Cortocircuito en París

POR LA ESCUADRA

Hace unos años, la Universidad de Sussex publicó un estudio (George MacKerron, economista conductual) sobre las emociones de los aficionados al fútbol. El estudio se centró en la felicidad y la tristeza y concluyó que la tristeza de la afición que pierde es más intensa que la felicidad de la afición que gana.

Traducido en cifras: la victoria aumenta la felicidad en un 3,5% mientras que la derrota aumenta la tristeza en un 7,2%. Televisivamente, la final de la Champions del sábado confirma que la felicidad de los jugadores, técnicos y aficionados del PSG es mucho más espectacular, magnética y mediática que la tristeza de la tribu milanesa del Inter.

Paris (France), 31/05/2025.- French firefighters extinguish a street fire as clashes erupt between French police and fans of PSG celebrating their team win of the UEFA Champions League final between Paris Saint-Germain and Internazionale Milano, Paris, France, 31 May 2025. (Liga de Campeones, Francia) EFE/EPA/CHRISTOPHE PETIT TESSON

Paisaje después de algunos incendios en las celebraciones en París 

Christophe Petit Tesson / Efe

Seguir una final de Champions sin el factor identitario es un ejercicio saludable. Permite disfrutar de las emociones sin participar de la militancia emocional. El espectáculo se reivindica a través de un juego vistoso, muy competitivo, coherente con las tendencias más exitosas del fútbol actual.

Para los culés, el liderazgo triunfal de Luis Enrique provoca un cortocircuito emocional. Por un lado, el afecto que podamos sentir por él debería inclinar la balanza a favor del PSG y no del Inter, que, además, es el equipo que nos eliminó. Por otro lado, el PSG se ha ganado a pulso su condición de antagonista y villano global. Simboliza una nueva oligarquía con códigos propios de orgullo y de aplicación de formas de opulencia tristemente impunes.

La tristeza de la afición que pierde es más intensa que la felicidad de la afición que gana

Por suerte, la energía narrativa del fútbol logra superar los prejuicios y los principios y, al final, sonríes, ya sea porque has visto un equipo ganar con un juego felizmente ofensivo, ya sea porque Luis Enrique es el mismo entrenador que dirigió al Barça en nuestra final de Berlín. 

Pasadas las horas, sin embargo, emerge el paisaje de después de la batalla. A las 10 h de ayer, la cadena de televisión BFM daba los datos sobre el efecto devastador de la celebración. No sé qué habrá pasado a partir de las 10h pero, hasta entonces, el balance era: 148 incendios, 1 muerto (de diecisiete años) a causa de una puñalada en una fan zone, 216 detenidos, 13 policías y 192 ciudadanos heridos y 46 vehículos quemados. Este tipo de emoción no aparece en el estudio de la Universidad de Sussex.

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Son datos que reforzarán la antipatía y el menosprecio que muchos aficionados –y muchos parisinos– sienten por el PSG y por la parte más fanática de su afición (se la reconoce fácilmente: en vez de llevar la camiseta, prefieren ir desnudos de cintura para arriba).

Que sea un club financiado por Qatar y los petrodólares no debería ser una razón vinculante teniendo en cuenta que otros clubes importantes (el Manchester United o el Newcastle) también forman parte de esta élite. La antipatía viene de lejos, de cuando el PSG se fundó, en 1970, y de cuando, pocos años más tarde, ya protagonizó escándalos de reventa de entradas falsas, corrupciones y, en el palco, la ostentación de un postureo VIP que abolía la tradición popular de los estadios. 

En realidad, fue el precedente de lo que hoy es habitual –taquillas dinámicas, estridencias y voracidades de marketing en los estadios, oscurantismo financiero, narconarcisismos , reconversión de un entretenimiento popular en lujo para turistas– en los templos –también en el futuro Camp Nou– futbolísticos de todo el mundo.

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