Buenos... pero odiosos

El PSG lleva años llamando la atención del Barça como un niño consentido, ansiando de la afición azulgrana un trozo del odio que siempre le dispensó al Real Madrid. La grandeza de un club prefabricado en origen como el parisino se consigue a base de títulos (con Luis Enrique ya los tiene) y equiparándose a los demás en todos los aspectos. Los equipos históricos generan clubs antagónicos pero al PSG no le bastaba con la antipatía de tres cuartos de Francia. Así que, cuando el Barça (su gente, no los directivos), abominaron de Qatar, el país dueño del PSG agarró la excusa y se vengó. La persistente lluvia de torpedos lanzada desde entonces no hace falta recordarla. Anoche cayó otro porque ganar en el último suspiro hunde más que nada al rival. Son buenos sus futbolistas, les guía un carismático líder en el banquillo, pero nunca serán admirados por estos lares debido a la gente que les acompaña en los desplazamientos, extensión incivilizada de lo que transpira la entidad. Se han salido con la suya, eso sí, han logrado lo que buscaban.

El partido respondió a esa ansiedad ambiental desde el arranque. Quizás hubo demasiada. Tampoco fue la mejor decisión que la directiva permitiese y justificase la presencia en el palco de Luis Figo. El tiempo no todo lo olvida y, aunque el odio puede canalizarse y transformarse, mezclar PSG y Figo en la misma hora y escenario fue demasiado. Sin grada de animación para cánticos precocinados, el culé, dimitido en muchas de sus funciones por abandono del club, decidió pronunciarse de forma espontánea por algo (al fin) acerca de la controvertida ocupación del palco. Lo hizo de manera natural, rechazándola sin miramientos, recuperando una mala leche propia del fútbol antiguo a través de un cántico tan conocido como políticamente incorrecto.

El PSG ha logrado lo que quería, hacerse grande a través de la antipatía que lleva años granjeándose

Ya me perdonarán pero el viaje al pasado tuvo su aquel. Sobre todo cuando Lamine Yamal, un futbolista con alma de freestyler , pareció metamorfosear esa rabia en arte en una jugada sublime que valió como un gol y cuando el Barça, minutos después, se adelantaba en el marcador con una jugada colectiva que hizo olvidar lo malo.

El partido exigía calidad pero también rebeldía, y así lo entendían los jugadores del Barça, enfrentados a un fenomenal equipo aunque, como se haya dicho, caiga mal por tantísimas cosas (la última: sus aficionados desplazados a Barcelona se pasaron el partido insultando y tirando objetos desde la grada superior a los aficionados locales, que se irían mereciendo ya volver de una puñetera vez al Spotify Camp Nou).

Lamine Yamal se apagó de pronto y la jugada más significativa del partido pasó a protagonizarla De Jong, jugador alabado en este espacio y por lo natural más frío que caliente. El neerlandés cortó un contragolpe a lo bruto, abalanzándose sobre un rival y ganándose la amarilla. La acción fue aplaudida pero marcó el cambio de tendencia. Fue rara.

Los franceses cayeron en la cuenta, empataron y pasaron a ser dominadores en la segunda parte. Fue encomiable ver a los jugadores del Barça darlo todo en cada acción defensiva, luchando por cada centímetro porque cuando los futbolistas son tan buenos esa es la medida que decanta las jugadas y las convierte en decisivas. El problema es que esos ataques fueron aumentando hasta convertirse en tromba y, ahí sí que no, el Barça nunca en la vida se ha sentido cómodo aculado más de diez minutos seguidos.

Cayó agotado. Y con un rival más al que odiar... deportivamente.

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