Las relaciones entre los autores y los editores son muy peculiares. Como las relaciones de pareja, pueden ser pacíficas o turbulentas, duraderas o efímeras, benéficas o tóxicas. Hay autores y editores que mantienen una mala relación indestructible y otros que tienen una relación magnífica que se rompe a la primera de cambio. Los hay que se respetan y aprecian mutuamente y los hay que mantienen una relación desequilibrada en la que uno —el editor o el autor, indistintamente— venera al otro y sólo obtiene a cambio un desprecio tolerante.
La casuística es tan variada como el abanico de personalidades humanas. El editor y el autor se necesitan mutuamente, y en las relaciones que mantienen se mezclan el gusto literario y el dinero, la amistad y los intereses. El editor es siempre polígamo, porque publica a otros autores. Si es un buen editor, sabrá endulzarlo tratando a cada autor como si fuera el único, pero eso no es fácil. Entre los autores, los hay monógamos, adúlteros ocasionales, bígamos y polígamos. La ruptura entre autores y editores puede ser tan traumática como un divorcio. Seguro que el lector, si me ha seguido hasta aquí, tiene algún caso en mente.
Gustave Flaubert mantuvo una relación tormentosa con su primer editor, Michel Lévy. Era buena época para la industria editorial. Hasta entonces, los autores dependían del mecenazgo de la corte o la aristocracia y de los intereses comerciales de impresores o libreros. Pero con el aumento de la alfabetización y los cambios tecnológicos en la imprenta, el número de lectores y las tiradas aumentaron y las relaciones entre autores y editores se transformaron. El negocio editorial tenía un fuerte viento a favor. La lectura se democratizaba. Los editores ganaban dinero.
La relación entre Flaubert y Lévy, analizada en un libro aparecido en Francia con ocasión del bicentenario del autor, Gustave Flaubert et Michel Lévy: Un couple explosive, de Yvan Leclerc y Jean-Yves Mollier, era puramente comercial, sin contaminación alguna de simpatía mutua, ni mucho menos de amistad. Flaubert, obsesionado por el mot juste, no le daba a leer a Michel Lévy los manuscritos antes de publicarlos. Tampoco le habría tolerado una palabra de valoración, aunque fuera admirativa. Él era un artista y nunca se habría sometido al juicio de alguien que consideraba un vulgar mercader.
Por la publicación de Madame Bovary, Lévy le dio 800 francos, una suma normal para un primer libro. Después, como la novela se vendió bien gracias al escándalo que causó, le dio 500 más, pero nunca le dijo cuántos ejemplares se habían vendido.
⁄ El célebre autor se quejaba ácidamente del poco dinero que recibía, con expresiones antisemitas contra Lévy
Lévy construyó un imperio editorial ofreciendo a sus autores contratos parecidos a los actuales, con adelantos y derechos sobre las ventas. Pero Flaubert prefirió el tipo de acuerdo usual de la época, en virtud del cual los editores pagaban a los autores una cantidad a cambio de los derechos del libro durante un número de años. Si el libro se vendía bien y el autor estaba de acuerdo, cuando este período concluía el editor le ofrecía otra cantidad a cambio de unos cuantos años más. De esta forma, si el libro funcionaba quien ganaba dinero era sobre todo el editor, no el autor.
Los editores se encargaban de despertar el interés de la prensa por los libros y de hacer publicidad y distribuirlos por todos los lugares posibles, desde las estaciones de tren hasta los grandes almacenes que empezaban a abrirse. Michel Lévy, que también publicaba a Dumas, Balzac, Stendhal, Hugo, George Sand y Baudelaire, era un editor innovador y publicaba los libros en formatos distintos para los distintos tipos de lectores, con ediciones de lujo y ediciones populares. Era de origen muy humilde y se hizo rico, mucho más que Flaubert, que procedía de una familia acomodada.
Flaubert se quejaba ácidamente del poco dinero que recibía, con explosiones antisemitas (Lévy era judío). Jaume Perich escribió que existen dos tipos de editores: el comerciante, con el que es difícil simpatizar, y el intelectual, con el que es difícil cobrar. Flaubert, que nunca habría aceptado la existencia del segundo, se quejaba amargamente de las cuentas de Lévy. Pero la ruptura entre ambos no se produjo —o no únicamente— por una cuestión de dinero.
Michel Lévy publicó Salambó y La educación sentimental, y las tensiones entre ambos fueron en aumento hasta la muerte de Louis Bouilhet, un autor profundamente admirado por Flaubert, que quiso rendirle homenaje, promoviendo la publicación de una recopilación de su poesía, Dernières Chansons. Michel Lévy aceptó de mala gana publicarla. No se vendió bien y ni él ni Flaubert quedaron satisfechos.
La publicación de La educación sentimental tampoco fue bien. Comparado con Victor Hugo, Renan, Zola o Maupassant, Flaubert no era muy comercial. Como ocurre ahora y ha pasado siempre, había autores que ganaban mucho dinero y otros que no ganaban nada, y esto no significaba que los primeros fueran mejores. La relación entre las ganancias de los autores y la calidad de las obras ha sido siempre aleatoria. Como escribió al cabo de muchos años John Steinbeck: “La literatura practicada como profesión hace que las carreras de caballos parezcan una ocupación sólida y estable”. Flaubert acusaba ácidamente a Michel Lévy de tacaño, pero en realidad lo que le hería no era el poco dinero que le pagaba, porque a él no le interesaba el dinero ni el éxito comercial, sino la limitada atención y la poca estima de los lectores que aquellas cifras reflejaban.
⁄ El trato entre ambos se rompió, en parte, porque Flaubert no era comercial ni tuvo gran estima de los lectores
La editorial Charpentier tentó a Flaubert con un buen contrato por el libro siguiente y le ofreció además una publicación de lujo de las Obras Completas de Bouilhet. Flaubert lo aceptó y no volvió a publicar con Michel Lévy nunca más. La tentación de San Antonio, Tres cuentos y Buvard y Pécuchet aparecieron en Charpentier.
Cuando Michel Lévy recibió la Legión de Honor, Flaubert, que también la tenía, decidió meterla en un cajón, y no volvió a ponérsela hasta que su antiguo editor murió. /
