Regresa a los escenarios de nuevo Travy , convertida ya en un imprescindible del teatro barcelonés. Hace siete años el actor Oriol Pla tuvo carta blanca en el Teatre Lliure para levantar un proyecto. Había arrasado con Ragazzo, una obra sobre el joven muerto por la policía en las protestas antiglobalización de Génova en el 2001, y decidió levantar una obra de payasos tan divertida, dolorosa, surrealista e íntima como Travy , en la que dirigía a toda su familia en escena: a sus padres, Quimet Pla y Núria Solina, pioneros del teatro de calle en Catalunya con grupos como Comediants y Picatrons, y a su hermana Diana, que se dedica también al oficio. Y presentar un cuento en clave de clown sobre la vida, la muerte y el teatro –demostrando en todo momento que los cuatro protagonistas no saben muy bien dónde están las fronteras divisorias– que tras 75 minutos, y pese a la dureza del final, puso en pie a los espectadores en una larga y entregada ovación.
Travy es una obra de teatro dentro del teatro donde nunca está claro dónde comienza la realidad y dónde la ficción. En ella, Pla es el hijo triunfador de una familia de artistas callejeros a la que hace un tiempo que no ve. Y un día regresa: “Quiero que hagamos un montaje por un encargo. Será un espectáculo diferente: este se ha de acabar. Es un teatro importante y tenemos carta blanca”, les cuenta. La realidad misma. El hijo les puntualiza además que su idea es nada menos que montar “un espectáculo de nosotros cuando no somos juglares”. “Pero nosotros somos siempre juglares”, responden los padres. “¿Un espectáculo con mensaje?, le preguntan. Sí: toca tocar donde duele. Y lo harán.
Pla propone a su familia, históricos del teatro de calle, hacer una obra sobre ellos cuando no son juglares
Pero antes de llegar a eso, las risas con los juegos de palabras inacabables y la gestualidad fascinante de todos los intérpretes, comenzando por el muy chaplinesco Oriol Pla, provo- can entre el público carcajadas continuas. Y también se ríen, y mucho, del teatro serio : “¿Has leído a Shakespeare?”. “En diagonal”. “Muriéndose: de esa palabra Shakespeare haría una trilogía”, ironizan. Ellos en cambio de eso hacen reír. “La vida es la vida. Comienza y se acaba”, sintetizan los padres. “¿Y mientras tanto?”, pregunta la hija, siempre ansiosa de mensaje. “Esta chica está hecha un lío”, concluyen.
Una obra de payasos hecha con unas cuantas maderas, unos telones y cuatro porrones, con caras pintadas de blanco y nariz de payaso, sin tecnología, sin música sofisticada y con alguna incursión a ritmo acelerado en la vieja commedia dell’arte . Una obra en la que se enfrentan dos generaciones familiares y dos visiones opuestas del teatro: la hija, Diana, quiere olvidarse del teatro de calle con toques circenses que ha practicado la familia y dedicarse al teatro belga hipermoderno, performático e informático. Un teatro agrio y frío, puntualizan los padres.

Una imagen de 'Travy'
Una obra que acaba de ser representada con gran éxito en Madrid y ahora aterriza en el Teatre Romea con su ingenio, su humor descacharrante y una poesía que enamora, pese a que Quimet Pla, en su línea, recomienda claramente en la pieza “evitar la poesía, porque si no se nota que no tienes nada que decir”. Añadido a todo eso el “giro dramático de los acontecimientos” que vive la obra y que también atraviesa las fronteras de la ficción y la realidad, Travy se ha convertido en un clásico contemporáneo de visita simplemente obligada.