Los Nobel no siempre se otorgan a científicos del campo de la categoría por la que son laureados. En Economía, Daniel Kahneman (1934-2024) era psicólogo de formación y en Medicina o Fisiología, Francis Crick (1916-2004) era físico. La innovación surge del talento individual asociado a la capacidad de colaboración de grupos de investigación heterogéneos, que tienen en común experiencia y voluntad de interrelación entre sus miembros.
En España, la investigación en el campo de la Economía suele ser ajena a esta realidad y, en vez, de construir puentes con amplitud de miras para una colaboración fructífera, se siguen investigaciones independientes, a veces, con una relación escasa o limitada para resolver los problemas apremiantes de la sociedad. El límite de los recursos del planeta, la crisis de la información, la creciente desigualdad socioeconómica, la geopolítica o la disrupción tecnológica provocada por la inteligencia artificial son temas en los que se profundiza poco, pero de los que se habla mucho. Lo que lleva a preguntarse ¿están enfocados realmente nuestros centros de investigación en Economía en temas prioritarios? o ¿continúan dependiendo de incentivos que priman la publicación en determinadas revistas de impacto, de alcance temático limitado y controladas por un microcosmos de instituciones?
Es fácil confundir el prestigio científico con el glamur sustentado en preservar laureles del pasado. La publicación de artículos en un núcleo mítico de revistas influyentes, de gran prestigio, amplia difusión y solidez científica, es un auténtico talismán. Ya no importa la cuestión investigada, ni cuáles son los objetivos ni la aplicabilidad de los resultados, sino qué revista acepta el trabajo. Lo relevante es publicar, lo que, dicho sea de paso, es relativamente alcanzable desde la mediocridad, siempre y cuando uno sea hábil para tejer buenas relaciones con coautores o editores. Así, la medición de la excelencia se aleja del impacto real de la investigación, una cuestión que será secundaria o casi irrelevante. Lamentablemente, demasiados catedráticos de Economía siguen creyendo en estas ficciones, e insisten en convencer a los demás, acaso desoyendo lo que podría aportar la colaboración con profesionales de otras disciplinas, tales como humanidades, ingeniería o ciencia de datos. Tal vez estas razones puedan explicar por qué es difícil encontrar investigadores españoles que traspasen las fronteras del conocimiento económico puro y que, además, hayan logrado el reconocimiento científico a nivel internacional.
Sería de interés escuchar su voz, pedir su opinión y contar con su experiencia en la toma de decisiones. Científicos brillantes del pensamiento económico, instituciones como la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras, personalidades destacadas en el mundo universitario podrían liderar la tarea del cambio hacia una investigación mejor orientada. En definitiva, ayudando a plantear preguntas relevantes y multidisciplinares a fin de promover una visión crítica y transversal, alejada de la peligrosa obsesión para encajar en moldes ajenos, y obsoletos, que poco tienen que ver con los desafíos que plantea la dinámica de la sociedad actual a nuestros economistas.