Recuerdan el “¿Gracias Kevin Roldán, contigo empezó todo” de Gerard Piqué? Claro que sí pero al hacerlo, como en las películas de Hitchcock, hay algo que nos bloquea la memoria. Círculos sicodélicos en azul y grana, una música insinuante… No, no queremos recordar que en 2015 en la celebración del 30 aniversario de Cristiano Ronaldo, éste montó un fiestón y contrató por 250.000 dólares al cantante Kevin Roldán. Aquello, para Piqué, para el relato de nuestro cíclico asalto a los cielos, fue el principio del fin del poder futbolístico en la liga española para el Real Madrid. El Todo que empezó en esa fiesta fue la demolición de la Casa Usher.
¿Por qué nos cuesta recordar con nitidez ese momento de la historia del anti-madridismo? Es probable que sea porque hace poco sucedió algo parecido en el Universo Barça. En concreto en la celebración lujosa, aparatosa, hiperbólica y casi socialmente violenta de la entrada en la mayoría de edad de su estrella. La historia rima, ya saben, si no se repiten y ojalá ya no nos toque a nosotros. Los proyectos se alzan desde el hambre, la fe y la austeridad y caen desde la abundancia, el acomodo y el lujo. Siempre acabas muriéndote. Siempre acabas siendo peor que el que aún no eras. La cuestión es moderar la caída. Ser Messi. O Cristiano. O Djokovic. O Gasol.
El socio no paga el asiento para ver cómo los héroes se comportan como en una película de Guy Ritchie
Decía Heráclito que el destino es el carácter así que no tratemos de ir contra el sino de Lamine, Gavi, Fermín o Raphinha. De ellos depende y ni ellos mismos son responsables de cómo son, que hacen y harán, como irá todo. Quizás, se pueda cuidar el entorno dentro y fuera del vestuario (la pérdida de Iñigo Martínez es luctuosa), tratarlos con deferencia pero también sin caprichos. Moderar nuestra prosa y nuestra épica. Al fin y al cabo, ejemplos Neymar los tienen y tenemos a mano.

Fermin Lopez, Lamine Yamal y Pablo Gavi
Hay que atender a la especial configuración de críos con un talento especial en una sociedad que paga mucho por eso, que se han esforzado desde niños, muchas veces perdiendo partes de su infancia. Que, en ocasiones, vienen de contextos carenciales y humildes. A los que se les exige, encumbra y denosta con suma facilidad. Son nuestros juguetes. Y como en Toy Story llega el día que ya no jugamos con ellos. A veces olvidamos que, en cada traspaso de un chaval del Barça, en cada baja y cesión, en cada descarte, hay un hombre o mujer roto que debe recomponerse y asumir el resto de sus vidas sin su principal sueño. Estos chavales aun los que se quedan con nosotros y triunfan tienen un destino trágico de cincuenta años después de dejar de ser lo que son.
Se ha de ser comprensivo pero también exigente. Y si alguien hace el capullo, se le debería decir. El socio y el aficionado no paga su asiento y sus plataformas, no se rellenan programas en televisiones y medios públicos para ver cómo tus héroes se comportan como si estuvieran dentro de una película de Guy Ritchie. No por nada sino porque llega el día en que resulta imposible entrenar tu cuerpo y mente, jugar, competir, ser solidario, sentir emociones y responsabilidades y una vida de falso gángster hortera y exigirte en el deporte de máximo nivel.
No es que uno quiera ir de Casandra, simplemente, tenemos una generación, unos chavales, un entrenador que solo su propia decadencia espiritual puede arruinarnos. Sin Kevin Roldán, eso sí. Y sería una pena.