Ni el mar cabe en un vaso de cristal ni la historia del Espanyol se puede condensar en una fotografía. O quizás sí.
El lugar no es baladí: la Plaça Universitat. Allí, mientras se prepara la que será la fiesta del 125 aniversario el día 28 de octubre, creció la semilla del Espanyol. Ángel Rodríguez y sus compañeros dieron el paso. Un año antes el suizo Joan Gamper había fundado el FC Barcelona y otras dos entidades habían emergido en la ciudad condal. Era una época de ebullición deportiva. Ese día 28 se registró la Sociedad Española de Football, cuyo objetivo era que no jugaran extranjeros.
El tiempo se ha llevado a los héroes de las primeras décadas. Pitus Prat, primer goleador de la Liga; Ricardo Saprissa, el sportsman que vino de El Salvador, fue olímpico, plantó las bases de la cantera y fue nombrado presidente de honor; Tin Bosch, pilar en el campo que salvó la memoria del club en la Guerra Civil y luego regentó el famoso chalé (la residencia de jugadores) en uno de los Goles de Sarrià; o José Parra, que fue semifinalista en el Mundial de 1950 con España. El del Maracanazo.
Solo queda Dagoberto Moll como testigo de esos años 50. Un uruguayo que ya sopla 98 velas y vive en A Coruña, donde jugó la mayor parte de su carrera, y que estuvo en la plantilla entrenado por el Divino Ricardo Zamora en 1956: el primer gran icono del fútbol mundial que llegó a oídos de Stalin. Moll no jugó ningún partido oficial. Pero ahora mismo es el decano de los futbolistas pericos.
El primero en pisar la plaza es ‘Coco’ Bertomeu (110 partidos). Viene de Amposta y no falla a la cita pese a que el día anterior pasó las de Caín por culpa de una muela. “¿Te he explicado cómo fiché por el Espanyol?”, se arranca. Y aparece caminando a sus 85 años José María Rodilla (187), de Valladolid, miembro de los Cinco Delfines. Quien toma la palabra. “Veníamos de Valencia y paramos en Amposta a jugar un amistoso. Kubala era el entrenador (hacía de jugador también) y estaba Di Stéfano en el equipo. Este tío (por Coco) lo paró todo. Solo le marcó Kubala de falta”, explica. “Al acabar, me dijeron que fuera la semana siguiente a Sarrià. Estuve a prueba. Y Kubala me fichó. Debuté en San Mamés y mi segundo partido fue ante el Real Madrid”. Bertomeu, todo corazón, fue posteriormente directivo en la época de Dani Sánchez Llibre.
Rodilla, que cada mañana sigue acudiendo a su bufete de abogados que regenta su hija, recuerda aquellos años 60. Otra época. “Muchos fumábamos. Yo, un paquete al día. Coronas o Ducados. Un día me multaron, el entrenador solo nos dejaba fumar después de las comidas o las cenas”, rememora con gracia (perdón por la confidencia, José María). Rodilla era un súper clase de la época. El Espanyol llegó a ser tercero. Y se fue luego a Segunda. La desventura tras la euforia.
En su última temporada, ya en los 70, Rodilla coincidió con un jovencísimo Dani Solsona (280), un futbolista anacrónico. En aquellos campos de barro, el noi de Cornellà iba vestido de seda. Su calidad levantó incluso los “oés” del Camp Nou, como rememora Rafa Marañón (314), hasta Josep Lluís Núñez le puso en cheque en blanco para ficharlo. “Era otra época. Los clubs decidían. No había cláusulas”, apunta el mediocentro, también internacional, defensor siempre del talento. “En Sarrià teníamos césped en las bandas, en medio había tierra y tiraban la que cortaban. Tengo grabado un día concreto que fuimos a Balaídos. Al salir al campo, metí el pie en el barro. Dije: ‘Hoy ni la toco, a la primera me van a dar una hostia...”.
El Espanyol fue fundado hace 125 años por estudiantes de la Universitat de Barcelona
Uno de esos ‘anti’ Solsonas era el Fernando Molinos (319) del Zaragoza. Cuando fichó por el Espanyol, como recuerda, José Santamaría los juntó y le dijo a Solsona: “Ahora la podrás tocar cuando juegues contra el Zaragoza”. Molinos, al que nunca expulsaron, le cubrió las espaldas como nadie. “De lo que estoy más orgulloso -relata- es de la obra de teatro que hice en los 80 (La Venganza de Don Mendo) en la que yo fui el director y vinieron un montón de futbolistas, entre ellos Maradona, que hacía de ‘El Moro Ali’. Eso hoy en día es impensable”. Molinos también fue director general del club. Su mejor amigo es Rafa Marañón. Eran vecinos.
Marañón lleva la voz cantante. Y eso que cuando jugaba, como confiesa, “no bajaba de mediocampo. Lo hice una vez y me pitaron penalti”. Lo suyo eran los goles. Marcó 111 en la Liga y 144 en total. Es el máximo goleador de siempre por delante incluso de Raúl Tamudo. Fue al Mundial de Argentina de 1978 y jugó en el Real Madrid. Su zurda, un guante.
Las camisetas. Xavi Pujol, coleccionista con más de 200 camisetas pericas, ajusta una zamarra de los 60 a José María Rodilla durante el encuentro celebrado el pasado jueves
Con todos ellos coincidió Raúl Longhi (84), uno de los primeros extranjeros de la historia del Espanyol. Un representante del idilio perico con Argentina, siempre presente en figuras como Pochettino, Maxi Rodríguez, Zabaleta o el mismísimo Di Stéfano. Longhi era un todoterreno que enlaza la gloria de los 70 con la de los 80, representada por Joan Golobart (91), que acude con una camiseta del inolvidable Orejuela. Ambos llevaron al Espanyol a su primera final europea, la UEFA de 1988, la de Leverkusen, ataúd de sueños tras desaprovechar el 3-0 de la ida y perder en los penaltis. Golo, colaborador de La Vanguardia , era el guardaespaldas de aquel equipo, luego hombre activo en el accionariado perico, incluso se postuló a la presidencia.
“Esto que estamos haciendo ahora no sucede en otros clubs”, apunta Marañón. “Veteranos y jóvenes hablando, abrazándose...”. El navarro se lía en un debate de fútbol con los jóvenes.
El primero, Albert Albesa (155), que se apresura porque necesita atender a sus clientes en la cafetería El Petit Ca La Flauta de Sarrià. “Solo estamos mi mujer y yo, pero me hacen el favor. Esto no me lo puedo perder”, matiza. Albesa vivió dos ascensos con el Espanyol, el único que lo había logrado hasta 2024. Y marcó el penalti decisivo en Málaga. “Soy un tío tranquilo, sabía qué si escogía un lado y tiraba fuerte, era muy difícil que lo detuviera Jaro”, rememora ya más de tres décadas después. No se despega de su camiseta roja Massana.
Amistades longevas. Además de compañeros en el Espanyol, muchos de estos futbolistas históricos son amigos en la actualidad y siguen viéndose de manera habitual
Quienes siguen la conversación y sonríen con las anécdotas de Marañón y Solsona son los tres jugadores que representan la época más reciente. Ferran Corominas (200) y su gol ante la Real Sociedad en 2006 que evitó un descenso en un momento económicamente delicado es, sin duda, igual de celebrado (o más) que el penalti de Albesa. “Me veo por la tele con la cara blanca y desencajada de todo lo que sufrimos. Me quito la camiseta, la tiro, después agarro una silla y también la tiro… Estaba medio equipo llorando”, rememora. Entre ellos, Moisés Hurtado (179), quien, un año después vivió la amargura de la expulsión en la final de la UEFA en Glasgow ante el Sevilla. El partido iba cuesta abajo para el Espanyol. Esa roja cambió el sino, aunque el equipo de Ernesto Valverde llegara a los penaltis. “Creo que once contra once habríamos ganado”. Los fantasmas de Leverkusen.
Moisés llegó con una camiseta del inolvidable Dani Jarque, el golpe más profundo sufrido por los aficionados ese 8 de agosto de 2009. Apenas seis días después de la inauguración del RCDE Stadium. Javi Márquez (58), que acude a la cita antes de jugar con la Agrupación de Veteranos (tiene cinco tornillos en el tobillo), fue uno de los primeros canteranos que rompió la puerta en la nueva casa. Formado en la cantera de José Manuel Casanova, se hizo el amo del mediocampo. Se fue demasiado pronto.
Entre todos ellos suman 1.977 partidos oficiales. En la sombra, lejos de los focos, disfruta como un niño Xavi Pujol, coleccionista que posee más de 200 camisetas, hijo de futbolista y socio. Un devoto más que, como los futbolistas, han librado esta lucha de 125 años. Pero el blanquiazul siempre encuentra una plaza y un compadre para presumir de su genuina historia. Maravillosa, aunque quepa en un vaso de cristal o en la letra de un himno arrebatador.


