Una engañifa, una patraña, una falacia. No se trata de ningún secreto, ni mucho menos —como tampoco es algo de lo que tengan que esconderse o avergonzarse a estas alturas del siglo XXI—, pero desgraciadamente aún no ha sido posible documentar fehacientemente el número de toneles de vino y las centenas de miles de botellas de champán que Josep Raventós i Fatjó (1824 – 1885) y su hijo Manuel Raventós i Domènech (1862 – 1930) de Can Codorníu enviaron a Francia cuando ese país fue afectado primero por la plaga de la filoxera (y esta aún no había atacado las viñas de Catalunya), y después de 1914, durante la Primera Guerra Mundial (en la que afortunadamente nuestros antepasados no se vieron implicados). Hay dos textos literarios que nos ponen sobre la pista.

El escritor Jaume Raventós y Domènech (1868 – 1938), hermano de Manuel Raventós de can Codorníu
Los viñedos franceses sufrieron la plaga de la filoxera a finales del siglo XIX y pagaron a precio de oro el vino catalán para seguir haciendo negocio

La obra Memòries de un cabaler. La vida al camp , de Jaume Raventós y Domènech, del Editorial Balmes (1932).
El primero es del escritor Jaume Raventós i Domènech (1868 – 1938), hermano de Manuel Raventós, y por tanto testigo fiel de lo que realmente aconteció. El texto en cuestión lo publicó en las páginas 267 y 268 del segundo volumen de su obra Proses de bon seny en 1932: “[...] Antes de la filoxera [se entiende antes de que la plaga llegara a Catalunya, cuando aún no había cruzado la frontera francesa], todas las cepas daban racimos: aquello era una gloria. En invierno clavaban en la tierra una estaca de xarel·lo o de sumoll, venía la primavera y brotaba: al año siguiente ya tenía un racimito, a los tres años ya tenía un racimo, a los cuatro años ya llenaba la cesta. Se moría una cepa y poco trabajo nos daba; de la cepa de al lado hacíamos un acodo y ya teníamos cepa nueva. Venía la cosecha, venga a llenar cestas y prensas y tinas. En invierno quedaban llenas toda la fila de toneles de la bodega. ¡Qué digo toneles! si no los necesitábamos. Las tinas aún espumeaban y ya venía el francés a preguntarnos cuánto queríamos. ¿Cinco duros?, ¿seis duros? Tanto daba un duro más o menos... ¡ni nos regateaban el real! Venga a llenar toneles a chorro de tina, venían onzas y más onzas, eran de oro y Felices Pascuas. El vino ya estaba vendido.

Josep Raventós y Fatjó (1824-1885) de can Codorníu. Él y su hijo Manuel Raventós y Domènech consiguieron beneficios extraordinarios vendiendo vino a los elaboradores franceses afectados por la filoxera, mientras esta plaga todavía no había llegado a Cataluña.
¡Qué tiempos aquellos!... ¿Y después? Una mala bestia, pequeña, muy pequeña, pero peor que una pedregada y fea como un pecado, que en todo el mundo se llama filoxera, hizo tambalear las viñas de toda la Tierra Redonda. ¡Maldita sea! Pobre de nosotros si no hubiera venido la cepa americana. Pero aun así, ¡cómo cambiaron las cosas! Pruebas y más pruebas, padecer y más padecer. No puede haber viñas en ningún sitio si no se injertan sobre cepa americana. Sin pie americano no hay cepas. Sin injerto no hay racimos. De esos racimos, y bien que podamos tenerlos, haremos vino, y después de sudar mucho, lo venderemos y, si podemos, a quince pesetas.

El escritor y poeta Josep Maria de Sagarra (1894 – 1961). Según este autor, Moët & Chandon comercializó como propias botellas de champán elaboradas en Sant Sadurní
Plantad e injertad y labrad y cavad y abonad y ahora azufre y después sulfato de un tipo y más tarde sulfato de otro tipo; y si no habéis tenido desgracia por el gusano, ni por el escarabajo, ni por la clorosis, ni por la antracnosis, ni por el black-rot, ni por la pedregada, recogeréis vino para venderlo a quince pesetas, ¡y bien orgullosos!”

Viñeta satírica de la revista británica Punch del 1890, en la que la filoxera se embriaga con champán francés mientras se han muerto todas las viñas. El que no se sabía entonces era que el elaborador más importante de Épernay había importado botellas de champán catalán sin etiquetar bajo mano y las había comercializado luciendo una marca francesa. Un engaño solemne, chovinismo camuflado.
Queda claro que los compradores franceses, afectados en su país por la filoxera, conseguían toneles de vino de las uvas de las viñas de Can Codorníu pagándolos a precio de oro. Jaume Raventós i Domènech dixit. Esta cita es tan elocuente sobre lo que representó la Fiebre del Oro en Catalunya durante el último cuarto del siglo XIX, que debería reproducirse literalmente y sistemáticamente cuando se pretenda explicar este episodio de nuestra historia contemporánea.

Manuel Raventós i Domènech (1862 – 1930) de can Codorniu.
El bloqueo de producción durante la Primera Guerra Mundial ofreció otra oportunidad para vender vino catalán con etiqueta de Moët & Chandon

La estación del ferrocarril de Sant Sadurní con bocois de vino apunte de ser cargados a los vagones para la exportación. Uno de ellos estaba rotulado con el nombre del comerciante de Vilafranca Domingo Montserrat. En este terreno donde había un restaurante se construyeron el 1925 la bodega y las cavas Freixenet
Según las Obres completes de Josep Maria de Sagarra (1894 – 1961), publicadas en Barcelona en 1967 por la Editorial Selecta, en la Colección Biblioteca Perenne, volumen 22, página 1308, Manuel Raventós i Domènech habría elaborado en Sant Sadurní las botellas de champán anónimas que Moët & Chandon no podía producir en Francia a causa de la Gran Guerra (con las bodegas y las cavas paradas, el personal movilizado en el frente y las viñas improductivas), las cuales se habrían enviado en secreto a Épernay para su posterior distribución y comercialización, pero ya con etiquetas de Moët & Chandon. El propio Sagarra habría comprado una de esas botellas en el establecimiento Lhardy de Madrid por el precio de 6 pesetas. Otras informaciones orales imposibles de contrastar indicaban que Manuel Raventós solo había facilitado vino (como ya lo había hecho durante la filoxera) o botellas “en punta” antes del degorjat, y que lo cobró en acciones de la sociedad francesa que, años después, al venderlas, le permitieron obtener importantes plusvalías. Ninguna de las dos opciones ha podido acreditarse documentalmente en los archivos de Codorníu y de Raventós Blanc.

Obra completa de Josep Maria de Sagarra de l’Editorial Selecta (1967).
No resulta difícil entender que, ante aquellos dos acontecimientos tan adversos, algunos elaboradores franceses enterraran el chovinismo y optaran por recurrir a los vinos y champanes catalanes para intentar mantener a sus clientes, particularmente en tiempos de restricciones. Y también se entiende que ambas operaciones se mantuvieran en secreto por una y otra parte, para no desprestigiar la marca y para no dejar rastro de unas engañifas tan poco ortodoxas. Todo hace pensar que probablemente otros elaboradores catalanes y franceses también hicieron lo mismo en aquel atolladero.
Muy pocos consumidores habituales de Moët & Chandon debieron de darse cuenta de que el bouquet no era exactamente el mismo, pero lo debieron atribuir a otras causas. Una circunstancia similar sucedió en Codorníu, cuando los trabajadores, tras el golpe de Estado contra la República en 1936, colectivizaron la empresa pero desconocían cuál era la composición exacta del llamado “licor de expedición” (una fórmula virtuosa, singular, secreta y específica de cada marca a base de vino de solera, azúcar, coñac, alcohol de holandas, anhídrido sulfuroso y a veces ácido cítrico, entre otros, para volver a rellenar las botellas de champán después del degorjat, que en teoría solo conocía Manuel Raventós i Fatjó (1907 – 1977), quien había huido al exilio). Se la inventó de oído el empleado Francisco Viladoms Sabaté, uno de los miembros del Comité de Control Obrero, fallecido después en el exilio mexicano, y la aplicaron hasta el 20 de enero de 1939. Su hija Flora explicaba que unos inversores canadienses desplazados expresamente a México en los años cuarenta habían pretendido comprarle la fórmula auténtica para aprovecharla y que Viladoms habría mantenido el secreto.
No hay constancia de ninguna queja en aquellos meses de Guerra Civil. También en este caso hay otra versión según la cual el contable de la empresa, Eugeni Gual, colaborador cercano de Manuel Raventós que continuó en el cargo durante y después de la guerra, facilitó la fórmula al Comité a cambio de su inmunidad, que aprovechó para desviar dinero de la empresa colectivizada clandestinamente en varias ocasiones entre 1936 y 1938 y enviarlo a la familia Raventós al exilio. En total 3.138.088,87 pesetas de la época (1.168.431,39 euros de 2025). De estas últimas operaciones sí se ha podido seguir el rastro en los libros de contabilidad de Codorníu, aunque Gual las supo camuflar muy bien en su momento para evitar que el Comité de Control Obrero —un grupo de obreros idealistas pero totalmente analfabetos en conocimientos contables— lo descubriera. (Los ingenuos nunca pueden ganar las revoluciones, hace falta saber también de contabilidad). Terminada la guerra los Raventós premiaron sobradamente a Gual por su habilidad y eficacia y se conjuraron en mantener el secreto para no poner en riesgo su integridad personal. Haber traicionado la confianza revolucionaria le permitió ganarse la gratitud empresarial para siempre jamás.
Tanto por culpa de la filoxera como de la Primera Guerra Mundial algunos elaboradores de vinos y cavas franceses enterraron el chovinismo del famoso personaje de la comedia francesa La cocorde tricolore, Nicolás Chauvin, y engañaron a sus clientes, quienes, orgullosos y ufanos de su champagne, ni se debieron dar cuenta. Prueba inequívoca e irrefutable de que el champán catalán era tan bueno o mejor que el suyo.