¿Quién no quiere ser un cowboy?

Deportes sin fronteras

Micah Parsons ha cambiado Dallas por Green Bay y 200 millones

Horizontal

El placaje de Parsons

Mike Roemer / Ap-LaPresse

Uno de los momentos estelares del último festival de Glastonbury fue cuando la cantante irlandesa conocida como CMAT (Cara Mary-Alice Thompson) interpretó I want to be a cowboy, baby. Y es que todo el mundo quiere ser un cowboy, si no de verdad, al menos de la franquicia de fútbol americano con base en Dallas, el club más valioso del mundo (10.500 millones de euros), conocido como “el equipo de América” (en el sentido imperial que le dan los estadounidenses, como si su país fuera la totalidad del continente).

Los niños sueñan con ser el quarterback del futuro, las niñas con formar parte de las cheerleaders (figuras icónicas pero explotadas por cuatro duros y tratadas como basura), los titulados de Esade con ser su vicepresidente ejecutivo, y los billonarios con convertirse en su dueño. Pero dueño sólo hay uno, el polémico Jerry Jones, de 82 años, que quiere ganar al menos una Super Bowl más antes de retirarse de la circulación, pero cuya filosofía es que lo más importante de todo, incluso más que los títulos, es estar en el candelero.

El valor de la franquicia ha pasado de 120 a 10.500 millones de euros desde que la adquirió Jerry Jones

Un hombre mayor, narcisista, un poco infantil, con un ego monumental y una enorme confianza en sí mismo como consecuencia de sus millones y éxito en los negocios, que toma las decisiones según sus caprichos sin preocuparse de las consecuencias... No, no se trata de Donald Trump (que también), sino de Jerry Jones, nativo de Los Ángeles, capitán del equipo de fútbol americano de la Universidad de Arkansas, que empezó a trabajar en la compañía de seguros de su padre, hizo fortuna en el petróleo, y en 1989 compró los Cowboys por 120 millones de dólares. Su valor se ha multiplicado por cien.

Los Cowboys ya tenían para entonces dos Super Bowls (las de 1972 y 1978), pero bajo su mandato añadieron otras tres en 1993, 94 y 96, una era en la que dominaron la NFL con Troy Aikman de quarterback y Emmit Smith de running back . Pero desde el último trofeo han pasado casi treinta años, que a Jones, ávido de protagonismo, se le han hecho eternos. Con los entrenadores tiene poca paciencia, como han comprobado últimamente Mike McCarthy y Jason Garret. Esta temporada el responsable del equipo es Brian Schottenheimer, que de entrada ha perdido a su mejor jugador defensivo, Micah Parsons.

En vez de dar a Parsons –una de las figuras dominantes de la NFL y terror de los quarterbacks– el dinero que pedía por la renovación, Jones se puso a regatear, se enfadó con el agente del jugador, y apostó a que querría ser para siempre un cowboy a pesar de que en otro sitio podría ganar más dinero. En Green Bay no hay tradición de vaqueros como en Texas, pero hacia allá se ha ido Parsons a cambio de 200 millones de dólares por cuatro años, que no está del todo mal.

“El Texas Stadium (antiguo estadio de los Cowboys) tenía un agujero en lo alto para que Dios pudiera ver los partidos de su equipo”, dice el expresidente George W. Bush en la introducción de un documental de Netflix. Podría decirse que el AT&T (la sede actual de la franquicia) tiene un techo retráctil para que quepa el enorme ego de Jerry Jones, que se considera a sí mismo el inventor de lo que es hoy en día el deporte profesional, y padrino de su comercialización.

Jones va a en su avión privado, con frecuencia acompañado de sus hijos, nueras y nietos, a casi todos los partidos, se abraza al entrenador cuando ganan y lo mira con cara de malas pulgas cuando pierden. Como dueño es intransigente e impaciente. Los cowboys no son fáciles de querer, lo mismo te dan diamantes que unos Levi’s descoloridos //madres, no dejéis que vuestros hijos sean cowboys de mayores , dice la canción de Willie Nelson. Pero no son muchos los que siguen el consejo.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...