Convertida en potenciador de un club amenazado por una situación económica muy delicada, la ilusión de regresar al Nuevo Camp Nou en Obras (NCNO) es el argumento que más cohesiona la tribu culé. Si han empezado a florecer negocios de cirugía que operan las piernas de personas, generalmente hombres, para alargarles los huesos y superar su complejo de baja estatura, deberíamos plantearnos, alrededor del NCNO, abrir una clínica que, en vez de alargarlas, acorte las piernas de los culés medianamente altos que el sábado constataron que la distancia entre asientos imita la concepción del espacio de una lata de anchoas.
Es cierto que cualquier crítica –el modelo de megafonía, importado de la NBA y la NFL, que nos degrada individual y colectivamente– queda eclipsada por la apisonadora emocional. Quizá por eso, a Hansi Flick muchos periodistas se empeñaron en arrancarle, con fórceps o la táctica de incluir media respuesta en la pregunta, que el sábado fue el día más emocionante de su vida. Flick ya se manifestó cuando verbalizó la emoción que le provocó salir al estadio el día del entrenamiento de puertas abiertas. Pero la voracidad de los contenidos exige que cada oportunidad sea explotada al máximo. Por suerte, la crónica de la emoción que centró casi toda la atención del partido contra el Athletic, no impidió que la victoria y un juego notable teniendo en cuenta las circunstancias –lesiones, calendario...– emergieran como hechos tan tangibles como que Sancet se vio poseído por el espíritu carnicero de Goikoetxea.
La distancia entre asientos reproduce el concepto de espacio de las latas de anchoas
El énfasis pornográfico de las emociones, sin embargo, no anula el valor de las auténticas emociones, que cada culé expresa con un discurso que, como contaron Joan Maria Pou y Xavi Bundó en RAC1, no recuerda tanto las circunstancias futbolísticas de la primera vez en el Camp Nou como el marco sentimental y los vínculos de pertenencia que comporta. De todos los directivos susceptibles de liderar esta catarsis, Josep Lluís Núñez y Joan Laporta competirían a ver a quién tiene la lágrima más fácil. Núñez lloraba hacia adentro, como una reivindicación del sacrificio y el compromiso que, según él, el barcelonismo no le reconocía lo suficiente. Laporta, en cambio, llora hacia afuera y transforma el llanto en un acto de coherencia con un talante en el que donde no llega lo racional, llega lo emocional.
Los que han trabajado en las campañas electorales de Laporta siempre cuentan que es un candidato extraordinariamente disciplinado. Que cuando se aferra a una batería de frases que le han recomendado, las repite hasta asumirlas como parte de una personalidad que sus adeptos le agradecen y que exaspera a sus detractores. En el momento actual, la filosofía laportiana repite: a) “en este sentido” como comodín retórico, b) la idea del “retorno al futuro”, que convierte el NCNO en un artefacto que nos teletransporta desde el pasado a un futuro hipotecado por Goldman Sachs y c) para no repetir el error de anunciar plazos grotescos, a cualquier previsión sobre el final de las obras le añade la coletilla “si no hay imponderables”. Si miráis la definición de imponderable veréis que es un adjetivo que define bastante bien la personalidad, el sábado orgullosamente emocionada e ilusionada, del presidente.
Imagen de la grada del Camp Nou, el pasado sábado