“Efe’tivamente, no cabe duda qu’er fúrbol es así: unar vece se gana, otrar se pierde... El míster nor dice que, por mucho que protestemo, el árbitro siempre tiene la razóng, y que ‘temo tranquilo, que si trabajamo bieng, lor resultado shegaráng”. De adolescentes, con los amigos, nos gustaba imitar a los jugadores cuando hacían declaraciones, todavía sudados, de camino hacia el vestuario. El uso indiscriminado de adverbios entre resoplidos, de frases hechas y de lugares comunes, el esfuerzo evidente por sonar adultos y profesionales, aliñados por los mil y un acentos y sonsonetes con que se habla el castellano en el mundo del fútbol, vengas de una región de España, de un país de Sudamérica, o de una potencia extranjera, hacían las mil delicias del grupo. Eran gente a quien admirábamos, que practicaban el mismo deporte que nosotros y que hacían el esfuerzo evidente de hablar aseado. Como intentábamos hacer nosotros en clase, seguramente. O en la vida. Han pasado muchos años, desde entonces. Pero esta tensión lingüística entre la espontaneidad del niño, o del hombre de acción, y la solemnidad que se autoimpone delante de un micrófono, entre lo que solo es un juego y su relevancia social, sigue siendo una de las grandes joyas del fútbol. Ver a Gavi desabrochándose en rueda de prensa, por ejemplo, hace un par de meses: “Sí, es cierto lo que dices”, concedió. “Mucha gente se cree que no sé jugar a fútbol. No tienen ni puta idea”.
Gavi junto a Lewandowski en el Estadi Olímpic de Barcelona
Martí Perarnau acaba de publicar el espléndido El fútbol y sus filósofos, un poco en esta línea. Establece un intercambio entre los mejores entrenadores del fútbol y los grandes pensadores de la historia de la filosofía, modernos y de la antigüedad, a partir de sus frases más célebres. Muchas de ellas, desde “El fútbol es un estado de ánimo”, de Valdano, hasta “Cuanto más rápida va la pelota, más rápido vuelve”, de Lillo, deberían nacer como reflexiones al vuelo de una contienda, pronunciadas a pie de campo o estampadas en una retahíla como la que leéis. Sin embargo, leídas con calma, apuntan hacia posturas vitales, maneras de entender la vida, tan fundamentadas como las de los grandes clásicos del pensamiento.
De adolescentes nos gustaba imitar a los jugadores cuando hacían declaraciones
Contra el tópico que dice que el “en plan”, el “literal” o el “bro”, son algunas de las muletas lingüísticas insoslayables para los millenials, querría aprovechar la ocasión para deciros que solo hay que aguzar un poco el oído para darse cuenta de que el “al final”, es el “efectivamente, no cabe duda” de esta generación de futbolistas. Lamine Yamal, Pau Cubarsí, Eric Garcia o Marc Casadó, por nombrar a cuatro, empiezan casi todas sus respuestas con un buen “al final”. Y lo utilizan con casi tanto afán y generosidad como los que Núñez utilizaba para regar de “quicirs” todas y cada una de sus declaraciones.

