La distancia (cien kilómetros), el territorio y el ímpetu del Girona por desbancar al Espanyol del segundo escalafón de Catalunya convirtieron durante algunos años este partido en un derbi. Un mal llamado derbi. Quizás por las urgencias de aquel Espanyol que visitó Montilivi en 2018 y ganó con David Gallego en el banquillo o que, un año más tarde, empezara su ascensión a la Europa League con la magia de Sergi Darder. El Espanyol de los descensos, el Girona de la Champions. El miedo a sentirse desplazado o amenazado, cuando en realidad el único contacto era el mismo que ver a los colegas del verano en la Costa Brava. Apenas unos días al año y unos whatsapps durante el invierno.
Eso se vivió esta noche en este partido de revoluciones bajas, con un Girona que intenta salir del descenso tras un comienzo horrible y un Espanyol que se pelea con las olas que le empieza a enviar la Liga para seguir en la zona europea. Cánticos esporádicos en la grada que engordarán la cuenta corriente de LaLiga de Javier Tebas por acordarse de las madres de los aficionados. Y poco más, el resto, lo que pasó en el campo, que fue interesante pese a ese 0-0.
El Espanyol fue mejor en la primera parte, al menos a los golpes. Mención especial para Calero y Riedel, pareja de centrales inédita que cumplió con nota, tanto como Dolan. Hay jugadores que los ves nada más correr, como el inglés, burbujeante. Otros, en cambio, te llevan años engañando. Creían los pericos que tenían en Pol Lozano un centrocampista organizador y resulta que es la reencarnación de Genaro Gattuso, qué manera de robar balones, jugar con el cuerpo y las manos, repartir (en el término más amable) e irse, además, sin amarilla. Que juegue siempre denota inteligencia de Manolo González, que lo supo ver desde el primer día.
También lo sabe Míchel, cuya conferencia de prensa siete días antes resultó una catarsis para su equipo, que sigue mostrando síntomas de recuperación. Se desgañitó el técnico desde el banquillo, más inquieto que siempre, jaleando las paradas de Gazzaniga, los momentos de lucidez de Ounahi, y también los de bloqueo, que los tuvo. Fue un Girona sin egos, como reclamada el entrenador, con una grada que los animó hasta el final, consciente de que la salvación, el objetivo marcado, requiere de un esfuerzo semana a semana y cualquier punto te hace el agosto.
Ninguno de los 60 partidos anteriores de esta edición de la Liga había acabado 0-0 y el Espanyol, que ya acumula 282 resultados así en la historia, se encargó, cómo no, de firmar el primero de este curso. El Girona sigue cortando su hemorragia, con un gol recibido en 180 minutos, noventa de ellos en la caldera de San Mamés. Un resultado que no hace justicia a un buen partido de fútbol, con momentos de todo y nobleza. Más que una guerra fue una tregua, con el abrazo sentido de ambos técnicos. Un mal llamado derbi.
