Debe ser cierto que Brujas es la Venecia del norte porque anoche el FC Barcelona adoptó aires gondoleros. Un discurrir distraído, liviano y pinturero por el campo, propio de una navegación menor cuando la Liga de Campeones es un mar abierto donde los regalos se pagan y canturrear el o sole mio es una frivolidad, siendo muy benévolos. Tan benévolos como el colegiado cuando indultó a Szczesny en el último minuto, objeto de una falta que nunca debió producirse. Ni aún así el empate supo bien.
El Barça hizo un partido menor, de nuevo, y ofreció en bandeja al rival un paseo fluvial, impropio de la transcendencia de los tres puntos. Hansi Flick alertó del riesgo de los egos, pero anoche se logró un punto, el clásico puntito, gracias al ego de Lamine Yamal, en clara mejoría, que se rebeló contra la idea de dejarse tres puntos ante un Brujas apañado, incapaz de rechazar los regalos y desaprovechar los espacios.
El Barça tuvo aires gondoleros con un fútbol de discurrir distraído, liviano y pinturero
A diferencia de la pasada temporada, los partidos noria del Barça están dejando de ser ilusionantes y gloriosos. No son propios de un equipo en construcción, juvenil y fresco, sino de un once descoordinado que parece en el césped una tortilla de patatas deconstruida y líquida.
El inicio del Barça ya fue de los que desesperan a cualquier entrenador. Y alientan la pasión futbolística por los rumores, sin llegar, claro, al rumor de todos los rumores: los jugadores quieren hacerle la cama al míster. No parece este vestuario capaz de hacerle semejante faena al entrenador, y no únicamente porque sean buena gente y mejores profesionales, sino porque, visto lo visto, transmiten la impresión de que no hay liderazgos ni capillas. Se diría que practican la conllevancia, esa forma de vivir sin meterse mucho con el vecino, pero sin afrontar a fondo el misterio: ¿cómo se puede bajar tanto de rendimiento y de sensaciones en tan poco tiempo?
Szczesny fue indultado por el VAR después de un grave error
Como si fuese ese estrambótico y verbenero entrenamiento fijado para abrir el segundo Camp Nou –con afluencia similar a la de anoche en Brujas, 29.000 espectadores–, el equipo salió a estirar las piernas, desentumecer los músculos y olvidar las instrucciones.
La modorra se combinó con una indolencia en la presión y una defensa en línea que, vista desde el televisor, parece tan firme como un compromiso electoral. La tentación de señalar culpables es grande, pero, como las catedrales, el desgobierno fue una obra colectiva.
Lo más preocupante es que el partido permitió al Barça rehacerse a tiempo de los goles en frío. Las reacciones, lejos de asentar al equipo, le devolvieron a la distracción, siempre por debajo en el marcador.
Brujas tiene dos equipos y una rivalidad histórica. El inolvidable Círculo de Brujas –el más recordado sparring de la historia del Barça: encajó 6 goles en el debut como jugador de Johan Cruyff– y el Brujas. Como sucede en Glasgow, Milán, Turín, Sevilla o Madrid, sus duelos apasionan, aunque, en este caso, el mundo no se paraliza. A lo sumo, Flandes.
El fútbol belga, como el neerlandés o el escocés, ha sido engullido por las grandes ligas, que concentran el gran capital, y tiene un punto inofensivo, amateur y secundario. Todo lo que no sea ganar en un terreno de juego belga es ahora un fracaso, a diferencia de en el siglo XX. No digamos pues encajar tres goles, como si el Brujas hubiese hecho un extraordinario partido.