El motín es Lamine

La prórroga

Entró al campo andando, para qué fingir prisa cuando el tiempo lo domina él. Dos balones le bastaron para desempatar el partido, como si lo hasta entonces difícil fuera en realidad pan comido. Pero no lo es, de ahí los murmullos de admiración ante cada regate, amago y pase. De ahí el alboroto que se formó en el estadio cuando se anunció que regresaba. El jugador sustituido fue Roony Bardghji y el intercambio de nombres evidenció el contraste entre lo prosaico y lo elevado. Lamine Yamal habita en otro nivel y los esfuerzos del extremo sueco por superar a su marcador, todos honrados y elogiables, fueron poca cosa ante el caudal que plasmó y se le adivina al fenómeno de Rocafonda. La culpa no es de Bardghji, que está superando el casting, la fase más espinosa y delicada que implica llevar la camiseta del Barça. La culpa la tiene Lamine Yamal, que es muy bueno y genera una tremenda intimidación en el adversario.

Entra Lamine Yamal y se va Bardghji, la diferencia entre prosa y verso

La mejor noticia que dejó el partido ante una respondona Real Sociedad fue precisamente esa. El Barça recupera el liderato de la Liga después de la aplastante derrota del Madrid a manos del Atlético y llega al duelo del miércoles ante el PSG con su jugador más desequilibrante de vuelta. Sus botas anticipan sublevación.

Antes de la aparición del canterano, el partido había vivido de espasmos. Los de Rashford por la banda izquierda, los de Pedri, que se sienta en la misma mesa que Lamine Yamal, traducidos en conducciones, controles y croquetas que retrotraían al mejor Iniesta, y los sustos de la Real, mucho más atrevida que la mayoría de equipos que vienen a visitar al Barça.

BARCELONA, 28/09/2025.- Los jugadores del FC Barcelona, el polaco Robert Lewandowski (d) y Lamine Yamal, celebran el segundo gol del equipo blaugrana durante el encuentro correspondiente a la séptima jornada de Liga EA Sports que FC Barcelona y Real Sociedad disputan este domingo en el estadio de Montjuic, en Barcelona. EFE/Alberto Estévez.

Lamine Yamal y Robert Lewandowski celebran el segundo gol del Barça

Alberto Estevez / EFE

Si en algo ha mejorado el grupo de Flick, programado para atacar una y otra vez, es en que ha decidido hacerse una concesión al recogimiento para controlar la última fase de los partidos si estos acaban apretados. Los cinco minutos finales ante la Real fueron prueba de ello: el Barça apagó el grifo, se quedó con el balón y los vascos no chutaron a puerta. A esa pausa podríamos pasar a denominarla “la gran lección de San Siro”.

El socio regresa a Montjuïc y no hay una sola queja, y la nave va

El partido, fútbol aparte, había obligado a los culés a regresar a Montjuïc, un viaje de vuelta con muy poca gracia porque hablamos ya de la tercera temporada lejos del hogar. Retorcido y pesadísimo déjà vu . Los plazos anunciados para iniciar la reagrupación familiar en el Spotify Camp Nou (enumerarlos da una pereza infinita) han resultado ser todos falsos, pero se han aceptado con una normalidad extraña que cada cual analiza a su manera. Aquel socio antaño contestatario ha sido aplastado por los nuevos tiempos: ya saben, los disgustos duran solo un rato porque enseguida recibimos un contragolpe a través del teléfono móvil inteligente (?) que nos distrae, sea que la culpa es del Ayuntamiento, que la abuela fuma, veinte drones que caen sobre Kyiv, 100 muertos en Gaza o la última gansada de Trump. Todo nos indigna un minuto y basta porque todo sale del mismo artilugio. Y mientras tanto la nave va, como nos enseñó Fellini, sin un rumbo predeterminado y hasta con su rinoceronte dentro, intentando que Lamine Yamal no le regatee también. Ya les adelanto que le driblará.

Esa es la gran suerte del Barça y de la del capitán del barco. De ahí la ausencia de motines. El motín, señoras y señores, es Lamine.

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