Hace unos años, la Asociación de Clubs francófonos de Bélgica anunció el proyecto “Parents Fair Play” para responsabilizar a los padres en competiciones deportivas. Es una realidad intrínseca del fútbol: padres que actúan con un fanatismo agresivo y violento contra los árbitros, los rivales y los propios entrenadores. No se trata de un papel simbólico, sino que los padres y las madres adscritos al proyecto se ponen un anorak naranja e intervienen para aplacar los brotes de discordia y las formas de agresividad que tanto abundan en las gradas.
De pequeño, recuerdo a los abnegados padres que actuaban como chóferes y transportistas de medio equipo –y de material–, arriba y abajo, domingos a horas intempestivas, hasta campos de fútbol embarrados de la concéntrica periferia parisina. Representaban la autoridad, un ejemplo para preservar los criterios educativos que todo deporte necesita. Si el árbitro no aparecía, incluso se ofrecían para arbitrar y eran más exigentes con las faltas de sus propios hijos que con los demás. Pero si los cafres o los hooligans aparecían con malas intenciones, esos mismos padres activaban el protocolo de autodefensa y, si convenía, sabían dar miedo y responder a la barbarie.
Mounir Nasraoui ha fomentado que lo conviertan en proveedor de memes
En el deporte de élite, la actitud de los padres repercute en la imagen de las estrellas. Estamos hartos de ver a padres de tenistas que avergüenzan a sus hijos y les provocan traumas como los que describe Andre Agassi en su extraordinaria biografía (el padre de Novak Djokovic o de Mary Pierce). Luego están los padres que interfieren en la popularidad de sus hijos con conductas extradeportivas lamentables (el de Neymar o el de Wayne Rooney).
El caso de Mounir Nasraoui, padre de Lamine Yamal, que el sábado protagonizó un incidente enfáticamente amplificado en Sevilla, tiene características singulares. Para analizarlo, el criterio de la asociación de padres por el fair play no sirve, porque aquí intervienen factores que alteran los protocolos ideales. El origen, la edad en la que fue padre, las circunstancias educativas, la estructura de un espacio de seguridad como la Masia no siempre pueden asimilar el impacto de, tras años de hábitos de supervivencia, gestionar una opulencia y una atención sobrevenidas. A Mounir Nasraoui a menudo se lo ha explotado –él lo ha fomentado–, como proveedor de contenidos en las redes sociales, de memes grotescos y gasolina de sátira fácil –nos gusta ser fuertes con los débiles y débiles con los fuertes–. Y el Barça no puede intervenir, porque la relación entre el adulto Lamine Yamal y su padre adulto debería ser un tema privado.
Lamine Yamal y su padre durante la Eurocopa del 2024
Por desgracia, no lo será. Lejos de la dimensión pedagógica del fair play y la responsabilidad, alimentará los circuitos más tóxicos –implacables y frívolos tribunales mediáticos– del espectáculo. Un espectáculo que, en vez de apelar a los valores del deporte formativo y centrarse en las emociones de la victoria y el gran partido de Lamine (centrocampista omnipresente en defensa y en ataque), explotarán la mala digestión de la fama o el presunto derrape del padre mediático. Un padre que, cuando algún aficionado anónimo se creyó con el derecho de insultarlo a él o a su hijo, aplicó la ética del barrio y les respondió con un sonoro, explícito y mediático corte de mangas.