Aprender a olvidar

Transversal

Aprender a olvidar
Profesor de Esade

¿Qué es la innovación? Podríamos definirla como la explotación con éxito de nuevas ideas y/o nuevo conocimiento para generar ventajas competitivas (elementos exclusivos de diferenciación) que creen valor a la empresa y a la sociedad. Las ideas y el conocimiento son recursos infinitos: no se van a acabar jamás. Podemos incorporar ideas originales (creatividad) en cualquier punto de la organización: en marketing, modelo de negocio, producto, proceso o experiencia de usuario, de manera permanente. Y podemos introducir nuevo conocimiento (tecnología) también de forma ilimitada: estamos en un mundo desbordante de nuevas tecnologías.

La innovación es el principal motor de crecimiento económico. La verdadera riqueza surge de la innovación, no de la optimización de lo preexistente. Sin embargo, muchas empresas creen que son grandes innovadoras y solo son buenas mejoradoras . La diferencia entre la innovación y la simple mejora está en el riesgo que estamos dispuestos a asumir. La mejora está exenta de riesgo: mejorar es hacer más eficiente lo que ya estamos haciendo, o con mayor fidelidad al cliente. Si el cliente nos pide que cambiemos el color de una pieza, debemos hacerlo (aunque sea costoso). Pero ello está exento de riesgo (nos lo pide el propio cliente). Mejorar y optimizar son obligaciones directivas que pertenecen a la esfera táctica de las organizaciones. Michael Porter, profesor de la Universidad de Harvard, afirmaba que “la eficiencia operativa no es estrategia”.

La innovación, en cambio, se sitúa en la esfera estratégica. Es una actividad voluntaria (nadie nos pide innovar ni en qué dirección hacerlo), y requiere asumir riesgos, aprender competencias que no dominamos, entrar en escenarios que desconocemos y que tienen posibilidad de fracaso. Y es que no hay nada gratis en la vida: las verdaderas ventajas competitivas brotarán de la mayor capacidad de detectar y desarrollar oportunidades inicialmente difusas. Innovar va de superar incertidumbres para generar ventajas en los mercados. Gestionar bien la innovación es gestionar el riesgo derivado de probar cosas nuevas. La diferencia entre mejorar e innovar es la misma que hay entre pasear por la montaña y escalar: lo primero es fácil, pero no seremos los únicos. En cambio, escalar requiere preparación, técnica y estudio previo del camino para conquistar posiciones superiores y exclusivas, donde otros no van a poder o no van a saber acceder. Y para ello hay que desarrollar capacidades. Hay que aprender a innovar.

Garantía de futuro

Para innovar, hay que olvidar los viejos axiomas; desapegarse del pasado sin renunciar al legado de la marca, de los valores y la cultura corporativa

Aprender a innovar significa aprender a buscar y seleccionar ideas. Ideas que no solo surgen del interior de la organización. Los insiders suelen ser prisioneros de su realidad y ven el mundo a través de su experiencia en el negocio clásico. Las ideas internas llevan al incrementalismo. Nuestros técnicos y directivos pueden temer quedar en evidencia o perder status quo ante una idea disruptiva, así que la van a cuestionar. Hay que incorporar outsiders en el proceso: emprendedores, clientes sofisticados, proveedores, expertos tecnológicos, profesionales creativos y agentes del ecosistema. Si queremos innovar en una tabla de surf y preparamos un equipo creativo solo con grandes surfistas australianos, jamás detectaremos que el nuevo gran mercado está en hacer surf en los Alpes. Hay que poner un montañero, un outsider , en ese proceso de innovación.

Para aprender a innovar hay que tener pensamiento estratégico. Entender los cambios en el entorno, las nuevas tendencias de mercado y la emergencia de nuevas tecnologías. Hay que saber elaborar diagnosis certeras de la realidad, idear nuevas propuestas de valor diferenciales y saber ejecutarlas de forma consistente y coherente. Aprender a innovar requiere aprender a navegar en entornos inciertos. Innovar con éxito pasa por segmentar con gran precisión los hitos del proyecto y dosificar recursos de forma creciente. En las fases iniciales de una idea disruptiva, el reto, básicamente, es reducir la incertidumbre (despejar las dudas iniciales inherentes al proyecto). Y para ello solo necesitaremos tiempo y talento (talento dedicado). ¿Cómo pasar de una mera idea a una oportunidad real? Evaluándola con métricas rigurosas y filtros analíticos: ¿es esa idea técnicamente factible? ¿Es económicamente viable? ¿Existe un mercado suficiente? ¿Podemos construir barreras de entrada a la competencia? Hay que investigar (en el sentido de acumular información) para decidir si la idea puede convertirse en oportunidad real. Las inversiones se comprometerán solo cuando se haya reducido al mínimo la incertidumbre y se vislumbre el camino al mercado.

Una directiva escribiendo en una tabla de borrado transparente

Una directiva escribiendo en una pizarra transparente 

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Aprender a innovar requiere dominar metodologías específicas. Existen modelos de management de ideación y planteamiento sistemático de nuevos océanos azules. Conocemos técnicas rigurosas de desarrollo de prototipos (pruebas rápidas y baratas) para contrastar hipótesis. La investigación de mercados tiene base científica (no es arte). El pensamiento de diseño nos ayuda a empatizar con el cliente, aumentando aquello que le aporta valor y disminuyendo o eliminando lo accesorio. Los esquemas basados en lienzos ( canvas ) nos permiten estructurar nuevos modelos de negocio de forma casi sistemática. Aprender a innovar requiere entrenar esas metodologías y experimentar: una empresa innovadora hace pruebas constantes y escala rápidamente aquello que está funcionando

Encrucijada

La diferencia entre la simple mejora y la innovación está en el riesgo que como empresa estamos dispuestos a asumir

Por último, aprender a innovar exige liderar. Un líder innovador debe conceptualizar nuevas visiones de futuro, comunicarlas con pasión y convencer a sus equipos y stakeholders . La innovación requiere energía emocional para traccionar personas, extraerlas de su día a día, proponerles retos motivadores y conseguir que avancen en un camino de incertidumbre, pese al riesgo que esto conlleva. Aprender a innovar es también aprender a motivar.

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Pero, por encima de todo, hay que aprender a olvidar. Para innovar, hay que olvidar los viejos axiomas. Olvidar cómo era antes, desapegarse del pasado sin renunciar al legado de la marca, de los valores y la cultura corporativa. Aferrarnos a aquello que nos ha llevado al éxito en el pasado es, en muchos casos, la mejor garantía del fracaso en el futuro.

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