Apenas mide 142 centímetros y pesa 47 kilos. Vista de primera mano podría parecer muy poquita cosa pero su presencia es capaz de iluminar y de llenar recintos tan maravillosos como el pabellón de París-Bercy donde se desarrolló la competición de gimnasia artística en los Juegos del pasado verano. Simone Biles regresó por la puerta grande a una cita olímpica tras sensibilizar a todo el mundo en Tokio con los problemas mentales que puede llegar a sufrir una deportista en la alta competición. La estadounidense se recuperó de aquel colapso que la atrapó en Japón y tres años después se colgó cuatro medallas, un triplete de oros y una plata.
Se convirtió en la primera gimnasta en ser campeona olímpica dos veces de forma no consecutiva en el concurso individual completo, se llevó la final por equipos y también la de salto y fue plata en el ejercicio de suelo. Pero, sobre todo, demostró estar recuperada totalmente para la primera línea. “Había mucho en juego para mí personalmente, porque tenía mucho que demostrarme a mí misma, pero una vez que todo terminó, me sentí muy liberada”, declaró antes del estreno del documental que emite Netflix Simone Biles: Rising . “Siento que se necesita mucha gente que te apoye detrás de un éxito. Cuando subo a un podio pienso en toda esa gente”, añadió la estadounidense.
La estadounidense volvió a la cima tras su bloqueo de Tokio y el francés se convirtió en un fenómeno de masas
Más allá de los triunfos dejó una de las imágenes más bonitas de los Juegos cuando en el podio de la final de suelo ella y su compatriota Jordan Chiles hicieron una reverencia a la vencedora y rival, la brasileña Rebeca Andrade, oro en París. “Es una reina. La adoro. Por eso hicimos la reverencia. Soy su fan número 1. Es increíble. Solo puedo decir cosas buenas de ellas”, argumentó Biles.
Si la gimnasta se lució también lo hizo el nadador Léon Marchand, el auténtico rey de La Défense Arena, la piscina que se abarrotaba cada día para vibrar con el francés, ídolo local que se proclamó cuatro veces campeón olímpico en París y añadió un bronce en el relevo 4x100 estilos para su colección. Marchand fue el dominador de los 200 y 400 estilos, de los 200 mariposa y de los 200 braza. Su portentosa actuación se ganó los elogios del más grande de la historia, Michael Phelps. “No tiene nada que envidiarle a nadie”, afirmó Phelps sobre Marchand. El francés se puso en manos del entrenador Bob Bowman, el mismo que cinceló la carrera de la locomotora de Baltimore. Y bajo su manto Marchand, hijo y sobrino de nadadores, se propulsó. En 2021 le mandó un correo electrónico a Bowman pidiéndole que le entrenara y así empezó a construir su propia leyenda. “El plan fue tenerlo listo para la cita, no para dos semanas antes. Le dije que se concentrara, no que se obsesionara. También aprendió a gestionar la presión de los medios para que no le robaran mucho tiempo. Consiguió rendir en la competición mucho mejor que lo que lo estaba haciendo en los entrenamientos”, indicó el entrenador. Un tándem perfecto que desembocó en un fenómeno de masas, sobre todo en Francia.
“La gente me da las gracias por la calle, pero en la piscina no hay mucha gente esperándome. Después del entrenamiento, por supuesto que ya no puedo ir a un restaurante así como así ni de compras solo. Tengo que planearlo con antelación, ir con otras personas, o si no, me escondo debajo de una gorra y unas gafas. En la mayoría de los casos, es suficiente”, razona Marchand sobre las consecuencias de su año triunfal.
Tras los Juegos se tomó un receso y no volvió a competir hasta octubre. Se lo había ganado.
Una retirada ilustre
El adiós de Rafa Nadal
En la noche de Málaga, martes de otoño en el pabellón Martín Carpena, once mil apesadumbradas almas contemplaban el adiós de Rafael Nadal (38), espíritu decisivo en la historia del deporte. Tras un año de dimes y diretes, condicionado por el abanico de lesiones que ha interrumpido sus últimos años de carrera, Nadal interpretaba que su camino había llegado a su fin. Basta: así se perdía la segunda pata del ‘Big Three’ (queda Novak Djokovic, ya veremos por cuánto tiempo), y definitivamente se abrían paso las nuevas generaciones del tenis, Sinner, Alcaraz, Rune, quizá Sebastian Korda... 22 títulos del Grand Slam, catorce títulos en Roland Garros envuelven al icono manacorense, hoy un paterfamilias dispuesto a centrarse en la educación del pequeño Rafael (2) y en el desarrollo de su magnífica academia en Manacor, también un alma herida por su cierre, pues se había producido en unas circunstancias incómodas, perdiendo ante el neerlandés Botic van de Zandschulp y acelerando la eliminación del equipo español en los cuartos de final de la Copa Davis. Sin Rafael Nadal y sin Garbiñe Muguruza (31), ganadora de dos títulos del Grand Slam, retirada meses antes, en abril de este mismo año, el tenis español queda mermado, esencialmente en manos de Carlos Alcaraz, fenómeno del presente y el futuro.