¿De dónde bebe Flick?

A los sufridos hacedores de crónicas del Barça de Flick debería entrarles por contrato un pack completo de balneario para recomponerse al menos una vez al mes de tanto sube y baja emocional. La temporada pasada ya hicieron méritos para ganarse jacuzzis, saunas, chorritos de agua de diferentes temperaturas y masajes varios, pero en esta la cosa va peor (o mejor, claro, que uno ya no sabe a qué atenerse). El marcador se mueve más que la fecha del retorno al nuevo Camp Nou y en un minuto es tan razonable querer estrangular a Rashford como desear que la vida le vaya bien y abrazarle. Nadie como el delantero inglés describe el tránsito nervioso de este FC Altibajos por nuestras vidas, ya de por sí ajetreadas.

Bien mirado, este fútbol que nos atrae y desespera por igual es el más cruyffista de los conocidos después del paso del genio neerlandés por el banquillo blaugrana si por aquel fascinante dogma entendemos el marcar un gol más que el rival como lema fundacional. Pep Guardiola, que ayer llegó a los 1.000 partidos como entrenador (impresionante récord), fue su mejor discípulo, pero su meneo al libreto redujo la imprevisibilidad del juego a través de índices brutales de posesión del balón.

En un minuto es tan razonable querer estrangular a Rashford como desear abrazarle

Hansi Flick ha recuperado esa imprevisibilidad entendiéndola como factor connatural al fútbol, así que el Barça protagoniza partidos tan divertidos como hilarantes, como sucedió a lo largo de la primera parte en Vigo, secuela de lo sucedido en Brujas como si todavía se jugara el mismo partido. Estamos hablando de once goles en 135 minutos (90+45). Un gol cada doce minutos.

Quizás charlaron sobre eso en la pausa los jugadores y su entrenador, porque inesperadamente llegó un rato de fútbol convencional en la segunda mitad. El Barça gobernó a través del balón, y el Celta se refugió atrás reventado ante tantas pulsaciones. Guardiola apareció, pues, en el momento adecuado. Y, merced a un Lewandowski desatado (qué falta hacía), logró un parcial de 0-1 la mar de normal. Qué paz.

La victoria del Barça, guardando en un cajón los electrocardiogramas, es una bendición para el club en un momento clave de la temporada. Llegar al parón internacional a solo tres puntos de distancia del Madrid y con la oportunidad en el horizonte de materializar la reunificación familiar de los Raphinha, Pedri, Joan Garcia en el hogar, es decir, en el Spotify Camp Nou, sea en noviembre o enero, que esa es la última horquilla que nos están ofreciendo, da que pensar en una reanimación general del barcelonismo, ahora que además el Palau ha dicho basta con el baloncesto (y le han hecho caso).

Servidor estuvo en el Bernabéu el día del clásico y ya allí no tuvo la sensación de estar ante un Real Madrid al punto sino por hacer. La victoria de los blancos no fue de las que dejan huella o marcan un punto de inflexión. Fue la versión blaugrana la que propició su triunfo, y no al revés. Esta semana ha servido para regular las expectativas de un madridismo que ha visto caer a su equipo en Anfield sin paliativos y empatar en Vallecas sin mostrar excesivas emociones.

El Barça, para bien o para mal, se las queda todas.

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