La revolución silenciosa

Análisis

La revolución silenciosa
Catedrático en ESADE (Universitat Ramon Llull)

Nvidia, empresa líder en chips para inteligencia artificial (IA), ha cruzado la frontera de los 4 billones de dólares de capitalización bursátil. Es la primera compañía en alcanzar semejante valor, superando ya a Microsoft y Apple. Como idea de magnitud, esa cifra equivale al PIB de Japón o India, y supera al de todos los países del mundo, excepto Estados Unidos, China y Alemania. Aunque no se trata solo de valor financiero: la productividad de Nvidia es colosal. Cada uno de sus 40.000 empleados genera 4,5 millones de dólares en ingresos y 2 millones en beneficios. Con ese rendimiento, puede pagar suculentos salarios, atraer a la élite del talento global y entrar en un ciclo virtuoso: a más talento, más productividad y más beneficio.

¿Cómo lo ha hecho? Nvidia se sitúa en el epicentro de la revolución tecnológica global, consolidando el dominio absoluto sobre los chips esenciales para la IA (las GPU H100 y Blackwell). Diseña en California, pero fabrica con tecnología asiática de Taiwan Semiconductores. Su inversión en I+D equivale a más de la mitad de toda la I+D de la economía española.

Nueva etapa

La riqueza y la prosperidad no dependerán de los recursos naturales, sino de la capacidad de los países de concentrar talento, tecnología y capital

La empresa es una plataforma de poder, símbolo del nuevo orden global. De ella depende el 80% de la infraestructura de IA mundial. Es el máximo exponente de la nueva revolución industrial, una sigilosa revolución donde el acero, las fábricas humeantes y los ruidosos telares, son substituidos por chips nanométricos, algoritmos invisibles, redes digitales, robots silenciosos y grandes centros de datos soportados por una nueva infraestructura energética renovable y nuclear, y complementados por una aceleración sin precedentes en investigación biomédica y nuevos materiales, de donde surgen oleadas de startups de alta tecnología. Con todo ello, se dibuja un nuevo sistema productivo donde convergen las estrategias nacionales de computación en la nube, IA y energía. No se trata de sectores, sino de plataformas de transformación estructural de industrias enteras. La riqueza y la prosperidad no dependerán de la existencia de recursos naturales, sino de la capacidad de los países de concentrar los tres factores productivos clave para esta revolución silenciosa: talento, tecnología y capital. Esas tres fuentes de poder son independientes de la geografía: se ubicarán en aquellas sociedades que tengan mayor capacidad atractiva. Y eso dependerá de la calidad de sus instituciones, de su seguridad jurídica, de la excelencia y meritocracia de sus sistemas educativos y de la agilidad para acelerar el cambio tecnológico en sus territorios.

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El fundador y consejero delegado de Nvidia, Jensen Huang

Brittany Hosea-Small / Reuters

Europa lidera en bioética, en protección de datos, o en sostenibilidad, pero suele llegar tarde y debilitada a las aplicaciones de cada ola tecnológica disruptiva. Eric Schmidt, ex CEO de Google afirma que Europa está demasiado ocupada regulando como para ser relevante. Por suerte, poco a poco, despertamos. La UE pretende movilizar 200.000 millones en IA, contemplando el despliegue de 4 gigafactorías que transfieran las capacidades de IA a las empresas europeas. Sufrimos la llamada “paradoja europea”: un continente que genera investigación abundante no es capaz de utilizarla para incrementar su competitividad industrial, su autonomía energética, o su seguridad. Carecemos de grandes proyectos tractores que conviertan la investigación científica en soluciones reales en esos campos, aunque tenemos algunos casos de éxito. Airbus es un gran ejemplo de cooperación estratégica en alta tecnología: creada en 1970 como consorcio multinacional entre Francia, Alemania, España y el Reino Unido, ha conseguido batir a Boeing mediante la especialización coordinada y el desarrollo de una cadena de valor tecnológica europea. Ninguno de esos países tendría capacidades para desarrollar un gigante de la aeronáutica por sí solo. Ahora es el momento de crear el gran Airbus de la microelectrónica (alguien habla del “AI-bus”), de las tecnologías cuánticas más sofisticadas, o de la energía limpia.

“AI-bus”

Ahora es el momento de crear el gran Airbus de la electrónica, una especialización coordinada y una cadena de valor europea

La política industrial ha vuelto. El Reino Unido acaba de lanzar una ambiciosa estrategia nacional de competitividad, que diagnostica las debilidades estructurales del país y propone una visión integral de recuperación y liderazgo tecnológico. Es un buen modelo para seguir. El plan identifica sectores críticos –manufactura avanzada, energía, tecnologías digitales, biotecnología, industrias creativas y defensa– como pilares del renacimiento industrial británico. Propone un gigantesco programa de inversiones y establece un Consejo de Estrategia Industrial independiente y permanente, encargado de supervisar los objetivos de productividad y empleo. La visión es clara: crecer en sectores productivos, alcanzando el 3% del PIB en inversión en I+D hacia el 2030 y escalar los proyectos de seguridad nacional hasta el 5% del PIB, en una apuesta por la autonomía estratégica, el desarrollo tecnológico propio y la resiliencia industrial. No se trata de comprar tecnología, sino de desarrollarla y liderarla. Este tipo de estrategias –ambiciosas, coordinadas, y transformadoras– deberían replicarse en cada país y a escala europea.

¿La tecnología crea o destruye empleos? Depende de si la generamos o solo la consumimos. Los mapas de creación de empleo de calidad en el mundo coinciden con los principales hubs tecnológicos globales y con las zonas más intensas en I+D. Si renunciamos a liderar el cambio tecnológico, nos condenamos a ser consumidores crónicos de tecnologías extranjeras, residuales colonias digitales dependientes de las zonas propietarias de la tecnología. Tras la dependencia viene la irrelevancia y la pobreza. Los países que no generen disrupción sufrirán sus consecuencias: destrucción de empleo tradicional, desigualdad creciente y polarización social. Me preocupa enormemente saber que el salario mediano bruto en España es de unos 23.000 euros. El 50% de los asalariados españoles perciben menos que esa cantidad. Es un dato alarmante. Demasiada gente pobre que, aun trabajando, no pueden escapar de la pobreza. Nuestro modelo de crecimiento está todavía lejos de esa nueva revolución industrial silenciosa que está sucediendo, y que va a cambiar radicalmente la distribución de la riqueza en el mundo.

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