Hace poco me preguntaba cuánto tardaría en llegar a España, y con quién lo haría, el discurso académico del nuevo trumpismo. Alertado por Enric Juliana en las páginas de este diario, seguí la que fue la última conferencia del economista madrileño de la Universidad de Pennsylvania, de poco más de cincuenta años, Jesús Fernández Villaverde, en la Fundación Rafael del Pino. Lo he ido siguiendo en ocasiones anteriores, considerándolo a un buen economista.
Veo en la conferencia mencionada un inicio del trumpismo económico sobrepasando todos los límites de aquello que se espera de un académico: el tono, la diferenciación entre buenos y malos, entre listos y tontos, entre las recetas simples de los amigos, ricos de verdad, y las de otros economistas (del PP sobre todo, que muchos consideraban que eran de los suyos, tratados como inútiles). Todo eso, generalizado, suena a táctica trumpaire : hablar sin miramientos, con hipérboles para llamar la atención; partiendo de argumentos objetivables, ciertamente reales muchos de ellos, llevándolos al absurdo de las recetas moto-sierra ; desde una base de política económica que puede hacer a alguien mega-inteligente sin despeinarse, dedicando solo unas horas a su preparación; obviando el contexto y calentándose con la complacencia del auditorio. Querría contraponer esta conferencia a la de Tim Besley ( LSE y Universitat de Oxford), cerca de las mismas fechas, en la Fundación Ramón Areces; qué diferencia, y no por el contenido liberal sino por las formas educadas y los balances necesarios para confrontar el mundo real. Pocos días antes, Fernández Villaverde se había despachado contra la financiación de la singularidad catalana, con Francisco de la Torre, a El Confidencial, en una serie de artículos de tono subido que el digital no permitió rebatir.
Balance
El vendaval que llega desde la América de Donald Trump nos puede despertar a los europeos de nuestro sopor
Dos constataciones finales. Primera: un argumento objetivable pierde la razón, creo yo, por unas formas inadecuadas; el trumpismo parece que lo considera un coste asumible, viendo el beneficio disruptivo de llamar la atención y complacer a propios. Segunda: en política económica, y en la pública en particular, complacer a propios no suele ser la receta adecuada. Lo aplico, también, de vez en cuando a Fedea y a organizaciones financiadas por instituciones que, se supone, quieren establecer puentes para hacer de los acuerdos políticos (siempre con mayor legitimidad que las posiciones económicas) algo factible, con pros y contras razonadas, y de acuerdo con los deseos mayoritarios.
Soy de aquellos que ven en el trumpismo algunas cosas buenas: el despropósito político puede sacar a algunos de sus zonas de confort, hoy a la economía europea, al estado de bienestar de las naciones ricas, a la burocracia hispana, a la política partidaria del cambio para que todo siga igual. El vendaval que llega desde la América de Trump nos puede despertar del amodorramiento. Más problemas veo en el hecho de que lo aticen buenos economistas como el mencionado que, desde la razón, se descalifican con las formas. O que lo hagan otros políticos nacionales insensibles queriendo emular ridículamente en Trump sin serlo.