El radar de Flick detecta peligro

Por la escuadra

Algo en el equipo le dice a Flick que no funciona como le gustaría. Tres partidos de Liga y en cada uno de ellos se han escuchado los reproches del entrenador del Barça a sus futbolistas. Nada serio, se puede pensar. Dos victorias y un empate, todos los partidos fuera de casa, aunque nadie sabe cuál es la casa del Barça en estos tiempos. Es el hotel de los líos.

El equipo ha comenzado a buen ritmo. Tiene los mismos puntos que goles, siete. Ha encajado tres, dignos de analizar porque explican la desazonada respuesta de Flick después de cada encuentro. En Mallorca, se quejó de la falta de ambición del equipo frente a un rival que jugó con dos futbolistas menos desde el minuto 39. No fue el equipo intenso, apabullante, de la temporada anterior, que comenzó con 10 victorias consecutivas, incluido su memorable 0-4 al Real Madrid en el Bernabéu. La respuesta contra el Levante fue peor aún, hasta el punto del dramatismo. El Barça levantó dos goles, más que significativos por los desconciertos defensivos, que no se corresponden exclusivamente con las concesiones de su línea de zagueros, responsable en gran medida de los éxitos que se cosecharon la temporada anterior.

Se entienden las quejas del técnico, un claro aviso de un entrenador que habla claro

Es cierto que Flick no termina de encontrar la defensa. Sólo Balde, ahora pendiente de las consecuencias de una lesión muscular, ha disputado todos los partidos como titular. Las otras tres posiciones se han repartido entre Eric Garcia, Koundé, Cubarsí, Araújo y Christiansen. Demasiada agitación para tan poco recorrido en el campeonato.

Se entienden las quejas de Flick, pronunciadas en público, un claro aviso para navegantes de un entrenador que habla claro y no evita las emociones. No es hombre de politiqueo y medias tintas. Tardó dos años en abandonar el Bayern de Munich, donde llegó de puntillas –sustituyó a Nico Kovacs, bien entrada la temporada 19-20, el equipo en caída libre– y conquistó todos los títulos en juego al primer intento. No le gustaba lo que veía en el gigante alemán y decidió marcharse.

Todo indica que el radar de Flick detecta problemas que requieren una rápida corrección. Afectan la estructura del equipo, menos en asuntos tácticos que en cuestiones de compromiso. Como siempre, son defectos que se hablan en voz baja, o no se hablan, porque afectan a algunos de las grandes estrellas del equipo y particularmente a Lamine Yamal.

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Hansi Flick habla con Andreas Christensen en Vallecas 

Manu Fernandez / Ap-LaPresse

Tiene 18 años, pero ya ha asumido la jefatura del Barça, dentro y fuera del campo. Es visible también su creciente desafecto por los esfuerzos defensivos. Persigue menos, se desentiende más. Es un síndrome habitual en las estrellas consagradas, de Messi a Cristiano, de Mbappé a Vinícius. En algún momento de sus carreras decidieron ganar partidos y ahorrarse los esfuerzos que también les correspondían. No convenía hablar de ello. Las victorias eran suyas; las derrotas, de los demás. A Lamine le sobra juventud y vitalidad para no caer en vicios tan tempranos. Es el mejor futbolista del planeta, un privilegio para el Barça. Flick es el primero que lo sabe y, con toda seguridad, el más interesado en desactivar cualquier tentación acomodaticia en Lamine y en las figuras del equipo.

Dos de los tres goles que ha recibido el Barça fueron precedidos por dejaciones defensivas de Lamine: en Mallorca perdió la pelota con Manu Sánchez y no hizo nada por perseguirle, en Vallecas prefirió mirar el remate de Fran Pérez en el empate, en lugar de molestarle, un caso flagrante de abandono. No fueron acciones dignas de un líder. Tuvieron malas consecuencias, igual de preocupantes que las egoístas decisiones de Raphinha en Vallecas. De alguna manera, dijeron que corre peligro el feroz compromiso colectivo del equipo. Está claro que Hansi Flick tiene algunas razones para preocuparse.

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