En nombre del medio ambiente y la sostenibilidad, Hawái ha comenzado a poner límites a la industria del crucero frenando la entrada al puerto de Honolulu a los grandes buques. Y no es el único enclave turístico popular americano que ha decidido hacer frente a una industria que le es propia y colosal. Estados Unidos registra 20,5 millones de cruceristas al año, casi el 60% del volumen mundial, y Bar Harbor (Maine) también les ha prohibido ver sus famosos amaneceres si lo hacen en cruceros de más de 3.000 personas.
En Hawái, que registra casi 130 escalas anuales y suma más de 156.000 cruceristas –Barcelona, para que nos hagamos una idea, está en más de 800 escalas–, el movimiento es especialmente simbólico porque no se trata de una pequeña comunidad aislada, sino de uno de los destinos turísticos más potentes de Estados Unidos y del mundo. El gobierno del archipiélago ha presentado recientemente un plan para recortar en un 50% las escalas de cruceros para 2030, y en un 75% para 2035, en línea con sus metas de neutralidad climática. La medida, que afecta sobre todo a barcos de más de 3.000 pasajeros, ha encendido un fuerte debate porque el turismo de cruceros supone unos 628 millones de dólares anuales (539 millones de euros) en gasto directo y mantiene 6.400 empleos en las islas. Por otro, las autoridades argumentan que el modelo actual es insostenible y que los beneficios deben equilibrarse con la preservación del frágil ecosistema hawaiano.
Sólo en Hawái, los cruceros suponen 628 millones de dólares anuales en gasto directo
En la costa este, el pequeño pueblo de Bar Harbor (Maine) – puerta de entrada al Parque Nacional Acadia– celebró en 2022 un referéndum con el que sus poco más de 5.500 habitantes aprobaron limitar a 1.000 pasajeros diarios el desembarco de cruceristas. El objetivo era contener la congestión en calles y carreteras que llegaban a triplicar la población local en apenas unas horas. Sólo ese 2022, el puerto de Bar Harbor contabilizó unas 150 escalas y más de 250.000 cruceristas .
El pulso vecinal acabó en los juzgados y este mes de agosto un tribunal federal de apelaciones ha avalado la medida, si bien ha pedido que se evalúe de nuevo el impacto económico y que se estudie si existen alternativas menos restrictivas. Y es que la limitación ha supuesto en la práctica una reducción de entre el 80% y el 90% de los cruceros, que si bien ha devuelto la calma a la localidad, ha puesto en jaque a muchas empresas turísticas.
Estados Unidos registra 20,5 millones de cruceristas al año, casi el 60% del volumen mundial
El patrón se repite: comunidades que viven del turismo pero que, al mismo tiempo, reclaman poder respirar. En Key West, en el extremo sur de Florida, por ejemplo, o en Charleston, en Carolina del Sur. En el primer caso sus vecinos se rebelaron en 2020 contra la llegada masiva de cruceristas que abarrotaban sus coloniales calles y aprobaron en referéndum limitar a 1.500 los pasajeros diarios, además de vetar los barcos más grandes. Aunque la legislatura estatal acabó tumbando parte de las restricciones, la presión social ha obligado a programar con más cuidado las escalas.
Cruceristas haciéndose una 'selfie' en Bar Harbor con su barco de fondo
En el caso de Charleston, en Carolina del Sur, la decisión fue más discreta pero igualmente significativa: las autoridades portuarias congelaron el número de escalas en poco más de un centenar al año y, el año pasado, pusieron fin a los cruceros con puerto base en Charleston, de manera que ahora sólo se permiten los que pasan unas horas en la ciudad ( turnaround ). Una de las empresas más afectadas por esta medida ha sido la naviera americana Carnival Cruise Line, a la que se le rescindió el permiso, poniendo fin a una relación de 14 años.
El mayor veto a la industria de cruceros es para los barcos de más de 3.000 pasajeros
El objetivo de las autoridades de Charleston no ha sido otro que el de proteger un centro histórico declarado Patrimonio de la Humanidad, donde el flujo constante de turistas empezaba a amenazar tanto la vida vecinal como la conservación arquitectónica.
El veto a los barcos más grandes es uno de los puntos comunes de prácticamente todas las revindicaciones vecinales, pero paradójicamente, industria camina más que nunca en la dirección contraria. Solo un ejemplo: de la flota de barcos que este año han entrado o entrarán en servicio –un total de 15– más de la mitad –8– tienen capacidad para más de 3.000 pasajeros.
