La toma de la Bastilla tal día como ayer de 1789 dio paso a la Revolución Francesa que terminó con el absolutismo en Francia. Celebró el Tour la efeméride con una nueva etapa tortuosa, una travesía interminable a lo largo de ocho puertos de segunda y de tercera, más otros tantos repechos no puntuables más duros siempre de lo que parecen en los libros de ruta. Una condena para las ya maltrechas piernas del pelotón, que mañana vivirán su primer día de descanso, con un desnivel de 4.450 metros a través del tortuoso Macizo Central.
Y salió al quite el corredor más insurrecto del pelotón, un revolucionario moderno, el outsider por excelencia de este Tour, el irlandés Ben Healy. Ganador de la sexta etapa en Vire Nomandie, ayer la hormiga atómica volvió a abrir gas para guiar al éxito a una nueva escapada. Esta vez no le alcanzó para llevarse la etapa, pues su objetivo no era ese, sino asaltar el maillot amarillo y arrebatárselo al monarca absoluto de este Tour de Francia. La alegría en la meta del irlandés era la felicidad de quien ha alcanzado un sueño. Si el domingo Van der Poel se quedó a las puertas de la heroicidad, ayer Healy reconcilió a toda la afición con el ciclismo.
La victoria fue para Simon Yates, ganador del Giro de Italia entre otros logros, relegado a gregario de lujo de Vingegaarg o, como ayer, cazador de etapas de excepción. El de Bury fue el más táctico de la pléyade de virtuosos que conformaron la huida del día y reservó fuerzas hasta que en el puerto final fue orillando a Storer, O’Connor, Healy y Arensmann, quien más resistió.
El triunfo es una gran noticia para el equipo más potente de la carrera, que mientras su verso libre cabalgaba hacia el triunfo, por detrás intentaba desgastar a Pogacar. La estrategia del Visma no es otra que intentar hacer la vida imposible al esloveno ahora que además de Almeida, tampoco está Sivakov. Ayer volvió a quedarse aislado por las dificultades tanto de Tim Wellens, como de Marc Soler para permanecer en el grupo delantero en los momentos difíciles de la carrera. Lo probó Jorgenson en varias ocasiones y logró el objetivo de dejar en solitario al hasta ayer líder del Tour. Pero todo lo que construye en su laboratorio Richard Plugge, director del equipo neerlandés, lo destruye de un soplido el esloveno. Ayer hizo temblar Le Mont-Dore, lugar de la llegada, con un ataque bruto y desmedido a tres kilómetros para la meta. Asustó a todos menos a su sombra en este Tour, Jonas Vingegaard, capaz de marcharse con él. Pero nada más. Pues tras todos los fuegos artificiales de su equipo, el danés fue consciente de que este no era el terreno adecuado para hacer valer todas sus armas.