Su imponente nombre produce escalofríos. Sus espectaculares rampas son temidas allende. Su fama le precede. Su presencia asusta y asombra a partes iguales. Es el Angliru, la cima asturiana que en poco más de un cuarto de siglo –se subió por primera vez en la Vuelta en 1999– se ha convertido en histórico, en una referencia. Y el enorme puerto no defrauda, hace justicia a la expectativa, porque depara un mano a mano entre los dos grandes aspirantes a triunfar en Madrid: Vingegaard y Almeida. Nada puede ensombrecer el duelo de los dos primeros de la general. Ambos se enzarzan en una pugna por ser los herederos del Chava Jiménez, de Heras, de Contador o de Roglic, conquistadores de lo imposible.
Se llega y se sube el Angliru y parece que solo este puerto pueda hacer aparcar mínimamente la atención de la cacerolada con la que despide Cabezón de la Sal al equipo Israel-Premier Tech. O eso esperan Cepeda, Jungels y Vinokurov, los tres escapados. Pero justo después de La Vega de Riosa, justo donde arranca la ascensión de 12 kilómetros se encuentran una nueva protesta. Una pancarta propalestina y que pide el cese del genocidio en Gaza se les cruza en el camino. Los tres tienen que poner el pie en el suelo y pararse. (El incidente se saldó con 12 detenidos por desórdenes públicos). Si era casi impensable que la fuga coronase, eso les termina de condenar, porque por detrás el UAE, en su apuesta valiente por endurecer la etapa desde el alto del Cordal, les quitan casi un minuto. “Eso te desconcentra. He perdido el golpe de pedal”, se resigna Cepeda, el ecuatoriano del Movistar.
Nuevo incidente
Justo donde arranca el mítico puerto, una protesta propalestina se cruza en el camino y frena a los escapados
Pero después la atención se desvía a lo deportivo, porque el final de etapa es tan duro e increíble que puede ser juez decisivo de la Vuelta. Así también lo piensa Matxin, el ideólogo de la táctica del UAE, que lanza un órdago para enseñar que no se van a conformar con ganar etapas –llevan casi el 50%– sino que quieren poner en aprietos a Vingegaard y el Visma y luchar por el triunfo final.
Ivo Oliveira empieza a marcar el ritmo y cuando no puede más reparte sus bidones, uno a Vine, que le toma el relevo, y otro a su compatriota Almeida, su baza. La empinada zona de Les Cabanes, al 22%, la hace ya un encendido Grossschartner, que deja el grupo en siete unidades. Y a 6 de meta le toca a João Almeida, que en una subida que no es la mejor para sus condiciones, da una exhibición de concentración y poderío. Casi sin mirar atrás, siempre hacia el horizonte, se adentra en ese infierno donde encuentra muchas banderas portuguesas, como si sus paisanos supiesen lo que estaba tramando.
“Ha sido muy emocionante. Es la subida más dura del mundo. Es una locura, menudas rampas”, constata en la meta. Llagos, Les Picones, Cobayos, la mítica Cueña Les Cabres, El Aviru y Les Pedrusines, el último gran escollo. Todas esas inclinadas cuestas las devora Almeida, convencido, crecido, sin importarle que quien viaja a su rueda es Vingegaard, todo un doble vencedor del Tour.
Mano a mano
El UAE hace saber que no se va a conformar solo con ganar etapas y quiere también pelear el triunfo final
Hace un rato ya que el ritmo del portugués ha sacado los colores a Pidcock y después a Hindley, y los desbanca de la pelea. El británico se retuerce, el australiano aguanta un poco más, pero ambos entienden en el Angliru que están un escalón por debajo.
Y Almeida, sentado, parece Indurain en La Plagne, hierático y sereno, imperturbable. Detrás Vingegaard baila en el bici. También quiere ganar. En Bilbao se quedó con las ganas. Pero va al límite. Su rival le lleva con el gancho. El esfuerzo es agónico.
Entre los dos, la montaña elige a Almeida, que se lo merece por su osadía y su ambición. Dice la leyenda que los líderes de rojo nunca ganan en el Angliru y ya son once visitas así. Y Vingegaard ni siquiera puede adelantarle y esprintar. “Para ser sincero sí que me hubiera gustado ganar hoy, estoy un poco decepcionado pero Almeida ha estado súper fuerte”, admite. “João ha ido eliminando uno a uno a todos. Hemos hecho la primera de las grandes batallas que quedan en la Vuelta”, elogia Matxin a su ciclista, el elegido por su nobleza.