En el cuadro del torneo de Viena, donde jugó este miércoles ante Daniel Altmaier, tras el nombre de Jannik Sinner aparece entre paréntesis una abreviación: ( ITA). Un dato biográfico obvio, pero no tanto, sobre todo en estos días. Precisamente en la capital austríaca, en 2021, uno de sus partidos estuvo acompañado por un gran entusiasmo y banderas rojas y blancas, con el locutor anunciando la entrada del jugador “tirolés del sur”, la provincia de la que procede, parte de la minoría de lengua alemana del norte de Italia, históricamente reivindicada por Austria. Detalles que entonces no pasaron inadvertidos y que, cuatro años después, lejos de diluirse como un localismo anecdótico, se han amplificado.
Jannik Sinner es un italiano atípico que, con sus triunfos, ha descolocado el modelo de identidad nacional. Nacido en Innichen –San Cándido, para los italianos–, tiene pasaporte tricolor y nunca lo ha puesto en duda, pero nada en él encaja en los rasgos estereotipados del carácter nacional: ni el nombre, ni el idioma, ni siquiera el temperamento o el color del cabello. Y eso descoloca.
Habla alemán, no encaja en el estereotipo italiano y se le reprocha falta de patriotismo
El debate sobre la auténtica nacionalidad del número 2 del mundo nunca ha desaparecido; al contrario, resurge con fuerza en momentos precisos. Este es uno de ellos. Sinner ha optado por no jugar la Copa Davis, prevista en Bolonia en noviembre, explicando que necesita reservar fuerzas para las ATP Finals de Turín y para la reanudación de la temporada en Australia, en enero. También añadió: “Ya he ganado la Davis dos veces”. La decisión ha provocado una tormenta de reacciones.
La Gazzetta dello Sport , el principal diario deportivo del país, tituló en portada: “Sinner, piénsalo otra vez”. En La Stampa , el comentario de la periodista Giulia Zonca llevaba un título explícito: “Jannik, te queremos, ¿y tú?”. En El Corriere della Sera , el vicedirector Aldo Cazzullo escribió que Sinner es un gran campeón “al que Italia no le importa”. El periodista más veterano y conocido de la RAI, Bruno Vespa —que a sus 81 años sigue al frente del programa Porta a Porta —, estalló en las redes: “Habla alemán (bien, es su lengua materna), reside en Mónaco y se niega a jugar por la selección nacional”. Luego cometió un desliz al añadir: “Honor a Álvarez, que juega la Copa Davis con su España”. En resumen, Italia se siente traicionada, hasta el punto de elegir como modelo al rival Carlos Alcaraz. Pero no es solo una cuestión deportiva ni algo meramente emocional: aquí está en juego algo más profundo, la identidad nacional. Italia se ha quedado descolocada ante el hecho de que el campeón que esperaba desde hace tanto, quizá desde siempre, el más grande de su historia tenística, sea un campeón que no encaja en el molde italiano: pertenece a una minoría lingüística (habla alemán en casa y su italiano tiene un marcado acento) y en el pasado prefirió irse a esquiar antes que aceptar la invitación al Festival de San Remo (un sacrilegio por estas latitudes), a diferencia del italianísimo Matteo Berrettini. Además, paga sus impuestos en Mónaco. No basta, por lo tanto, con el anuncio de la pasta para convertirlo en “un italiano de verdad”, como cantaba el popular Toto Cutugno en una célebre canción de los setenta.
La provincia de Bolzano, tras años de tensiones étnicas, hoy es considerada un modelo de convivencia, donde se prepara una nueva actualización del estatuto de autonomía que reconoce numerosos derechos a los hablantes de alemán y ladino. Y sin embargo, en las críticas a Sinner se percibe un reflejo de las dificultades italianas para gestionar su relación con las minorías. En su tierra lo ven así: “El problema es que muchos están convencidos de que todos los ciudadanos italianos deben identificarse con la cultura italiana. Pero no todos somos así —explica a La Vanguardia Julia Unterberger, senadora del Südtiroler Volkspartei, el principal partido de los sudtiroleses—. Somos ciudadanos italianos que pertenecemos a otra cultura, la alemana. Lástima que eso, para muchos, siga siendo intolerable. No importa lo que hagas ni el hecho de ser una ciudadana respetuosa con las leyes del Estado y partícipe de la vida del país. Lo que cuenta es cómo hablas, qué comes, cómo piensas. Una auténtica —y muy italiana— obsesión identitaria”.
Sinner no ha cambiado de país. Es Italia la que aún no sabe cómo mirarlo.
