Contemplar desde la tribuna de prensa qué sucede ahí abajo, en la pista de atletismo, es un regalo para los sentidos.
Decenas de jueces trazan líneas simétricas sobre el césped: aguardan el próximo lanzamiento de las jabalinistas mientras los cronometradores revisan los relojes repartidos en los cuatro puntos cardinales de la pista. El pelotón del 5.000 lleva velocidad de vértigo cuando circula tras el pasillo de los lanzadores y no pasa nada, pues hay orden en el caos. En el lugar se despliegan decenas de cámaras, técnicos que revuelven cables y otros operarios uniformados que no sé qué hacen pero algo harán, o no estarían ahí.
Luego viene Noah Lyles y las miradas se vuelven hacia él: Lyles es el payasete en el circo del atletismo, no me cansaré de escribirlo, pues vocea y hace aspavientos y salta como un felino, intimidatorio en los prolegómenos, y abre los brazos y mira al cielo. Ha llegado el profeta.

Noah Lyles, minutos antes de la salida del 200
Cuando Lyles sale a escena, listo para disputar la final del 200 y vengar su derrota del 100 (bronce tras los dos jamaicanos, Seville y Thompson, menuda humillación para la velocidad estadounidense), abro el debate en la tribuna de prensa:
-¿Qué te parece Lyles? ¿Prefieres que gane o que pierda?
-Yo quiero que gane. Me cae bien. Me enamoró aquel día que cargó contra los jugadores de la NBA, ¿lo recuerda?
(Lo recuerdo: según las estrellas de la NBA, el campeón de su liga es el campeón del mundo; ”¿Esos baloncestistas, campeones del mundo? No saben lo que dicen. Campeón del mundo soy yo. Ellos solo han ganado la liga estadounidense”, decía Lyles).
-Pues yo prefiero que pierda -dice otro-. Me disgusta su parafernalia. Celebra los éxitos como un futbolista. Abre los brazos y vocea como si le hubiera poseído el demonio. Creo que no es un buen ejemplo para los jóvenes.
-Yo prefiero que Lyles pierda -dice un tercero-. Solo celebraría su victoria si hiciera algo realmente importante, como una gran marca. Eso sí sería bueno para el atletismo.
(En estos días en Tokio, Usain Bolt también ha opinado sobre el estadounidense. Cuando le recuerdan que Lyles pregunta por ahí quién es Usain Bolt, Bolt responde: “Debe aprender modales y respetar el pasado. Un velocista que no sabe quién es Bolt está en el deporte equivocado”).

Femke Bol cruza la meta del 400 vallas para atrapar el segundo oro de su carrera en esta disciplina, este viernes en Tokio
Shhhhhhhht, la megafonía pide silencio.
Se corre el 200 y la parroquia japonesa, presente a miles (según la organización ya han pasado 600.000 espectadores por el estadio, lo nunca visto en ningún otro Mundial), es esencialmente obediente.
67.000 cabecitas contemplamos la evolución de Noah Lyles (28), el tipo de las tiras teñidas de rubio en un físico compacto.
Viene por la calle cuatro y un pelín retrasado, esa es marca de la casa (10s12 en el parcial del 100, tras los 10s03 del jamaicano Bryan Levell y los 10s09 del zen Kenneth Bednarek), pero luego resurge como hace siempre, también marca de la casa, se agiganta en la recta y ya tiene el título mientras, en la tribuna, unos vocean:
-Oooooh, no.
Y otros:
-Oooooh, sí.
No nos pondremos de acuerdo, Noah Lyles nos gusta y nos disgusta. Pero en el ínterin, el hombre abre la mano y muestra los cuatro dedos como cuatro títulos.
(Bednarek vuelve a disparar al palo, es plata (19s58) como en los Mundiales de Eugene 2022 y los Juegos de Tokio 2020 y París 2024; y Levell, el fabuloso jamaicano, se incorpora a la elite con el bronce en 19s64).
Warholm se atasca en los 400 vallas
Ruge el estadio cuando la megafonía pronuncia el nombre: “¡Karsten Warholm!”. Tokio no olvida al superhéroe noruego, el tipo que aquí mismo, en los Juegos del 2020 que se celebraron en el 2021, se proyectaba hacia el récord del mundo del 400 vallas (45s90). Desde entonces, nadie ha vuelto a romper los 46 segundos, ni siquiera Warholm, y sin embargo el noruego cree que sigue siendo aquel que fue: es un ciclón en la primera valla pero se trastabilla en la tercera y las piernas no le dan y nada puede hacer ante sus rivales. Acaba quinto, derrengado, en 47s58, mientras se impone Rai Benjamin (46s52), su alter ego, el vallista que se redime: en aquel día olímpico había sido plata en unos portentosos 46s17 (segunda marca all time) y en la rueda de prensa, invisible ante los periodistas, se lamentaba: “¿Qué debo hacer para que me hagan caso?”. En la prueba femenina, ausente Sydney McLaughlin, la neerlandesa Femke Bol enlaza su segundo título mundial, en 51s54.