Era alto, guapo, rico y de Girona. También era culé, a la manera de los que combinan los privilegios de la tribuna y una pasión genuina por la parte más creativa del escudo. Tenía una simpatía que, según cómo, podía intimidar porque, en un mundo de falsas modestias disfrazadas de complejos de inferioridad, elegía el camino de la contundencia, la audacia (Issac Asimov dixit: “Mi filosofía de vida es que las dificultades desaparecen cuando las afrontas con audacia”) y una determinación que asumía el factor del riesgo.
Se llamaba Toni Cruz y alcanzó la cima de la popularidad y del éxito en ámbitos tan diversos como la música popular, el entretenimiento televisivo y la creación y comercialización de formatos audiovisuales. Como ideólogo de La Trinca, apostó, con diferentes compañeros de aventuras (especialmente los hermanos Josep Maria y Joan Ramon Mainat), por defender la alegría festiva en una época que mitificaba la resistencia flageladora.
Gestionar el éxito de los demás es un deporte muy popular, sobre todo entre los que no tienen éxito
Cruz y sus compinches cantaban y montaban shows de altísima categoría –el Mort de gana show de aquellos memorables conciertos en el Romea– sin renunciar a dos anatemas: divertirse y ganar dinero. Todo lo que hizo –incluido el impulso altruista de Barça One– buscaba el equilibrio entre la calidad de la oferta y la máxima demanda. Como culé, conviene buscar su pedigrí en fósiles como aquella “ Botifarra de pagès” de 1976.
No es solo una canción: es un viaje en el tiempo que conecta con la estrepitosa butifarra de Joan Laporta al enterarse de la inscripción de Dani Olmo. Un viaje que anticipa –la letra de la canción es un ejercicio de sarcasmo de una precisión visionaria– el sentido de idolatrías innegociables (Cruyff, Cruyff, Cruyff), el alma puñetera de los culés y la manía depredadora que transforma la explotación de una marca con el mismo furor con el que, en otra vida coherente con la de La Trinca, explotó, desde Gestmusic, la primigenia Operación Triunfo .
El barcelonismo de Toni Cruz también entendía que no siempre puedes gustarle a todo el mundo. Es más: hay gente a la que si le gustas, debes empezar a sospechar. En estos días en los que se habla tanto de los dieciocho años de Lamine Yamal y de su fiesta de aniversario, se me ocurre que Cruz tendría opiniones interesantes sobre el jugador y los recelos que suscita. Opiniones que se saldrían del catálogo de moralismos acomodados de los que, atrapados por una plaga gregaria, insisten en “gestionar” la juventud y el talento del jugador. El viernes pasado, el concurso Tu cara me suena de Antena 3 (uno de los grandes éxitos del equipo de Josep Maria Mainat, Toni Cruz, Tinet Rubira y Jordi Bosch) lo ganó Melani, que ya había deslumbrado en programas como La Voz kids o el Eurovisión Júnior y que tiene (pausa dramática) dieciocho años.
Entre las cosas que ya no podrá hacer Cruz está la optativa tutela inteligente que, desde la complicidad y la capacidad de entender las circunstancias del éxito desde la propia experiencia, ayude a hacer que las cosas imposibles que consigue Lamine Yamal nos sigan deslumbrando. Gestionar el éxito de los demás es un deporte muy popular, sobre todo entre los que no tienen éxito. Por eso echaremos de menos el barcelonismo audaz de alguien que cultivó el éxito con una constancia casi insultante. Alguien que cuando se tropezaba con interlocutores demasiado intransigentes, estúpidos o cagadubtes , sentía la tentación de activar la fórmula infalible del “ Un, dos, tres, botifarra de pagès!”