Negreira en El Ventorro

Fuera de juego

La cuestión es sencilla. Amigos del PP: imaginen que ­Salvador Illa hubiera desaparecido en La Bota del Racó –hoy ya cerrada– durante una dana con más de doscientos muertos. Simpatizantes del Barça: qué diríamos si el Real Madrid hubiera pagado casi ocho millones de euros al hijo del número dos de los árbitros por unos informes que nadie utilizó. En realidad, este artículo podría acabarse aquí pero me pagarían menos así que sigamos.

Mario Vargas Llosa dejó enmarcado aquello de la verdad de las mentiras, es decir que la ficción novelesca consigue alcanzar una verdad que sabe cierta aunque no pueda demostrarla con hechos. El periodismo –el bueno, el decente– puede explicar la verdad mientras pueda aportar y demostrar los hechos. Cuando éstos no existen, el camino ya es especulativo. Aunque se sepa qué pasó, no lo puede decir, acaso insinuar, quizá maldecir. Podríamos decir que mientras el periodismo busca la verdad, la novela se mueve en el terreno de lo verosímil, y a partir de esto, puede llegar a una verdad que no puede demostrar pero que es la única creíble, porque otros senderos no lo son.

Por fortuna para el Barça, 629 informes aparecieron dentro de un armario

En el cansino caso de Mazón, si negamos la existencia de abducciones extraterrestres o gusanos del tiempo, como novelista solo hay dos opciones: el hombre estaba indispuesto o estaba ocupado. Atendiendo que era una persona con cargo público de primer nivel –con o sin dana– no pudo estar incomunicado por olvido o distracción. Indispuesto u ocupado: la verdad sabida casi desde el principio, hartos de esperar algo convincente que no llegó. Pero a estas alturas, parece que ya da igual. Pero esa verdad no la puede publicar un periodista sin pruebas. Un novelista, sí. Pero, dios, qué pereza.

En el caso de Mazón como el de Negreira, ante la sospecha, una versión creíble desmontaría las elucubraciones. Pero cuando algo no se puede explicar, o bien uno opta por tratar de demostrar qué pasó con la verdad o llegado el momento, cuando las pruebas cesan, aventurar un puente de ficciones hasta la verdad. Casi ocho millones de euros del 2001-2018 a empresas vinculadas a Negreira para la confección de informes arbitrales. Por fortuna para el Barça, 629 informes aparecieron –como la amante en la canción de la Carrá– dentro de un armario. Pero eso es todo. Ocho millones de euros en informes que nadie pidió, que nadie hizo, que a nadie se entregaron, que nadie utilizó. Trabajemos la verosimilitud novelesca. Primera opción: se condicionó arbitrajes. Es la más sensata pero tratándose del Barça, sabemos que estamos ante la siempre fascinante mezcla de El Padrino , Torrente y Algunos (pocos) hombres buenos . O directamente, la oficina del Botones Sacarino cuando en la mejor e indiscutible gloriosa etapa del Barça se pagaba –sin precisarlo– a los árbitros. No es verosímil. Pero sí lo es que se pagara un servicio innecesario, seguro que para solaz de intermediarios. Como si yo le digo a Joanjo Pallàs que le protejo de la mafia somalí a cambio de dinero. La mafia somalí nunca hará nada a Joanjo –de hecho, espero que ni sepa que existimos él y yo– pero éste creerá que no le sucede nada gracias a mí y seguirá pagando. Más opciones: alguien se lo llevaba crudo. Quizás desde el club, intermediarios y Negreira que cobraría una parte por no hacer nada o fingir que se hacía algo que iba directamente a un armario (¡Qué dolor, qué dolor!). Aquí también hay una novela. La de siempre. La novela del 3%.

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