La venganza de un Pogacar renacido: campeón del mundo tras un ataque a más de 100 kilómetros de meta

Ciclismo

El esloveno volvió a ser fiel a su estilo y firmó otra gesta para la historia por delante de Evenepoel y Healy, plata y bronce respectivamente

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Tadej Pogacar posa con la medalla de oro en el podio de Kigali.

ANNE-CHRISTINE POUJOULAT / AFP

La imagen de Tadej Pogacar siendo doblado por Remco Evenepoel hace una semana en la contrarreloj dio la vuelta al mundo. Un mal día argumentó el esloveno, que ha dado amplias muestras de fatiga psicológica desde su victoria en el Tour de Francia. Una semana después, el gran Pogacar renació en Kigali, en la tierra de las 1.000 colinas, en el país donde la bicicleta se ha convertido en religión para olvidar un pasado desastroso, con otra exhibición de esas que sólo él es capaz de gestar. Atacó a 104 kilómetros de la meta, en el Muro de Kigali, y desde allí rodó y rodó contra todos casi en solitario.

Valentía, convicción, fuerza y una capacidad de superación inaudita. Se terminan los adjetivos para definir lo logrado por Tadej Pogacar, campeón ya el año pasado en Zurich, gran dominador de las carreras de tres semanas, pero también de las de un día. Nadie puede con él cuando la dureza, como en Ruanda, es extrema. Esta vez se enfrentó a una odisea de 267,5 kilómetros y un desnivel positivo acumulado de 5.475 metros. Un constante sube y baja sin un metro llano que fue una pesadilla para todos, una carrera de supervivencia, un día más sin embargo para el esloveno, que a los 27 años cada vez que se sube a una bicicleta proclama una y otra vez a los cuatro vientos que es el mejor de la historia. Acumula ya cuatro Tours de Francia (con 21 etapas), un Giro de Italia, cuatro Giros de Lombardia, tres Liejas, dos Strade Bianche y, ahora, dos campeonatos mundiales.

Uno de los mundiales más exigentes de la historia del ciclismo, en el que solo terminaron 30 corredores, se decidió a falta de 104 kilómetros. El hombre de los finales previsibles, que obliga al espectador a conectarse delante del televisor tres horas antes del final para poder ver el momento importante de la carrera, probó suerte en la única ascensión al Muro de Kigali. Solo el español Juan Ayuso (octavo a la postre) pudo seguir su rueda en primera instancia. El mexicano Del Toro logró unirse para formar un trío que hasta hace una semana competía para el UAE. Después de un intercambio de pareceres, el mexicano tensó la cuerda todavía más. Una imprudencia a menos que su estrategia fuese echar una mano al que durante todo el año es su líder. Ayuso cedió y ambos abrieron camino. Acusó el esfuerzo Del Toro unos kilómetros más adelante y pese a esperarle en una ocasión en la subida de Kimihurura, a la siguiente Pogacar impuso la ley del más fuerte. Abrió un hueco de un minuto y peleó únicamente contra sí mismo hasta la meta.

La venganza de Pogacar hizo que Remco Evenepoel, pese a ser segundo, terminase completamente hundido y entre lágrimas. Ambicionaba el belga, el único gran rival del esloveno ante las ausencias de Mathieu Van Der Poel, Wout Van Aert y Jonas Vingegaard, y campeón contra el crono hace una semana, plantar batalla hasta el final. Pero esta vez, como en otras muchas ocasiones, nada tuvo que hacer. Cedió en el Muro de Kigali y cambió dos veces de bicicleta por problemas con el sillín. Cuando emergió en la carrera demostró que tenía piernas para estar adelante. Recuperó el minuto perdido con el segundo grupo y lo lideró, dejando un reguero de cadáveres, hasta que a falta de 20 kilómetros dejó a Ben Healy y Mattias Skjelmose, sus únicos rivales para entonces. Entró en la meta negando con rabia, pero a un minuto, la distancia que nunca pudo enjugar con el campeón. El irlandés Healy también dio cuenta de Skjelmose para cerrar un año de ensueño, con una victoria en el Tour de Francia, donde llegó a ser líder, y el primer bronce mundial desde Sean Kelly en 1989.

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