Se sabe que los vasos comunicantes forman parte sustancial del ecosistema del fútbol. Si al Barça le va mal, el Madrid se alegra, y viceversa. Es una ley natural que en el Real Madrid ha adquirido un carácter muy particular. En todos los estamentos del club domina la sensación de fastidio, un émbolo de amargura que empuja desde lejos, desde el Mundial de clubs, y cada semana avanza sin pausa hacia el mismo objetivo: Xabi Alonso. La victoria sobre el Sevilla no mejora su posición. La empeora, porque el Madrid hizo todo lo posible por estrellarse.
Se ha instalado una presión de tal calibre que cada partido es una agonía. Hace meses, desde el Mundial de clubs, que los vapores que emanan del club son especialmente perniciosos para el entrenador, contratado en mayo y desestimado a principios de julio, cuando al PSG se le ocurrió marcar cuatro goles al Madrid en las semifinales de la primera edición del torneo, ideado por Gianni Infantino, presidente de la FIFA, y abrazado con tremendo entusiasmo por Florentino Pérez. Si además sirve para irritar a la UEFA, mejor todavía.
La victoria no cambia la posición de Xabi Alonso, perdido el vínculo con el presidente
A Florentino Pérez le disgustó aquella derrota tanto como si le hubieran clavado un puñal. Xabi Alonso no tuvo mejor idea que desvalorizar el torneo. Lo consideró el último de la temporada anterior, contra el criterio del presidente que lo interpretó como el primero de la era Alonso. Lo sintió como una afrenta. Florentino Pérez tiene una mala opinión de los entrenadores, con las excepciones de rigor, o con una gran excepción: Mourinho. Le dedicó elogios públicos y toda clase de apoyos. Hasta regañó a los socios porque no comprendían que el técnico portugués encarnaba los sagrados valores del club.
A estas alturas de la temporada, el barcelonismo se complace con todo lo que ocurre en el Madrid. Si gana, pierde o empata, el Madrid transmite decepción, enfado, amargura. Cerró el año con una inmerecida victoria sobre el Sevilla, que se soltó el pelo y jugó de maravilla. Ametralló a Courtois y estuvo tantas veces a un dedo del gol que el resultado se volvió inexplicable, aunque el gigante belga desafía todas las convenciones sobre los registros naturales de un portero.
Mbappé anotó de penalti ante el Sevilla
La victoria no cambia un ápice la posición de Alonso. En julio perdió el vínculo con el presidente, en septiembre sintió el impacto de la derrota con el Atlético –Valverde, el capitán, comunicó públicamente que no quería volver a jugar de lateral– y el 29 de octubre salió derrotado por Vinícius en la victoria del Madrid sobre el Barça, uno de esos momentos que marca el grado de poder en el fútbol. El de Xabi Alonso estaba bajo cero. Dos semanas después, llegó el leñazo en Anfield y el desplome que no cesa, resultados al margen.
En el Bernabéu se vivió el mismo ambiente navideño que en la cruda recepción de Florentino Pérez a los periodistas unos días antes. No hay espacio para lo festivo en el Real Madrid y el partido profundizó en el abismo. El Sevilla, que conoce de primera mano el efecto de las tensiones internas, jugó un gran partido, abrumó al Madrid durante una hora, exigió una noche heroica de Courtois y dejó en cueros a Huijsen, entre otros muchos, pero el Madrid más roto de los últimos años se llevó la victoria. Apenas significa nada. Para Alonso suena como una derrota.
