El hogar donde regresar

GOL SUR

El hogar donde regresar
Corresponsal en África Subsahariana

La aldea de Sangwali es la puerta a un mundo que se extingue. Hace unos meses, como se acercaban las elecciones y quería arañar votos, el Gobierno namibio asfaltó la carretera que lleva a este pueblo de casas bajas a las puertas de la reserva de Nkasa Ruapara, en la frontera de Namibia y Botsuana. Más al sur, al final del parque, permanecen casi intactas las lagunas de Linyanti, un laberinto de islas de juncos que al atardecer, cuando el sol barniza de rojo el agua, acoge a manadas de elefantes que pastan ajenos al mundo y al paso del tiempo. El lugar es un paraíso de paz, y no lo digo yo: a mediados del siglo XIX, el explorador David Livingstone enfermó de malaria a su paso por Linyanti y, mientras los vecinos de Sangwali lo acogían durante meses y le salvaban la vida, la belleza abusiva de los atardeceres en el humedal le salvaron el alma: en su diario, el aventurero escocés escribió que, en aquel rincón africano, había encontrado “el jardín del Edén”. Hace unos días, fui a visitar al anciano Kaaka, vecino de Sangwali que trabajaba de guardia en la frontera con Angola hasta que un mal día pisó una mina que le dejó el pie derecho retorcido y en muletas para siempre. En realidad, Kaaka no era vecino del asfalto. Él había nacido dentro del parque, en las lagunas de Linyanti, tierra de sus ancestros durante siglos hasta que, otro mal día, las autoridades declararon aquella tierra una reserva de fauna salvaje y empujaron a sus habitantes hacia el norte.

Kaaka me recibió elegante, enfundado en una chaqueta azul, frente a su casa de ladrillos blancos, rodeada de una empalizada de caña para mantener alejadas a las hienas. A sus 75 años, rodeado de dos esposas y ocho hijos, sus lamentos sonaban cansados. Cambiaría mañana mismo, aseguraba, el asfalto, la electricidad y la civilización de Sangwali, por regresar a las lagunas de su infancia. Allí, decía, vivían en armonía con los animales, obtenían lo que necesitaban de la tierra y no andaban todo el día pagando facturas y asumiendo normas impuestas por otros. El Barça también vive desde hace demasiado lejos de su paraíso. Y aunque sin tantas cicatrices en el alma, su exilio del Camp Nou pesa ya demasiado. Contra el PSG, en un partido de titanes, la grada desangelada no supo ayudar al equipo cuando la fatiga emplomó las piernas en los últimos minutos de la batalla. Estoy convencido de que un Camp Nou enrabietado habría aupado a los de Flick y habrían resistido el buen juego de los parisinos. Aspirar a ganarlo todo depende también de detalles como ese.

Para Kaaka tampoco había nada especialmente malo en su nueva casa. La aldea de Sangwali, decía, era un refugio aceptable para los suyos. Pero como para el Barça, para aquel anciano namibio la felicidad no era una casa, era regresar al lugar donde pertenecía: a su hogar.

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