El pasado 16 de julio, sin dejar reposar el éxito de la selección española en la Eurocopa, el Real Madrid presentó con toda la pompa a Kylian Mbappé, fichaje perseguido por el club blanco durante años (siete, desde el primer intento) que entroncaba con el lado más genuino de Florentino Pérez en forma de rebrote galáctico. Bendecido implícitamente como sucesor de Cristiano Ronaldo, aunque con más retraso del previsto, la operación encajaba con el dicho “a rey muerto, a rey puesto” y buscaba un impacto mundial de carácter mercantil ligado indefectiblemente al rendimiento del francés en el campo. Mbappé se besó el escudo aquel día, su madre lloró a lágrima viva y Florentino tildó la jornada de histórica ante un Bernabéu abarrotado con 80.000 espectadores. El madridismo abrazaba a Mbappé y se esfumaba el resentimiento por sus sucesivos plantones.
Los ecos de aquella fiesta se van apagando sin embargo cuatro meses después. El jugador, un crack sin discusión además con la edad perfecta (25), comparece raramente encogido durante los partidos. Motivos futbolísticos pero sobre todo anímicos le tienen bloqueado. Su integración en el vestuario no es la esperada y en el campo sus compañeros (Bellingham y Brahim en San Mamés) le empiezan a recriminar que trate de empezar y acabar las jugadas él mismo, vicio propio de los futbolistas que no manejan bien la presión y quieren recordar quienes son en cada acción. Para colmo, suma dos penaltis fallados, en Anfield y ante el Athletic, lanzados ambos con el pie agarrotado, a media altura y sin su habitual instinto letal. En Bilbao, fue el jugador del once de Ancelotti que intervino en menos acciones: 44.
La denuncia por violación en Estocolmo sigue en vía judicial pese al silencio en la capital
Total, que el tipo parece otro y reaparece ahora el resentimiento del merengue estándar hacia su figura, objeto de deseo durante años pero incapaz de cumplir con unas expectativas tan altas como interminables fueron los prolegómenos a su llegada. No es un buen momento para Mbappé en líneas generales. El mito francés abandonó el PSG, donde era el rey de su propia ciudad, seducido por la grandeza del Madrid y sus Copas de Europa, y su país ya no le quiere como antes. Renunció a los Juegos Olímpicos de París y Didier Deschamps, el seleccionador, le excluyó de la última convocatoria escamado por lo que sucedió en la penúltima: el jugador alegó para ausentarse una lesión que nadie se creyó.
Lo que hizo Mbappé durante aquellos días de octubre lo ennegreció todo. El futbolista no se dedicó a recuperarse sino que aprovechó para tomarse unas pequeñas vacaciones. El día 9 se desplazó a Estocolmo en avión privado con su séquito (entre ellos asistente y guardaespaldas), se hospedó en el lujoso Bank Hotel de la capital de Suecia, fue fotografiado a la salida de un restaurante encapuchado y con una mascarilla para no ser reconocido y, ya de noche, según el diario Aftonbladet , pasó el tiempo en un local llamado V situado en la zona de Stureplan frecuentado por gente famosa. Allí, según el mismo medio, se llevó a cabo una fiesta privada en la que los invitados, en su mayoría mujeres, debían dejar sus móviles en la entrada para evitar grabar imágenes.
Al cabo de unos días apareció publicada una información que dio la vuelta al mundo: una mujer, después de recibir atención médica, había denunciado ante la policía una violación coincidiendo con el día de la fiesta y, según el diario Expressen , señalaba presuntamente a Mbappé. Que el ruido de aquel caso se haya silenciado en Madrid no quiere decir que la vía judicial abierta no siga su camino.