Para los que tienen cierta memoria y acumulan décadas de trayectoria, el recuerdo del Mundial de fútbol de 1978 fue mucho más que la consagración de un extraordinario futbolista llamado Mario Alberto El matador Kempes.
El fútbol, más que nunca, trascendió entonces en la política con su intento de condonar la violencia de Estado.
El 10 de Argentina, la escuadra local, maravilló sobre el césped. Pero el éxito de Kempes, exjugador del Valencia y hoy comentarista de la Liga española en ESPN (en castellano) para Estados Unidos, quedó ensombrecido por aquel hombre con bigote que le felicitó al acabar triunfal en aquella final y se puede intuir que incluso le perdonó la vida.
El dictador Jorge Rafael Videla utilizó el fútbol para blanquear una mancha de sangre imborrable. No faltaron las acusaciones de tongo y de que los dirigentes de la albiceleste compraron a equipos rivales (6-0 a Perú).
Luego hubo otros Mundiales. ¡Cómo no recordar el desastre de Naranjito en la España de 1982!, donde, en la derrota, fascinó el Brasil de Zico y Sócrates, un verdadero filósofo del balón como indica su nombre, o el del 2010 disputado en Sudáfrica y en el que se coronó la España blaugrana y periférica de Xavi, Iniesta y Busquets, un centro del campo de leyenda, todavía más socrático.
El próximo campeonato se disputa en Estados Unidos, México y Canadá, en los tres países de Norteamérica, si bien la voz cantante la ha asumido el presiente Donald Trump. Todo apunta que no tiene ni idea de soccer (o tenía, puesto que Gianni Infantino, presidente de la FIFA, goza de acceso libre al despacho oval), pero sí sabe del poder y de cómo manejarlo en su beneficio personal. Solo hay que rebobinar a julio y observar cómo Trump festejó con los jugadores del Chelsea tras ganar esa farsa ( fake ) del Mundial de Clubs.
Si bien no parece que su influencia desde la Casa Blanca llegue a tanto como lograr que gané EE.UU., Trump lanzó el aviso estos días de que tiene la intención de usar este campeonato para sus fines de tendencia autocrática, y no solo por su política migratoria.
Hay revuelo porque amenazó con quitar las sedes a ciudades que no se arrodillan ante su aura, las que, según él, están gobernadas por “lunáticos de izquierda” y en las que “cunde la inseguridad”. De inmediato surgió el temor en San Francisco, Seattle o Chicago, y en el mundo del fútbol. En principio todo indica que Trump juega de farol. El acuerdo es entre la FIFA y las ciudades, que ya llevan tiempo con los preparativos. Sin embargo, su amigo Infantino guarda silencio.