literario en grandes obras: el Frankenstein de Mary Shelley, los cuentos de Edgar Allan Poe o de Gustavo Adolfo Becker, la novela sobre Drácula de Bran Stoker llevada al cine por Coppola y Luc Besson, o en las actitudes vinculadas al postpunk de finales de la década de 1970 con el recurso a lo negro y los encajes en señal de rebeldía.
Taller de Jan Van Eyck, Detalle de arquitectura gótica (fragmento de un retablo), después de 1425
CATEDRALES. Fragmento de una catedral de siglo XV, ya en estilo flamígero, donde se aprecian con detalle los pináculos, arbotantes y el rosetón de la fachada, característicos de este estilo europeo de los siglos XII_XV.
Para situar el interés que despierta hoy el gótico seguiré los pasos de tres exposiciones recientes, la del Louvre-Lens, la del Cluny de París y la de la Albertina de Viena, que tienen en común el mismo objetivo, desvelar un lenguaje artístico que ha definido la cultura europea.
Con el epígrafe Góticos , el Museo del Louvre-Lens, bajo la magistral propuesta de los comisarios Annabelle Tenèze y Florien Meunier, nos invita a desentrañar el misterio del gótico en un recorrido de larga duración desde la Catedral de Notre-Dame de París hasta Gotham City; vale decir, desde sus inicios a mediados del siglo XII en una región de Europa, con su apuesta teológica de que Dios es luz hasta las últimas propuestas en forma de una distopía urbana, célebre por el cómic y el cine a través del hombre-murciélago llamado Batman, que merodea por los tejados como si se tratase de una gárgola.
Porque en la exposición queda claro que la transición del románico al gótico fue el efecto de un debate teológico entre dos abades de la época, San Bernardo del Claraval y Suger de Sant Denis: debate que afectó al arte, pero también al modelo social, de renuncia en un caso, de implicación en la ciudad en el otro.
Iris Van Herpen, Vestido Catedral, primavera-verano 2012, alta costura
LA MODA. La arquitectura gótica llega hasta la alta costura en este vestido de la diseñadora Iris van Herpen que fue imprimido en 3D con poliamida y posteriormente galvanizado para conseguir el aspecto de madera.
Todo lo que sucedió en los siglos XIII, XIV, XV incluso XVI fue la extensión de un concepto del mundo asentado en un lenguaje artístico que orientó la piedad y el gusto, la pasión por los objetos, incluidos los libros, y la exigencia de la devoción; al tiempo que recuperaba el pasado como un valor histórico, con personajes claves en la formación de la religiosidad popular o de la mitografía sobre rebeldes: una columna de Salomé procedente de Cambrai llama la atención por su quieta belleza.
El nombre de la cosa
El humanismo italiano de finales del siglo XIV heredó del poeta Francisco Petrarca el rechazo del arte que en su opinión se había impuesto en toda Europa a costa del declive del gusto romano. Arte “bárbaro”, arte de los godos, el pueblo que había derrotado a las legiones romanas en Adrianópolis en el año 378, y que poseía una excelente orfebrería, una elevada vida religiosa basada en el arrianismo y un original código legislativo. Pero eso no importó para llamar gótico a lo que consideraban un arte contrario al gusto humanista. El término despectivo hizo posible, sin embargo, una de las mayores paradojas de la historia europea, pues reafirmó el gótico en lugar de cancelarlo, creándose dos modelos estéticos que litigaron entre sí al menos durante los siglos XV y XVI. Gótico flamígero o gótico borgoñón son apelativos para un lenguaje artístico que asumió el humanismo sin necesidad de rechazar el arte que había construido Europa. Van Eyck responde a la misma preocupación que Masaccio en los mismos años, pero son dos estilos diferentes a la hora de entender la cuestión clave del siglo XV, que es el papel del individuo en la historia. Lo mismo sucedió con El Bosco frente a Rafael, un mismo objetivo, dos estilos.
El crecimiento de las ciudades europeas se canalizó a través de un urbanismo donde la catedral era el eje, pero donde había un gran número de edificios civiles, lonjas, hospitales, ayuntamientos, casas patricias. Un culto a la vida, pero también a la muerte, dando lugar a las tumbas yacentes, una de las mejores expresiones del espíritu gótico, según Erwin Panofsky. Esa cosmovisión fue tan vilipendiada por los humanistas italianos seguidores de Petrarca en el siglo XV como admirada por los creadores de tendencia en el siglo XIX, los Victor Hugo, Viollet-le Duc, Dante Gabriel Rosseti o William Morris.
Aceitera, decoración de la catedral, hacia 1835-1850
IMITACIÓN. En la línea de imitación de las artes y la orfebrería medievales, con decoración de pináculos incluida, este uno de los ejemplos de las piezas que ornamentaron y sirvieron es espacios privados y eclesiásticos durante todo el siglo XIX y parte del XX.
De estos creadores de tendencia del siglo XIX habla la segunda exposición, la que tiene lugar en el Museo Cluny de París bajo el título Le Moyen Age du XIX siècle. Sus comisarios, Christine Descatoire y Fréderic Tixier, analizan la fiebre en Francia por el Medieval Revival entre 1820-1914 que provoca un profuso mercado de objetos “medievales” (orfebrería, esmaltes, tapices, joyas, marfiles, pintura de estilo troubadour ) con su obligado corolario, la falsificación. En esa época, la creación de casas de subastas como la de Drouot, o la proliferación de tiendas de anticuarios a lo largo del Sena hicieron que el dinero y los objetos corrieran por la ciudad, hasta donde llegaron millonarios rusos como el príncipe Soltykoff, que gastaron a manos llenas en antigüedades auténticas o falsas.
Esta exposición se articula en cuatro partes; en la primera, el estudio de los objetos es el sostén de una técnica de orfebrería medieval reconsiderada en las decimonónicas escuelas de artes y oficios; al alma del coleccionista se dedica la segunda parte, que se inicia con Alexandre de Sommerand, cuya colección es el punto de partida del Museo de Cluny y con Alexandre Basilewski, el “rey de los coleccionistas”, cuyo efecto social fue tan acusado que dio paso en una tercera parte expositiva donde se afronta la aparición de imitaciones exactas, de falsificaciones e incluso de pastiches como un “medieval” cinturón de castidad hecho a mediados del XIX.
Prueba de que el coleccionismo fue aprovechado por anticuarios poco escrupulosos que se enriquecieron vendiendo tales objetos falsificados, sin decir que lo eran. Es el caso de Francisco Pallás y Puig, un prolífico falsificador de objetos de madera, hueso y marfil.
Este coleccionismo da paso a la cuarta parte de la exposición, donde se compara lo verdadero y lo falso, una práctica interesante porque hasta los más entendidos a veces caen en el engaño. Mikhaïl Botkine poseía a sabiendas numerosas falsificaciones (placa esmaltada de San Mateo y San Lucas). Y muchos museos aun debaten si una pieza es original o una copia, o sencillamente una falsificación.
Barcelona, de gótica a neogótica
En Barcelona, el gótico y el neogótico están irremediablemente fusionados. Todo comenzó a mediados del siglo XIX, cuando unos eruditos impulsados por la Renaixença eligieron el gótico como el arte que mejor definía la identidad catalana y se vieron en la obligación moral de recuperarlo, restaurarlo e, incluso, de mejorar los edificios originales siguiendo las pautas de una estética que se estaba imponiendo en Alemania, Francia e Inglaterra con el nombre de neogótico. En la ciudad vemos edificios claramente góticos del siglo XV, como les Drassane, la sala de Contratación de la Lonja, o el Hospital de la Santa Creu; pero también edificios restaurados en el último tercio del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, por ejemplo, la Catedral, cuya girola o sus puertas laterales son obras medievales, pero no así la fachada construida a comienzos del siglo XX siguiendo el ejemplo de la catedral de Ulm.
También sucede con Santa María del Mar, que tras su incendio fue restaurada suprimiendo las capillas laterales, probablemente barrocas, con el fin de crear un espacio que exaltara el valor arquitectónico del gótico mediterráneo. El caso más llamativo fue la propuesta que Adolfo Florensa llevó a cabo para la creación de una plaza cerrada al modo italiano y que exigió el traslado del palacio que hoy ocupa el Museu d’Historia de la Ciutat, la demolición de edificios que estaban superpuestos al Salón del Tinell, la rehabilitación de la escalera y de la capilla de Santa Águeda con el fin de dar sentido al Mirador del rey Martí y el palacio del Lugarteniente, durante años sede del Archivo de la Corona de Aragón. Así se configuró una de las plazas más bellas de la ciudad que por sí sola define el Barrio Gótico. Un caso similar, aunque más reducido, fue la restauración del patio del palacio de los Requesens, sede de la Academia de Buenas Letras, ejemplo de rehabilitación neogótica, hoy bien conocido por la novela de Sergio Vila-Sanjuán, Misterio en el Barrio Gótico.
Al mismo tiempo, el neogótico se difundió por sí solo con la construcción de numerosas casas para la burguesía emergente. Una de las más famosas fue la realizada por Puig i Cadafalch, la Casa Ametller, que el insigne arqueólogo diseñó como una casa hanseática entendiendo que la máxima expresión del espíritu gótico fue la cultura del patriciado urbano de los Países Bajos.
Pasar del deseo de engañar falsificando un objeto gótico a la pasión por situar el arte gótico como referente de un acto creador que reconsidere en profundidad el peso de la cultura germánica es tanto como dejar el Museo Cluny de Paris para acudir al Museo Albertina de Viena. Aquí tiene lugar la tercera exposición, que bajo el epígrafe Gothic Modern, Munch, Beckmann y Kollwitz , y comisariada por Ralph Gleis y Julia Zaunbauer, se plantea el efecto del gótico en el arte alemán y nórdico entre 1875 y 1925.
Partiendo de que el modernismo en el norte de Europa fue un movimiento que cuestionó valores académicos de inspiración neoclásica, se sigue el proceso creativo de grandes artistas como Akseli Gallen-Kallela, Käthe Kollwitz y Edvard Munch que en 1900 expusieron en la galería Secesión de Viena, dando paso a que otros artistas, los que se abrían al expresionismo, se dejaran llevar por ese mismo interés como fue el caso de Max Beckmann y Helen Schjerfbeck.
Hugo Simberg: 'El ángel herido', 1903
LOS ÁNGELES. El pintor finlandés recoge uno de los temas predilectos de los artistas de principios del siglo XX, el de los ángeles, que en este caso está herido con un ramillete de flores en la mano y transportado por dos personajes, donde se aprecia sin duda la influencia que tuvo el arte italiano tras su viaje a Italia en 1898 y en el que hace una
reflexión a su propia curación tras una grave enfermedad.
Porque el espíritu gótico que se detecta en pintores del siglo XVI como Lucas Cranach y llegan a Munch o Beckmann no es más que la aportación artística de los pueblos germánicos enfrentado al arte clásico grecorromano. Goticismo frente a clasicismo fue el debate del momento, un despertar al mundo de las runas y al panteón germánico donde Wotan era un ilustre paseante en busca del hombre y la mujer honrados.
Brassaï: 'Vue nocturne de Notre-Dame sur Paris et la tour Saint-Jacques”, 1933
LA NOCHE. Imagen del gran fotógrafo de la noche de Paris que resume el espíritu “gótico” por excelencia. Cielo iluminado, gárgola pensante sobre el tejado neogótico de Notre-Dame, con el Hotel -Dieu a los pies y al fondo, la torre gótica Saint-Jaches, por donde pasaban los peregrinos camino de Santiago de Compostela en la Edad media.
De ese modo, la recuperación del gótico tuvo un efecto proactivo en la valoración del arte europeo; y según el gran crítico Wilhelm Worringer, planteó la necesidad de rehabilitar las épocas no clásicas de Europa que hasta entonces habían obtenido sólo una valoración relativa al arte clásico, es decir, una valoración negativa.
En suma, tres exposiciones para situar el gótico como un gusto en alza en el siglo XXI, aunque la tendencia parece inclinarse a la parte oscura, tenebrosa, que el romanticismo y el posromanticismo advirtieron en su valoración de este lenguaje artístico y que hoy surge en la pasión por el dress code en las bodas, en la indumentaria de algunos grupos o en la estética visual y musical del Dark Rock y el Gotic Methal regado de castillos tenebrosos, doncellas apresadas y sonidos que basculan entre el rock y el folk; al cabo, los últimos avatares de lo ocurrido en la década de 1980 con la subcultura conocida con el término Goth en los grupos The Cult, The Cure o Joy Division de indumentaria melancólica de color negro.
Y eso será así salvo que, por uno de esos giros tan habituales en la historia, volvamos a considerar el valor de la luz inherente a este arte en sus orígenes al contemplar la Sagrada Familia de Gaudí: ese icono de Barcelona que nos hace exclamar: Gótico for ever!
Goticismos Museo de Louvre-Lens Francia www.louvrelens.fr Hasta el 26 de enero
La edad media del siglo XIX Museo de Cluny París www.musee-moyenage.fr Hasta el 11 de enero
Góticos moderno: Munch, Beckmann y Kollwitz Museo Albertina Viena www.albertina.at Hasta el 11 de enero
