No es publicidad, es la guerra. Cuando a finales de febrero atravesé desde Ruanda la frontera de la República Democrática del Congo, me topé con el caos. En las calles de Goma, una de las ciudades conquistadas por el grupo rebelde M23, había decenas de uniformes, cascos y material militar desperdigados en las esquinas, abandonados por los soldados del ejército en su huida en desbandada ante el avance de la milicia, apoyada por Ruanda. Durante semanas, nadie tocó nada: el miedo a ser confundido por un soldado y acabar en una cuneta ahuyentó a los ladrones. No eran días de demasiados miramientos en Congo: cada noche, hombres armados violaban a mujeres o ejecutaban a jóvenes que apoyaban (o quizás no, vayan a saber) al adversario. Desde mi hotel junto al lago Kivu se oían cada noche los disparos y, por la mañana, aún permanecía en el aire el olor a neumático quemado. En aquellos días, decenas de personas acusadas de ser espías o ladrones fueron asesinadas por la turba enfurecida colocándoles una rueda de coche en el cuello y prendiéndole fuego. Decíamos: sin miramientos.

Balde, en acción ante el Seoul
Recibir dinero del Congo, un país corrupto y en guerra, casa mal con la venta ‘dels valors’ culés
Esta semana, el FC Barcelona anunció un acuerdo de patrocinio con Congo para colocar la frase “RDC, el corazón de África” en la parte posterior de las camisetas de entrenamiento por 44 millones de euros durante cuatro temporadas. Para el Barça es dinero caído del cielo, para Congo es la guerra del relato. Más allá de si es éticamente discutible que un gobierno invierta millones en publicidad mientras el 73% de su población (85 millones de personas) vive bajo el umbral de la pobreza, el argumento de que la acción promociona el turismo en Congo suena a chiste: los principales puntos turísticos de Congo son el lago Kivu, los gorilas de Virunga y el volcán Nyiragongo, todos en zona de guerra. A nivel nacional, ya ha provocado indignación: al filtrarse las negociaciones hace unas semanas, hubo manifestaciones en la capital contra un gasto considerado como obsceno.
El motivo real está en la geopolítica. La apuesta de Congo por colarse en las camisetas del Barça, Milán o Mónaco mimetiza la estrategia de su adversario, Ruanda, que desde el 2018 tiene acuerdos de patrocinio similares con el Arsenal (el equipo de su presidente, Paul Kagame), el PSG, el Bayern o, desde esta temporada, el Atlético de Madrid.

Lewandowski controla el balón, ayer en el amistoso que el Barça disputó en Corea del Sur
Porque no es publicidad, son trincheras: para los congoleses, Ruanda es el enemigo. Varios informes de la ONU prueban el apoyo del gobierno ruandés al M23, y así lo creen también varios países africanos o EE.UU., que hace un mes sentó a los gobiernos de ambos países a firmar un acuerdo de paz en Washington, que está por ver si se difumina como en anteriores ocasiones.
Congo había intentado antes presionar con la reputación. Su gobierno pidió por carta a los clubs que recibían publicidad de Ruanda que rompieran esos acuerdos manchados de sangre. Como no funcionó –oh, sorpresa– optó por responder con la misma moneda. Tiene su lógica. A Ruanda la apuesta por la diplomacia internacional –desde el apoyo a misiones de la ONU, la organización de cumbres tecnológicas o mundiales de ciclismo al patrocinio de clubs de fútbol– le ha reportado hoy un rechazo tibio en los despachos a sus acciones bélicas.
El Barça puede alegar que Congo es la víctima y el M23, con el empujón de Ruanda, el agresor, pero recibir dinero de un país corrupto y en guerra casa mal con la venta dels valors a los que nos agarramos los culés para creer que nuestro club es diferente, un poco más humano quizás, en el mundo de lobos salvajes del fútbol.
Porque no es solo publicidad, también es odio. En mi penúltimo día en Congo, tras visitar un campamento de desplazados desmantelado horas antes, vi como una turba intentaba linchar a un pobre diablo que temblaba bajo su camiseta del Arsenal. En los barrios humildes, quienes llevaban una camiseta con publicidad ruandesa se arriesgaban a recibir palizas de muerte. Al final, aquel tipo tuvo suerte: uno de sus agresores sacó un cuchillo y le cortó la manga, donde se leía la frase “Visit Ruanda” y empezaron a pisotear la tela entre todos.
El dueño de la camiseta, aliviado, escupió también.