Estamos en 2060. Se cumplen 20 años de la firma en Copenhague del Tratado Internacional de los Estados Emprendedores. En 2040, un grupo de naciones tecnológicamente líderes se reunió en la capital nórdica para sentar las bases de un mundo sostenible y próspero. Tras la insoportable propagación de conflictos y revueltas sociales durante los años treinta, el Tratado de Copenhague comprometía a los países a: 1) proteger la democracia y la libertad de mercado; 2) basar el crecimiento económico, fundamentalmente, en el conocimiento científico; 3) reestructurar las finanzas públicas para convertir esos estados en motores de proyectos de innovación; 4) abordar conjuntamente los grandes retos de la humanidad (como el cambio climático) mediante inversiones masivas en I+D; 5) diseñar sistemas educativos de excelencia sustentados en tres pilares: matemáticas, filosofía e iniciativa emprendedora; 6) homogeneizar sus sistemas fiscales, de modo que las compañías más tecnificadas y menos intensivas en empleo contribuyan más a la sostenibilidad económica del sistema; 7) eliminar la burocracia, y 8) extender, una vez maduras las sociedades y alcanzada la productividad necesaria, una renta básica universal (RBU) para sus ciudadanos.
Copenhague fue elegida como paradigma de una sociedad responsable que, ya en 2040, había alcanzado la excelencia educativa y el nivel tecnológico necesarios para implantar una RBU. Esta renta, concebida como red mínima de seguridad para evitar caer bajo el umbral de la pobreza, se extendía a toda la población. Los anteriores sistemas de protección condicionada habían generado trampas de pobreza: solo se percibía ayuda si se era pobre, creando incentivos perversos para permanecer en esa situación. Los pagos de la RBU se realizarían en efectivo –no en bonos para alimentos o productos básicos– a fin de que los ciudadanos pudieran decidir libremente qué hacer con ellos. Con un altísimo nivel educativo, la mayoría emprendía sus propias startups y negocios. De forma progresiva, a medida que los países de la Unión de Estados Emprendedores alcanzaban mayores niveles de productividad y formación, iban extendiendo la RBU.
En esta visión del futuro, Copenhague ha sido elegida como paradigma de una sociedad responsable
Este instrumento de innovación social fue objeto de intensos debates. ¿Debía aplicarse a todo el mundo, sin importar su riqueza o situación laboral? Sí, a toda la ciudadanía de un Estado Emprendedor, una vez este llegaba a economías de abundancia impulsadas por el cambio tecnológico. Su universalidad respondía a una lógica pragmática. Los ciudadanos con mayores ingresos la reintegrarían mediante fiscalidad, y se priorizaban la agilidad y la confianza frente a los costosos controles burocráticos. La tecnología hacía posible ofrecer de todo para todos a costes irrisorios. La I+D masiva garantizaba energía prácticamente infinita gracias a las renovables y a la fusión nuclear segura. Materiales descubiertos por IA permitían almacenar esa energía sin restricciones. La alimentación dejó de ser un problema, impulsada por carnes cultivadas en laboratorio. La medicina y la educación se universalizaron mediante IA y dispositivos médicos de bolsillo que convertían cualquier hogar en un hospital avanzado.
Visión futura
En 2060, los países más prósperos no son los que tienen materias primas, sino los que generan talento, ciencia y propiedad intelectual
Pero en una economía de abundancia surgía una paradoja inquietante: era posible disponer de todo para todos, excepto un empleo estable. En los años treinta, la irrupción de la IA había convulsionado el mercado laboral. Algunas compañías digitales se habían expandido hasta dimensiones colosales, produciendo, vendiendo y generando beneficios casi sin intervención humana. La productividad era muy elevada, pero millones de empleos se desvanecían, caía el consumo y colapsaba el sistema económico. De ahí la necesidad de desvincular de forma definitiva el trabajo de las rentas. ¿Era posible? Sí, siempre que se hubieran alcanzado niveles adecuados de hiperproductividad tecnológica, en sociedades con elevado espíritu crítico y capacidad emprendedora. ¿Resultaba justo percibir ingresos sin trabajar? En todo caso, era más injusto querer trabajar y no poder, en un mundo dominado por la IA. Todas las fuerzas políticas convergieron: para la izquierda, la RBU permitía erradicar la pobreza. Los liberales constataron que no hay libertad posible bajo la tiranía de la miseria, y los conservadores asumieron que la alternativa era la revolución social y el conflicto.
Por ello se creó la Unión de Estados Emprendedores: para acelerar el cambio tecnológico y forjar sociedades prósperas y emprendedoras, basadas en el humanismo y la ciencia. Una nueva generación de empresas tecnológicas, surgidas de la computación cuántica y la biología sintética, había alcanzado la cúspide de la economía mundial, desplazando a las desaparecidas Google, Amazon o Microsoft. Todas ellas hundían sus raíces en la investigación generada en los estratégicos centros científicos de los Estados Emprendedores, financiados con fondos públicos. Por ello, cuando aún eran balbuceantes startups, firmaron acuerdos perpetuos de cesión de royalties con sus países-incubadora. Ahora, en 2060, esas naciones reciben cuantiosos ingresos de dichas megacorporaciones para financiar nuevas oleadas de investigación e innovación, y sostener la red de protección social.
Eje
La Renta Básica Universal sería la red de seguridad y motor para emprender en una economía donde no hay garantía de empleo
Por primera vez en la historia, los países compiten y prosperan gracias al talento y a la propiedad intelectual generados en sus territorios –sus auténticos recursos naturales–. Florece el emprendimiento, y surgen economías especializadas: Barcelona se consolida como el mayor hub biomédico del planeta; Múnich concentra buena parte de la industria cuántica global; San Francisco lidera la tecnología de IA y Shenzhen se erige como epicentro de la fabricación avanzada. Cada vez más países se adhieren a la Unión de Estados Emprendedores, encargada de supervisar que los nuevos miembros acometan las reformas estructurales precisas para activar sus sistemas de meritocracia e innovación, e integrarse en la nueva dinámica global. Lo pronosticó el físico Vannevar Bush en 1945: la ciencia es una frontera infinita. En 2060, era el motor indiscutible de creación de riqueza, prosperidad compartida, progreso y crecimiento equilibrado. ¿Es una fábula? Deberíamos ir pensando en ello.