Los aficionados cincuentones habíamos descubierto el fútbol africano en la Copa del Mundo de 1982, la de España y el Naranjito.
Tommy N’Kono y Roger Milla jugaban en Camerún y Lakdar Bellumi y Rabah Madjer, en Argelia, y todos ellos nos estaban resultando tan novedosos como extraordinarios.
Con el portentoso N’Kono bajo los palos –un gato con pantalones largos–, Camerún maniató a la Italia de Rossi, Zoff y Gentile (0-0 en la liguilla inicial), campeonísima al final. Con Bellumi a los mandos y Madjer de habilidoso nueve, los argelinos derrotaron a Alemania (2-1).
Y los expertos y los tribuneros nos dijimos entonces:
–Ahí va el futuro.
Pues en los días siguientes, aun desengañados por las prontas eliminaciones de cameruneses y argelinos, veíamos el vaso medio lleno: en el futuro, aquellos africanos inéditos, tan geniales como caóticos, iban a dominar el fútbol.
¡Viva el fútbol africano!
Ya han pasado cuatro décadas desde España’82, pero el fútbol africano aún es tan genial como caótico
Eso creíamos.
¿Nos equivocamos?
Tal vez: cuatro décadas más tarde, el fútbol africano sigue siendo tan genial como caótico, y por ese mismo motivo el fútbol mundial no es suyo, pues este fútbol contemporáneo promociona unos niveles de orden, paciencia y compromiso, de academicismo, que las academias africanas no han logrado metabolizar.
Desde hace años, el egipcio Mo Salah lidera al Liverpool (pese a que este curso arrecia tormenta en Anfield Road). Y el marroquí Hakimi brilla en el PSG. El argelino Mahrez, hoy en el Al Ahli, se hizo enorme en el City. Y antes de emigrar a la liga saudí, senegaleses otoñales como Koulibaly, Édouard Mendy y Sadio Mané, sobrevolaban el fútbol europeo.
Es el turno de Salah, Hakimi, Mahrez, Koulibaly o Mané, astros esenciales para sus países
No fueron los primeros: en otros tiempos, conocimos a Weah (Balón de Oro en 1995), Eto’o, Okocha, Drogba, Abedi Pelé, Yaya Touré o Kanu.
Son nombres inolvidables, el lector futbolizado estará de acuerdo. Y sin embargo, ninguno de ellos logró elevar el fútbol de su selección: ni Liberia, ni Costa de Marfil, Ghana, Senegal, Nigeria o Camerún han logrado romper el estigma del neófito. En el escaparate mundial, todas ellas siguen pareciendo recién llegadas, selecciones más bien acomplejadas, vulnerables en la retaguardia.
(Marruecos, cuarta en la Copa del Mundo de Catar 2022, luce la mejor clasificación de un equipo africano).
Podremos revisar todo ese fútbol asimétrico, apasionado y humano a partir de este domingo, en la bienal Copa de África que precisamente arranca en Marruecos (Movistar+): a las 20h, el anfitrión, en cuyas filas figuran Hakimi, En-Nesyri, Amrabat y Ounahi (el marroquí que mantiene en pie al Girona), se mide a Comoras.
