El 5 de marzo del 2021, dos días antes de recibir el apoyo mayoritario de los socios del FC Barcelona en las elecciones a través de las urnas, Carles Ruipérez y quien escribe este artículo entrevistamos al candidato Joan Laporta para las páginas de La Vanguardia . Mientras realizábamos la entrevista, ambos nos dimos cuenta de cuál sería el titular prácticamente sin hablarlo. Seguramente les sonará familiar, porque es una frase que ha quedado grabada en el imaginario culé: “Yo lo de Messi lo arreglo con un asado”. La ocurrencia, hoy de mal recordar, surtió efecto por aquel entonces, hasta el punto de que Messi se acercó a votar con uno de sus hijos sin desvelar el sentido de su voto, porque no hizo falta. El argentino creyó en la palabra de su presidente favorito (hoy no lo puede ni ver) y le echó un cable que arrastró voluntades.
Laporta, en la distancia corta, seguía manteniendo su carisma, y el panorama desolador post-Bartomeu y pospandemia favoreció su retorno como figura rescatada del pasado para ejercer de salvador del club. “En dos o tres llamadas, Jan es capaz de solucionar cualquier problema”, nos decía con orgullo una persona entregada a su líder con un entusiasmo pelota que no ve defectos a quien adora. Nada ha cambiado en su círculo más cercano.
El caso Olmo golpea al primer equipo y anticipa un escenario inestable y preelectoral
Sin embargo, ante una mirada menos implicada, la habilidad mágica que le atribuían a Laporta sus seguidores ha flaqueado en este mandato. La escena de Messi llorando, marchándose de Barcelona en contra de su deseo, fue la primera señal. A aquel episodio le siguieron otros fracasos con un denominador común: a medida que Laporta incidía en su estilo personal de gobernar, más evidente se hacía la distancia entre el que fue su tiempo y el actual. El fútbol es hoy diferente, y, lejos de tomar medidas para modernizarse, Laporta se empeñó en lo contrario. No hay frase que pese más en su deficiente toma de decisiones que cuando proclamó que el Barça se podía manejar “como un negocio familiar”. Fue su manera de justificar la ausencia de una figura fundamental como la del director general. La purga que siguió a aquel error fue colosal. Ejecutivos válidos de todos los departamentos fueron cayendo, dejando vacante su puesto o siendo relevados por gente de la confianza del presidente sin preparación para los mandos asignados. A nadie escapa que el caso Dani Olmo, con una estructura ejecutiva mínimamente talentosa, se hubiera resuelto a tiempo cuando ya en agosto costó dios y ayuda inscribir al jugador en LaLiga.
La fanfarronería inicial (asado), sumada a ese resolverlo todo a última hora como patrón de conducta esperando la ovación a cada último truco, ha ido derivando en un comportamiento que hoy escandaliza. El caso Olmo, mezclado con el episodio Heurtel, puede haber despertado a un barcelonismo exiliado física y mentalmente desde que el equipo juega en Montjuïc. Una cosa es que el presidente active palancas y reparta comisiones sin dar detalles, y otra muy distinta dinamitar al primer equipo de fútbol comandado por el santo Flick. Ayer volvieron a suceder cosas distintas a las que dijeron que pasarían desde el club. “Somos optimistas. Antes de la una, Olmo y Pau Víctor estarán inscritos en LaLiga”. No hubo milagro, ni as en la manga, ni flor de la suerte sobrenatural, ni LaLiga cambió su postura, tan inflexible para el Barça como para todos los clubs. Si no llegan los papeles a su hora, no hay perdón. Veremos qué pasa hoy.
Laporta ha rechazado modernizarse y la distancia entre el que fue su tiempo y el actual es abismal
Mientras cada día que pasa es más caótico que el anterior, los principales damnificados se comportan con una profesionalidad que sus superiores no merecen. Flick compareció ante los medios defendiendo su parcela y protegiendo la imagen de la entidad, y Dani Olmo sigue entrenando pese a que está pasando por uno de los peores momentos de su carrera. No es difícil imaginar qué le pasa por la cabeza. El jugador se buscó la vida con 16 años marchándose de la Masia al fútbol croata, de ahí se mudó al alemán y el premio de volver a casa después de ganar la Eurocopa colmaba sus deseos. Hoy no sabe qué hacer. Su familia vive el episodio con un gran desánimo. Van perdiendo la esperanza, y el escenario que se les presenta, si no hay milagro, es un dilema. Desaparecer del fútbol durante seis meses o marcharse a cualquiera de los grandes clubs que suspiran por tenerle, sea el Bayern, el City o el PSG. Laporta y su junta, que no están acompañando como debieran al deportista (no lo hicieron con Messi, Xavi y Koeman, para qué cambiar), se encontrarían de repente con un agujero de 60 millones de euros cavado por ellos mismos. Los viejos métodos no funcionan para un presente en el que, al menos fuera del perímetro del club, se aplican normas y controles financieros.
Ayer, los grupos de oposición con más terreno recorrido, en especial Víctor Font (segundo en aquellas elecciones de marzo), así como Som un clam, intercambiaban llamadas y hacían partícipes a otros culés que consideran que ha llegado el momento para actuar. La dimisión de Laporta no se contempla porque siempre fue un tipo resiliente, pero la petición de una moción de censura gana cuerpo. Hay incluso personas empeñadas en galvanizar fuerzas alrededor de una candidatura que incluya figuras del terreno financiero y empresarial de la ciudad. Pero esos intentos suelen acabar en nada. A todo esto, esta tarde Barbastro-Barça.