El protocolo para digerir una derrota en el Bernabéu recomienda fijarse en detalles que menosprecien el mérito del rival y desvíen la atención que nos obligaría a ser críticos con las limitaciones exhibidas. Ejemplo de limitaciones: la ineficacia ofensiva de los laterales y de las bandas, que hasta hace poco eran básicos en el sistema de Flick. El protocolo también establece que la culpa de la derrota sea del árbitro, pero este recurso no sirve para el partido de ayer, y menos si el portero Szczesny fue el más inspirado de nuestros jugadores.
Siguiendo la tradición, habíamos compensado las presiones madridistas con un simulacro de provocación que, a través de Lamine Yamal, intentaba ganar una victoria psicológica que no sirvió para nada. Mbappé volvió a confirmarse como un especialista en, aprovechando que la atención se centra en el esplendor de Lamine Yamal, consolidarse como, hoy por hoy, el mejor delantero del mundo. Aunque hubiera marcado seis goles de chilena, los culés no habríamos admitido la evidencia –es nuestro deber– ni bajo tortura.
El Barça tenía atenuantes para prever una posible derrota en el Bernabéu
Es un gesto que forma parte del protocolo contra las derrotas en el Bernabéu. Otro gesto consiste en relativizar el resultado con la serenidad que nos negábamos cuando, horas y días antes del partido, navegábamos entre el pesimismo preventivo y la euforia ciclotímica. En este contexto, hay que agradecer la presencia de un jugador como Vinícius Jr. Cada vez que recibía el balón era una pesadilla, pero, fiel a su personaje, prefirió quedar en evidencia cuando lo sustituyeron con unos aspavientos que contribuían a desviar la atención del resultado y del rendimiento –regularcillo– del Barça.
Teníamos, antes, durante y después del partido, argumentos lo suficientemente sólidos para prever la derrota, pero el protocolo recomienda no admitir según qué evidencias para no darle carnaza al rival. Y cuándo el Madrid celebró la victoria como si hubieran ganado la Champions y Vinícius Jr. nos proporcionó argumentos para alimentar el antimadridismo, respiramos tranquilos. La tángana final siguió los preceptos del género: insultos, empujones, amenazas y, gracias a las buenas personas que siempre saben interponerse entre los candidatos a romperse la cara, la efervescencia que anticipa lo que en catalán deberíamos calificar con un sustantivo a medio camino entre enrenou i batussa . La imagen de bocazas provocador de Vinícius Jr. ayuda a diluir la sensación de que, aunque tuviera muchas circunstancias atenuantes, el equipo no acaba de encontrar el punto de progresión. Ayer, en el programa El suplement (Catalunya Ràdio), el escritor Miqui Otero comparaba la evolución del Barça de Flick con el argumento del primer Harry Potter. Otero hablaba de la alegría y la magia inocente y casi infantil de los niños que juegan para disfrutar y que, después de un primer año de vértigo y pura piedra filosofal, deben enfrentarse a rivales más temibles y descubren los sinsabores de la madurez. También describía el Madrid como una especie de Lord Voldemort, un antagonista que, liderado por el impresentable Vinícius Jr. y por un Mbappé letal, ayer ganó (negaré haberlo escrito, pero sospecho que con justicia) un partido que, para ceñirnos al protocolo, hoy debemos repetir que no tiene ninguna importancia.
Vinícius Jr levanta las manos mientras le sujetan miembros del staff del Madrid