Tras las elecciones en Alemania parece que se dibuja la posible formación de un gobierno de gran coalición entre conservadores y socialistas. Atrás queda una campaña en la que poco se ha hablado de lo económico y mucho, lamentablemente, de inmigración. Cuesta creer cómo en un momento donde la envejecida sociedad europea necesita más que nunca nuevos trabajadores, sea precisamente este debate migratorio el foco principal de preocupación de los electores.
Porque son muchos los problemas que aquejan a Europa. Altos niveles de deuda, falta de trabajadores, baja productividad, fuerte competitividad externa, niveles de inversión todavía inferiores a la pandemia, amenazas de nuevos aranceles por parte de la Administración Trump y, por último, Ucrania y la necesidad de invertir más en defensa. Muchas tareas para el nuevo gobierno alemán, pero también para el resto de Europa. Poner de nuevo al Viejo Continente en el mapa mundial necesitará mucha inversión para ganar competitividad externa, una mayor coordinación en las políticas migratorias y un frente común a la hora de responder a las amenazas arancelarias. También será importante plantearse qué pasará con las sanciones ante un posible alto el fuego, o si llegará de nuevo el petróleo y el gas ruso a Europa, relajando los precios de la energía.

Vista de Frankfurt
Es momento de pensar en la senda de crecimiento. El plan Draghi es, sin duda, un buen punto de partida, pero sin olvidarnos de los elevados niveles de deuda. Von der Leyen ha dicho ya que activará reglas especiales para que el gasto en defensa no compute en los requerimientos de déficit y deuda de los países. Se habla también de reasignar parte del dinero de los fondos NGEU o de crear un programa especial de crédito semejante al de la pandemia. Muchos retos a la vista, pero, al menos, parece que el potencial de la economía alemana puede estar de vuelta, y con ella, la del resto de Europa.