Ha llegado el punto en que a Lamine se le juzga más por lo que protagoniza fuera del campo que por su rendimiento como futbolista. Cualquier gesto del 10 del Barça es revisado escrupulosamente en las redes por un pseudoperiodismo que poco tiene que ver con el convencional. El último episodio de esta persecución fue el de la cara de pocos amigos que se le puso a Lamine Yamal al ser sustituido a diez minutos para el final del partido contra el Chelsea en la Champions. El rostro de enojo en el de Rocafonda era el claro reflejo de su pobre rendimiento en el rectángulo de juego, en que se vio totalmente superado en el duelo con el exblaugrana Cucurella. Con un marcador adverso de 3-0, que era la demostración de la superioridad del conjunto londinense. ¿En estas circunstancias qué cara debía poner la estrella de Barça, mermada por la dolorosa lesión de pubis? En situaciones similares, no se conoce a ningún jugador que abandone el campo esbozando una sonrisa de satisfacción. Más bien todo lo contrario, por el cabreo que comporta el resultado. La juventud le puede hacer cometer muchos pecados, pero no el de anteponer los intereses individuales a los del colectivo. Y en la noche de Stamford Bridge no valían las bromas.
Pero lo más chocante es que se quiera comparar el visible cabreo del barcelonista con los aspavientos de Vinícius al ser cambiado por Xabi Alonso en el último clásico del Bernabéu. Los reproches del brasileño pasando sin mirar a su entrenador camino del vestuario fueron tal falta de respeto hacia su técnico (con el que hasta el día de hoy no se ha disculpado), que no merecen comparación alguna. Solamente se puede interpretar como un burdo intento de desviar la atención al poner a Yamal en el mismo saco del endiosado Vini.
La notable actuación del extremo blaugrana en el partido contra el Alavés, con gol incluido, es la mejor manera de acallar los comentarios tendenciosos que le rodean. Alimentados, sobre todo, por los que cuestionan a Lamine en su “versión Barça”, pero que en cambio lo veneran cuando se viste con los colores de la roja , como el principal argumento de la selección española para conquistar en el 2026 su segundo título de campeona del mundo. Claro que entonces el madridista será uno de los grandes enemigos, y el barcelonista, el gran aliado al que se le reirán todas las gracias. Tanto las de dentro como las de fuera del campo.