Paolo Lorenzi (43), ex tenista italiano que fue número 33 del ránking ATP, opinaba esta semana que el tenis de Carlos Alcaraz tiene carencias:
–Debería tener su propia identidad, un estilo de juego que sea siempre el mismo y superior al de otros jugadores fuera del Top-20 (...) Realmente no hay continuidad en sus partidos –decía.
¿Y qué?
Como respetando el análisis de Lorenzi, que también es el director del Masters 1.000 de Roma, Alcaraz (21) ha jugado un partido de ida y vuelta en el ATP de Rotterdam, torneo que poco a nada tiene que ver con él, con el murciano, pues se juega en indoor y sobre pista rápida.
Alcaraz (tercer tenista del circuito, tras Sinner y Zverev), ha terminado agigantándose ante un gigantón como Hubert Hurkacz, polaco que cierra los ojos cuando sirve, un pegador que manda servicios a 211 km/h y que, en la media hora inicial, había torturado al murciano a base de aces (sumó nueve).
Hasta 1-4 había llegado a ponerse Hurkacz, número 21 del mundo (en su día fue Top-10, ahora ha perdido presencia en el ránking tras romperse el menisco en julio en Wimbledon: la lesión dio que hablar, se había producido cuando se lanzó sobre la hierba para alcanzar un golpe de Arthur Fils), antes de que Alcaraz encontrase su identidad y comenzase a construir su tenis.
Alcaraz encadenaba cinco juegos. Y por momentos, sumaba siete puntos seguidos, incluidas dos roturas consecutivas. Y en un pispás, la resistencia de Hurkacz parecía desconfigurarse.
Solo lo parecía.
Tras el discurso del talento murciano, que firmaba globos y dejadas y que también se apropiaba de los rallies largos y del tie break decisivo, venía la penúltima reacción del pegador polaco, que se llevaba el tie break del segundo set y tan solo cedía en el tercer parcial, cuando caía por 6-4, 6-7 (5) y 6-3. Es la primera final de Alcaraz desde su título en Pekín, en octubre. Alex de Miñaur le espera a las 15.30h.