Son numerosos los factores que a lo largo de los años han convertido a la Ryder Cup en lo que es ahora, uno de los mayores eventos del deporte mundial. Que toda Europa se implicara y no sólo los ingleses, buena parte de culpa en ello la tiene Severiano Ballesteros. Que las televisiones paguen millonadas por sus derechos. Que conseguir una entrada se haya convertido en una gesta para cualquier aficionado. Aunque seguramente una de las cosas que más distinguen a la Ryder Cup de cualquier otro evento del deporte profesional es que los participantes no cobran por participar. Representar a su país, o a su continente, es suficiente honor para matarse –metafóricamente– por participar en un evento que, por otra parte, genera ingresos que superan el centenar de millones de dólares (146 este año sólo en venta de entradas). Pero la historia ha dado un giro este año en Bethpage Black, convertida esta edición en la primera en que algunos de los golfistas cobrarán por participar. Concretamente, los doce representantes de Estados Unidos.
Cada golfista estadounidense recibirá este año 500.000 dólares, de los que 300.000 irán a parar a una fundación de su elección y los 200.000 restantes a su bolsillo. En el bando europeo nadie recibirá nada de manera directa, aunque participar en una Ryder Cup supone de por sí un aumento en los ingresos de los jugadores por temas publicitarios, contractuales e indirectos. Son dos maneras de afrontar la semana, que ponen a cada equipo en un lado del cuadrilátero, que no deja de darle un toque más de morbo al enfrentamiento.
Las posturas de ambos equipos son opuestas y Donald lo aprovechó para lanzar una pulla y coger ventaja moral
Con el don de la palabra de su parte, Luke Donald no desaprovechó para poner sal en la herida durante su discurso en la ceremonia inaugural. “La Ryder Cup representa demasiado para cada uno de nosotros. No es cuestión de dinero o de puntos del ranking mundial, es cuestión de orgullo, de representar a una bandera y del legado que dejas”, proclamaba el capitán europeo, antes de dar la estocada final a su rival y apropiarse de la ventaja moral: “A nosotros nos motiva algo que el dinero no puede comprar, la hermandad y la responsabilidad de honrar a todos los que vinieron antes”. ¡Pam! En la yugular.
El debate sobre la posibilidad de que los jugadores de la Ryder Cup cobren no es nuevo y casi siempre ha sido puesto en la mesa por algún jugador estadounidense. Las cosas estuvieron a punto de pasar a mayores en 1999, cuando el equipo de Estados Unidos amenazó incluso con boicotear al torneo si no cobraba. La intervención del entonces capitán Ben Crenshaw fue decisiva, acordando que cada jugador cobraría 200.000 dólares que serían donados en su totalidad, una manera de hacer que se ha mantenido hasta este 2025. “Mi opinión es que ningún jugador debería cobrar por representar a su país en una Ryder Cup”, sigue repitiendo Crenshaw años después sobre este peliagudo asunto.
Entre los muchos que se han significado sobre el tema a lo largo de estos años están Tiger Woods, que ha defendido que los jugadores cobren pero, a su vez, que todo ese dinero sea donado, o Scottie Scheffler, que con su habitual tono desenfadado, ha restado toda la trascendencia que ha podido a la polémica. Al otro lado, a Rahm se le ha escuchado decir “yo pagaría por jugar una Ryder” y a Fleetwood, “es la semana cumbre de nuestras vidas”.
Pero hace dos años, estalló todo. En Roma, Patrick Cantlay inició supuestamente una protesta, que luego secundaron algunos de sus compañeros, por el hecho de no cobrar, protesta que exteriorizó no llevando gorra. Fue el famoso hatgate, que provocó que el público italiano no parara de dedicarle cánticos relacionados con el dinero que generaron mucha tensión. La pelea de Joe LaCava, su caddie, con Rory McIlroy en el green del 18 ya está en los anales de la Ryder Cup.
Visto lo visto hasta el momento en Bethpage, Donald tiene razón: “El dinero no lo compra todo”.
