La entrevista que Joan Josep Pallàs le hizo a Jaume Guardiola, rutilante fichaje de la coalición electoral que lidera Víctor Font, coincide con el “gran acto de afirmación barcelonista” que hoy movilizará las críticas contra Joan Laporta. Esta movilización pretende estructurar un “movimiento transversal” que “reconecte con el socio”. Son movimientos que, desde los tiempos de Ferran Ariño i el Grup d’Opinió, han intentado aplicar una racionalidad que siempre tropieza con la esencia visceral y clasista del Barça. De hecho, en la historia de la transversalidad opositora se constata que algunos artífices de esas iniciativas –incluido l’Elefant Blau– provenían del mismo núcleo de los presidentes que intentaban combatir.
En el caso de Laporta, la lista de excolaboradores desafectos es larga y sintomática. Jaume Guardiola es uno de ellos, y, a su manera, Víctor Font también. El último cuerpo a cuerpo protagonizada por Font acabó con una situación que, si no fuera endogámicamente culé, nos parecería grotesca: dos figuras que habían trabajado a conciencia en el Proyecto Font, Xavi y Jordi Cruyff, no dudaron en sumarse a la audacia espontánea de Laporta, que los sedujo –e incineró– con la intensidad que lo define como factótum del “qui dia passa any empeny”.
El fútbol ha elevado a la categoría de normalidad intereses inconfesables
La retórica y el ideario transversal deberá aclarar si desea perpetuar la tradicional acumulación de egos adictos a las conspiraciones de reservado de restaurante o si, por el contrario, sabrá responder a las exigencias del presente. Un presente en el que los principios están amenazados por una nueva jerarquía de valores dictados por autócratas y megalómanos y por intereses tan inconfesables que ya los hemos elevado –a través de la UEFA, la FIFA y el mercado de derechos y patrocinios– a la categoría de normalidad.
En un contexto como este, no basta hablar de transparencia, control del gasto, mejor gestión o ejemplaridad en las obras del Camp Nou. ¿Qué harán Font y los apóstoles transversales con las exigencias, explícitas o implícitas, de la FIFA y la UEFA? ¿Con qué diplomacia liderarán las corrientes de una Liga que no sería el colmo de la transparencia? ¿Podrán negociar con las estrellas del equipo sin someterse a unos representantes con principios poco compatibles con el “més que un club”? Después, si nos ceñimos a la historia moderna del club, los socios votarán, que significa que pueden inclinarse por Joan Gaspart y no atender la propaganda transversal que, sobre el papel, iba a comerse el mundo. A veces olvidamos que, tras periodos de caos, los socios apostaron por presidentes más ordenados. Presidentes que, en la práctica, se volvieron a perder por los laberintos de una industria regida por depredadores. En el cuerpo a cuerpo con las fuerzas del mal que gobiernan el fútbol, Laporta tiene un currículum solvente de promesas incumplidas, cambios de opinión, improvisaciones y opacidades. Pero también de audacia y resistencia a los tics pseudomafiosos del sector y a campañas mediáticas pestilentes. Que Laporta califique de listillos y sabihondos a personas que hasta hace poco lo acompañaban confirma cuál es su criterio de selección de personal e invita a pensar que las próximas elecciones volverán a ser –ojalá me equivoque– un asunto de familias.
Xavi y Laporta en la etapa en la que el primero fue entrenador del primer equipo