I love Lamine Yamal

Barça, campeón

I love Lamine Yamal
Escritor y periodista

Cuando le preguntaron a qué atribuía su éxito, el cantante Freddy Mercury respondió: “A mi carisma general, por supuesto”. Es una respuesta que podría aplicarse al potencial, presente y futuro, de Lamine Yamal. Es, sin embargo, una respuesta incompleta, ya que este carisma no se habría desarrollado sin el complemento de la preparación, la educación, la determinación y un entorno capaz de reforzar estas virtudes innatas y, sobre todo, de no estropearlas.

La senda del carisma no es obligatoria. Leo Messi, por ejemplo, el mejor jugador de la historia del club y probablemente del fútbol, ha marcado la historia gracias a un talento persistente que huía de las servidumbres de lo que entendemos por carisma. Ronaldinho, en cambio, es un caso de híbrido entre talento y carisma, que participa de la larga lista de líderes de importación –los carismáticos Kubala y Cruyff– que, a conciencia o por azar, han definido su identidad. Este contexto cambió cuando Messi fue adoptado por el sistema de la Masia y, más allá de cualquier expectativa, se afirmó como protagonista plenipotenciario de la edad de oro del Barça.

El desparpajo del jugador conecta con los códigos de las insaciables redes sociales

LY actualiza esta línea. Si Leo Messi nunca dejó de cultivar su argentinidad en el exilio, LY representa una catalanidad social y cultural genuina, impensable el siglo pasado. En su caso, ser de casa significa tener tanto raíces culés como catalanas. Es una catalanidad que una parte de la sociedad rechaza con prejuicios o racismos reaccionarios. Pasó con la Francia multicultural de 1998 o cuando LY y Nico Williams dinamitaron los tics chusqueros de la españolidad con una alegría patrióticamente contracultural.

El triunfo de la Eurocopa encontró en estos jugadores unos nuevos símbolos muy apetitosos para patrocinadores y agentes (Jorge Mendes en el caso de LY), decisivos a la hora de propulsar o prostituir su carrera. La conexión con las generaciones de aficionados jóvenes –niños, adolescentes– y el desparpajo del jugador conectan con los códigos de las insaciables redes sociales, que rápidamente detectaron el flow de LY con la convicción de que, de tanto repetirla, la idea acabaría cuajando. Sus gustos musicales, su manera de celebrar los goles y su actitud desinhibida a la hora de transgredir la norma meritocrática convencional destilan un atrevimiento que la palabra flow resume con eficacia. En el mundo del rap, el flow es un compendio de ritmo, cadencia y velocidad de interpretación. Es la expresión de una manera de sentir, con el cuerpo y la voz, tanto las sensaciones como las emociones.

Barcelona's Lamine Yamal celebrates after scoring his side's second goal during the Champions League round of 16 second leg soccer match between FC Barcelona and SL Benfica at the Lluis Companys Olympic Stadium in Barcelona, Spain, Tuesday, March 11, 2025. (AP Photo/Emilio Morenatti)

Lamine Yamal ha hecho célebre la firma de sus goles conel número 304 con sus manos. Los dígitos hacen referencia al código postal del barrio de Rocafonda (08304), donde se crió, en Mataró

Emilio Morenatti / Ap-LaPresse

Aplicada al fútbol, esta idea funciona a través de una fluidez que remite al concepto neurocientífico de flow , anterior al rap. Es un concepto que intenta definir un estado mental concreto. Cuando el cuerpo y el espíritu se coordinan para centrarse en la inmediatez, propician un estado de intensa concentración, que se desliza sobre el tiempo a través de una sensación de bienestar y plenitud. Es un cóctel de dopamina, serotonina y endorfinas. En el caso de las actividades públicas –no se me ocurre una actividad más pública que el fútbol–, este f low se comparte con el público, que multiplica su onda expansiva e invita a tomar riesgos y a renunciar a los patrones convencionales.

Es un flow estético –ponerse dos gafas de sol, andar con una elegancia vacilona – y también conceptual. El juego de LY tiene este componente de creatividad plástica –pases con el exterior, tiros de rosca, ruletas– y de voluntad coordinadas a través de un instinto racional intransferible. Unas reacciones que esbozan el perfil de un jugador que, de entrada, nos recuerda más a la fanfarronería del Neymar que pudo ser y no fue que al Messi consagrado de la introversión de clan. Precisamente por eso, el magnetismo mediático y la estridencia mercadotécnica que suscitan LY y su entorno recuerdan al séquito del brasileño. Hasta hoy, sin embargo, el jugador no solo no ha perdido el norte sino que parece controlar más el entorno que al revés.

Xavi lo hizo debutar con quince años. Luis de la Fuente, con dieciséis. Es una precocidad que los comentaristas resumimos repitiendo que, en estas circunstancias, “cualquier otro se volvería loco”. Después de escuchar este diagnóstico, sin embargo, LY siempre consigue, con un regate cargado de flow , una respuesta escandalosamente madura en un mundo de frivolidades, obviedades y ramalazos bocazas, recordarnos que él no es “cualquier otro”.

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