No es la presente una situación nueva en el FC Barcelona: el primer equipo de fútbol masculino salvando los muebles de una directiva renqueante que se boicotea a sí misma procurándose crisis prácticamente a diario. El precedente más cercano lo encontramos en Josep Maria Bartomeu ganando las elecciones precisamente a Joan Laporta impulsado por el Barça del triplete comandado por Luis Enrique. No se me escandalicen por comparar a uno y otro mandatarios. De hecho, aunque la historiografía culé dominante ha decido olvidarlo, fue Laporta quien abrió la puerta del Barça de par en par a Bartomeu en su primer mandato (2003), invitándole a formar parte de su junta. Un repaso al verano con el que nos han deleitado los actuales jefes del palco amortigua la previsible perturbación que pueda haber causado la comparación de ambos personajes entre algunos barcelonistas de piel fina.

Hansi Flick
Empieza hoy la temporada oficialmente y, dejando a un lado, que ya es dejar, las dificultades para inscribir jugadores cuatro años después de asumir el mando y ya sin los sueldos multimillonarios de los que quejarse de Messi, Griezmann, Dembélé, Piqué, Luis Suárez, Busquets o Alba, hay que detenerse en el inclasificable show del retorno al nuevo Camp Nou, serial hilarante que ya arrancó del revés cuando Laporta, apelando a su proverbial espíritu aventurero para los negocios, escogió a una constructora turca sin experiencia en Europa para acometer el colosal proyecto. A la pregunta “¿habrá consecuencias para Limak si no se regresa al Spotify Camp Nou en noviembre del 2024?” formulada en una entrevista concedida a este diario en julio del 2023, la respuesta textual del presidente azulgrana fue la siguiente: “Volveremos con el 70 por ciento del aforo seguro. Con la FCB Botiga, el museo y gran parte de los asientos VIP listos. Pero si no sucede habrá unas consecuencias económicas para Limak. La más fuerte es la de 1 millón de euros por día de retraso. Trabajan a muy buen ritmo y siempre cumplen con los plazos de sus obras. Es uno de sus puntos fuertes”.
El acierto de Laporta al elegir al alemán se asemeja al de Bartomeu cuando fichó a Luis Enrique
Aquellas previsiones, que incluían por cierto la construcción de un nuevo Palau (¿?), no solo no se han cumplido sino que hace cosa de mes y pico el barcelonismo, tras dos años enteros en Montjuïc, fue instado al visionado de un video promocional que comprometía la imagen de Laporta asegurando, de manera fallida y acompañándose de un entusiasmo timbaler, que los socios del Barça regresarían al fin a su hogar el 10 de agosto con motivo del Gamper. La realidad hoy es que el club lucha contrarreloj para abrir su estadio a 27.000 espectadores a mediados de septiembre. Veremos.
Vender la piel del oso antes de cazarlo viene siendo una constante del actual gobierno azulgrana. Sucedió con el frustrado fichaje de Nico Williams, filtrado convenientemente a los medios de proximidad, siempre prestos a divulgar la versión blaugrana de los hechos aunque los hechos acaben por voltear los deseos. La comprensible negativa del vasco (nadie le garantizó la inscripción; este viernes por la noche aún no estaban registrados Joan Garcia, Rashford, Szczesny y, ojo al dato, Gerard Martín) dio lugar a una previsible reacción mediática contra el futbolista destinada a convencer al público no adulto, un modus operandi también habitual cada vez que el club necesita, normalmente por su debilidad económica, accionar algún interruptor conflictivo y sentirse acompañado. De Messi (no hay nombre sagrado que se les resista: luego llegarían Koeman y Xavi) ya se hicieron correr rumores cuando se le echó, después fue De Jong, a quien urgía vender, quien recibió lo suyo, y Ter Stegen ha sido recientemente la última (¿penúltima?) diana de la ira del club. El portero alemán, glorificado de forma provinciana porque se movía en monopatín por Barcelona en los buenos tiempos (qué buen chaval, es uno de los nuestros, el mejor capitán), fue defenestrado sin escrúpulos por aquellos aduladores como malo de la película por actuar de manera “egoísta” velando por sus intereses a espaldas del club. Hoy, mientras LaLiga de Tebas sigue sin suavizar su estricta normativa, su lesión es utilizada para forzar la inscripción de Joan Garcia, como la temporada pasada la de Christensen sirvió para apuntar a Olmo y anteriormente la de Gavi para alinear a Vítor Roque. Y así todo.
El eterno retorno al Camp Nou, las inscripciones y el patrocinio del Congo, picos de sofoco estival
En fin. No está siendo un verano para el aplauso a la directiva. Es el primer equipo, magníficamente liderado por Hansi Flick, modernizador y verticalizador del fútbol azulgrana sin que se le hayan escandalizado los fundamentalistas (qué suerte la suya), y por la quinta de Lamine Yamal, representada por unos futbolistas jóvenes y de espíritu ganador contagioso, el que sostiene el orgullo de pertenencia de los socios del Barça y su esperanza de cara al futuro. Sin ellos, la entidad perdería su Atlas particular y a Bartomeu, cuando le falló el fútbol, le supuraron y enterraron sus clamorosos errores.
No hay tregua hoy a la hora de generar noticias desconcertantes. Un día es la gira veraniega a Japón y Corea del Sur, a punto de ser suspendida e iniciada con un día de retraso vodevilesco, al otro Iñigo Martínez, titular indiscutible y cabecilla del vestuario (ojo a este descabezamiento de tutores para jóvenes), se larga a Arabia sin dejar dinero en caja, y una mañana te levantas con el nombre del Congo, país hecho trizas, en la camiseta de entrenamiento. De baloncesto, seguimos sin hablar que aquí no cabe. Y de Miami, también.
La sucesión de decisiones que en otros tiempos hubieran desatado crisis definitivas es jaleada por un ejército de títeres, comparables a los titelles pro Bartomeu (en los extremos se suele dar la simetría), que se encargan de castigar a las voces insurgentes en las redes sociales en un espectáculo insólito de gregarismo obediente que deprime por cuanto anula una de las características que siempre definieron al barcelonismo: el espíritu crítico y el debate de ideas. Hoy eso no existe, porque Montjuïc nunca fue altavoz ni sirvió de muestreo válido de toda la diversidad culé, porque hay miedo a la divergencia, porque todos nos tomaríamos antes una cerveza con Laporta que con Bartomeu o, sencillamente, y es lícito, porque una mayoría de seguidores ha decidido que el Barça es solo su equipo de fútbol y lo demás da igual.