La primera hora de partido de Argentina fue todo un espectáculo. Se la jugó Scaloni con la entrada de Di María, bendita decisión la suya. El Fideo intervino en los dos primeros goles de manera decisiva. Primero, driblando a Dembélé y forzando un penalti que Marciniak interpretó como penalti de manera exagerada. Messi no falló y ya adelantaba a Maradona, que nunca marcó en una final. El segundo lo anotó el propio Di María, culminando un contragolpe tan maravilloso como fulminante. Se habían encendido todas las alarmas en el banquillo de Deschamps, que ordenó dos cambios de inmediato, incluso antes del descanso, señalando a Dembélé y Olivier Giroud.
Si hubo charla del seleccionador francés al descanso no se notó porque Argentina seguía entera. Pero Scaloni no quiso oxigenar a su equipo a pesar de su tremendo esfuerzo y el agotamiento se empezó a notar. Mbappé, inédito, chutaba por primera vez. Un aviso de lo que vendría luego. El astro francés decidió estropear la coronación de Messi, que ya estaba preparada, y con dos latigazos igualó la final. Primero, de penalti, y después, tras una pared con Thuram que convirtió con un remate perfecto. El golpe fue tremendo y Argentina se mareó por momentos. Un zurdazo de Messi sobre la bocina, estupendo Lloris, serenó a los suyos.
Más ducha en la materia, la albiceleste percutió para evitar los penaltis. Messi conectaba con Lautaro y anotaba el tercero. Las lágrimas lucharon por brotar de su rostro. Todo parecía hecho. Pero esos diez minutos fueron eternos. Unas manos de Montiel en el área brindaron el empate a Mbappé. Otro golpe y más mareos. Esta vez fue el Dibu Martínez el que serenó a su equipo con la parada del torneo, con el tiempo cumplido, ante Muani. Si quería su Mundial, Messi iba a tener que sudarlo desde los once metros. Y ahí, Argentina, vencedora en seis de sus siete tandas mundialistas, impuso su ley ante Francia, a la que en 2006 ya se le escapó el título así.
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