El Barça funcionó en Barbastro con más propiedad en el campo que en los despachos. Jugó sin Dani Olmo y Pau Víctor, que no entenderán nada de lo que les ocurre. Les contrataron, pero no les garantizaron el primer derecho laboral: el puesto de trabajo. Entraron en el equipo de prestado, comenzada la temporada de Liga, por la baja de larga duración de Christensen, situación de difícil digestión para cualquier profesional y, en el caso de Olmo, de una estrella internacional del fútbol.
El Barça pagó al RR Leipzig 60 millones de euros por unos servicios que posiblemente hayan concluido. Basta que la Liga de Fútbol Profesional mantenga borrada su inscripción federativa para que Olmo se convierta en el fichaje más caro en la historia del fútbol. Si el jugador, que ya está en condiciones de elegir el destino que quiera, decide incorporarse en enero a otro club, el Barça se encontrará en la obligación de abonarle 50 millones de euros, 10 millones por cada año de contrato.
Sería muy raro que esta astracanada no tuviera grandes consecuencias
En total, el montante total de la operación Olmo se cifra en 110 millones, un desastre monstruoso que afecta a todas las regiones del club: institucional, económica, deportiva y social, por no hablar del daño a la reputación. Sería muy raro que esta astracanada no tuviera profundas consecuencias, pero el Barça ha adquirido la costumbre de flotar como un corcho entre sus constantes convulsiones.
El caso no está cerrado, aunque a los dos grandes organismos del fútbol español, Liga y Federación, les costaría cualquier asomo de credibilidad si recogen velas y toleran lo que no está permitido en sus reglamentos: reinscribir dos veces a un jugador en el mismo equipo y en la misma temporada. Significaría el regreso a los años que convirtieron al fútbol español en un chiste, coronado por la reinstalación del Sevilla y el Celta en la Primera División, después de decretarse sus descensos administrativos por incumplir la normativa económica. Se impuso entonces la política. Los dos clubs llenaron las calles con sus masas, se achicaron los políticos y las consecuencias todavía se están pagando: el descrédito, el ¡Viva Cartagena! en el fútbol español y la Liga de 22 equipos, ahora afeitada a 20, excesiva a todas luces.

Robert Lewandowski celebra uno de sus goles contra el Barbastro
Queda por ver el recorrido político de este caso. Se empieza a hablar de un posible recurso ante el CSD, que no es otra cosa que el Ministerio de Deportes con otro nombre. Por lo demás, no son tiempos cualquiera en el ámbito. Está claro que el Barça empujará en todos los frentes, pero la realidad de su situación se manifestó en Barbastro, donde Flick tuvo que prescindir a la fuerza de Dani Olmo y Pau Víctor. A ese escenario se aboca el equipo, que comienza la segunda mitad de la temporada sin un jugador imprescindible (Dani Olmo) y otro (Pau Víctor) que completa de buen grado el fondo de armario del Barça.
La respuesta en Barbastro fue impecable. Flick transmite la sensación de estabilidad que no se detecta en la directiva. Otro caso, el de Heurtel en la sección de baloncesto, abona a la perplejidad general. En medio de la constante agitación y de las dificultades que encontró desde su llegada -la lesión de Araújo en la Copa América permitió la inscripción federativa de Iñigo Martínez-, Hansi Flick se ha caracterizado por un admirable estoicismo. Ni ha entrado en ebullición, ni se ha declarado víctima de nada. Ha hecho un gran trabajo -en Barbastro, el Barça jugó como si todo fuera como la seda en el club- en circunstancias francamente delicadas. La última, el caso Olmo, más que delicada. Impropia de un club como el Barça.